OPINIóN
› Por Juan Carlos Cheroni*
El lunes de madrugada, un adormecido portero cumplía el turno noche en la mítica nube que permite el acceso al otro barrio. Entre sueños, escuchó que alguien sacudía vigorosamente la campanilla de la recepción. "Un momento, ya voy", murmuró entre bostezos mientras se restregaba los ojos. "¡Qué momento ni momento!: ¿a ti te pagan por dormir, o qué?". La vocecita aguda sonó con una energía que parecía desmentir la pequeña talla de su dueña. Tuvo que asomarse por encima del mostrador para verla. "¿En qué puedo ayudarla, señora?", intentó recomponerse el funcionario. "No, si no te he pedido ayuda, sólo que abras de una buena vez, que llevo años esperando para ver a mi marido y mis hijos..." Entre irritado y divertido, el portero intentó hacer valer la fuerza de la normativa vigente:
--Primero que nada, me va a tener que dar su nombre, número de documento, lugar de residencia.
--Ni documentos ni hostias: me llamo Esperanza, y con eso a ti te basta, que no estoy yo para interrogatorios, conque ya vas abriendo el portal, que me esperan allá arriba.
--Está bien, pero va a tener que dejar aquí sus efectos personales: se saca todo, se pone esta túnica blanca, y me firma aquí. Ah... y deje también el pañuelo.
--¡El pañuelo no te lo dejo yo, ni a ti ni a nadie!
--Entonces, no va a poder entrar...
--Pues de aquí no me muevo hasta que me dejes entrar con mi pañuelo, me has oído... A ver si crees que te voy a tener miedo yo a ti después de todo lo que he pasado.
El diálogo ya se había transformado en alboroto, despertando la curiosidad de numerosos residentes, que empezaron a agruparse y a preguntar. "¿Quién será..? Es brava la viejita?", comentaban intrigados a medida que se sumaban al corrillo. El grupito fue creciendo y pronto se transformó en manifestación. Ya se coreaban consignas como: "A la lata, al latero, que lo rajen al portero", "El cielo unido jamás será vencido" y "Si la tocan a Esperanza, qué quilombo se va a armar". Cuando las cosas amenazaban con ponerse muy pesadas por la presión de las bases, el cuerpo de delegados consiguió que el funcionario levantara la barrera sin condiciones. Del otro lado, ya eran miles los que le hacían el aguante a la recién llegada. Sobre las cabezas de la multitud, un cartel gigantesco, sostenido por miles de manos, expresaba el sentir de todos: los que viven de aquel lado, y los que todavía estamos acá. Decía simplemente: La Esperanza nunca muere.
*Texto leído en el acto de Homenaje a Esperanza Pérez Labrador, Madre de la Plaza 25 de mayo fallecida el lunes pasado en España.
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