Miércoles, 22 de junio de 2011 | Hoy
Por Daniel Attala*
Empiezo contando la historia que se me acaba de ocurrir tras ver lo que pasó en el acto de Rosario por el Día de la Bandera. Es una historia antigua; antigua y venerable. Se la puede leer en un estilo más alto en el Antiguo Testamento, precisamente en 1 Reyes 3, 16 28. El protagonista es Salomón, el rey justo; es decir, el rey sabio. Dos mujeres vienen a verlo para pedirle que haga justicia entre ellas. Las dos habitan la misma casa; las dos han parido un hijo, con pocos días de diferencia una de otra. Cierta noche, uno de los niños muere aplastado por su madre; a la mañana siguiente, la que despertó con el niño muerto en su cama afirma que ése, el muerto, no era su hijo, y que la otra se lo ha cambiado. La segunda madre, por su lado, dice que no ha hecho ningún cambio y que el suyo es el chico vivo. La solución del rey consistió en pedir un cuchillo y en ordenar que se dividiera al niño en dos y se diera una mitad a cada madre. La Biblia prosigue: "Entonces la mujer cuyo hijo era el vivo, habló al rey (porque sus entrañas se le conmovieron por su hijo), y dijo: ¡Ah, señor mío! dad a ésta el niño vivo, y no lo matéis. Mas la otra dijo: Ni a mi ni a ti; partidlo". A lo que Salomón respondió: "Dad a aquélla el hijo vivo, y no lo matéis: ella es su madre".
La moraleja que extrae de esta historia el escritor sagrado no la voy a transcribir porque algún distraído me la va tildar de inapropiada y exagerada. Se equivocaría, pero como no quiero espantar a los lectores con sutilezas accesorias, omito el pasaje (que cualquiera encontrará en los versículos finales del capítulo citado). De todos modos diré que podría haber evitado traer a colación la Biblia; más de uno sabrá que con esta historia (presente, por lo demás, en otras tradiciones folklóricas), el dramaturgo Bertolt Brecht hizo una de sus piezas más célebres, El círculo de tiza caucasiano. Y aunque no es la madre biológica sino la putativa la que cede en esa pieza, la enseñanza es la misma: el verdadero amor es el amor abnegado, el capaz de renunciar a la posesión o al goce del ser amado si ello es necesario para que el ser amado exista o viva.
Pasemos a la aplicación. La historia me vino a la mente mientras leía artículos sobre el acto del Día de la Bandera, en el que el gobernador Hermes Binner, rompiendo una tradición de muchos años, prefirió abstenerse del uso de la palabra a correr el riesgo de que entre el público se produjeran hechos de violencia. O más en general: en que Hermes Binner dejó hablar sola a la presidenta, para no profundizar y volver irremediables las graves divisiones que se vienen produciendo entre adversarios políticos, es decir entre argentinos. Todo el mundo lo sabe: la zona del Monumento a la Bandera estaba llena de grupos adeptos a Cristina Fernández; ellos ostentaban, como suelen hacerlo, de una manera estridente esa adhesión, en un día en el que se debía festejar la existencia de la Nación entera, no la de un partido solo. Hubo incluso expresiones agraviantes contra funcionarios provinciales, entre ellos el candidato socialista a la gobernación, por ejemplo. Y fue un dicho suyo, justamente, el que me trajo a la memoria la historia con que comienza esta nota. Dijo Antonio Bonfatti: "Por el bien de todas las familias que estaban allí, es mejor que haya hablado sólo la presidenta". Después agregó: "Que cada cual saque sus propias conclusiones". Es lo que hice en ese instante: recordé el apólogo de las dos mujeres, el hijo único, Salomón y el cuchillo.
Muchos dijeron: Binner debería haber agarrado el micrófono y cantado las cuarenta. Están en todo su derecho al hacer ese reclamo. Pero entonces, dos cosas: 1) habríamos conocido (y tal vez también lamentado) qué fue lo que se evitó con el silencio (cosa que ahora ya no conoceremos, es verdad, pero tampoco tendremos que lamentar); y 2) no sería, la del gobernador, una propuesta diferente de hacer política.
Porque finalmente, ¿quién está más cerca de la sociedad? ¿El que tira y tira sin temor a que se rompa? ¿O el que calla porque evitar la violencia es infinitamente más importante que ser considerado un político del montón, es decir capaz de tironear para su lado en todo momento y en toda circunstancia? Lo que deberíamos preguntarnos todos es: ¿para qué queremos la mitad de un chico? ¿No sería lo mismo que tirar, como dice la imagen popular, al chico junto con el agua de la bañera? Conociendo un poco a Binner como lo conozco, me imagino que son preguntas como estas las que acabaron por hacerlo optar, el día 20 de junio, por no hablar en "el acto de la presidenta". Pero no por callar no dijo nada. Es dejar en claro esto último lo que estas líneas querrían.
*Autor de Hermes Binner. Primer gobernador socialista de la Argentina. Diálogos, Buenos Aires, Losada, 2011.
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