OPINIóN
› Por Matilde Bruera*
El doctor Eugenio Raúl Zaffaroni jerarquiza al máximo tribunal de la Nación, por sus méritos profesionales y su trayectoria académica reconocida nacional e internacionalmente. La influencia de su doctrina es innegable en la formación de abogados y juristas desde hace unas cuantas décadas. Es un dogmático excepcional pero también un gran humanista, capaz de ubicar a los derechos humanos en planos insospechados para otros. Les da la palabra a los invisibles sociales, a los muertos sin estadísticas, y a los castigos ocultos. Que un poeta como Juan Gelman prologue su último libro, define la exquisitez del autor. Su impronta ha signado cambios trascendentes en la jurisprudencia de la Corte Suprema y no todos los fallos han sido del agrado gobierno nacional. Es un juez independiente, es un pensador sin ataduras. Es difícil decir en pocas líneas las razones del respeto y el afecto hacia Zaffaroni.
Los demonólogos mediáticos diría el profesor nos han sorprendido una vez más. La campaña artera que fue montada en su contra, agita un hecho carente de entidad, y apela a la ingenuidad de quienes puedan creer semejante despropósito. Las intenciones políticas se evidenciaron pronto, lo coaccionaron para que renuncie a la magistratura que tanto honra.
El prestigio no confiere inmunidad pero ninguna persona merece ser agraviada gratuitamente, y que se desconozca la trayectoria que lo identifica. No vale la biblia lo mismo que el calefón. El control de los actos de gobierno, y el derecho a expresarse, no son patentes de corso para proferir acusaciones superficiales, sin sustento fáctico, ni jurídico, que se replican mediáticamente como meras afrentas y golpean por elevación el verdadero ejercicio de la democracia.
Si no fuera por la severidad de los agravios, los hechos que se le endilgan, sólo merecerían una sonrisa condecendiente, ya que recuerdan a la ejemplificación por el absurdo, que la literatura de Zaffaroni, suele utilizar para graficar la crítica a las imputaciones omisivas. Que el propietario de departamentos, deba controlar la vida privada, o la actividad de los inquilinos, es una exigencia que no resiste ni el derecho penal, ni el derecho civil.
No se ha denunciado nada que involucre su función judicial, ni un delito, ni ninguna actividad ilegal, que por otra parte si existieran, el propio difamado sería una víctima ya que se habría desvirtuado el destino del contrato de locación que lo ligaba al inquilino.
Al final de su último libro, Zaffaroni se disculpa por haber destapado demasiados cadáveres, metáfora o no, parece que hay algunos que no se lo perdonan. Los apoyos institucionales que ha recibido, expresan indignación ante el ataque injustificado. Algunas personalidades políticas han tenido el reflejo de reaccionar por encima de las campañas electorales. Entre ellos, el doctor Hermes Binner, y el doctor León Arslanian.
El miércoles por la noche Zaffaroni, fue aplaudido espontáneamente por el público en el teatro Cervantes. Las reservas democráticas se movilizan. No nos iremos a casa, profesor.
*Directora del Centro de Estudios e Investigación en Derechos Humanos " Juan Carlos Gardella" de la Facultad de Derecho de Rosardio.
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