OPINIóN › SIETE DíAS EN LA CIUDAD
La asunción de la primera intendenta de Rosario podría haber tenido una gravitación política diferente, pero quedó irremediablemente atravesada por la tensión que generó en el Concejo la cesión de facultades al Ejecutivo para aumentar el boleto de colectivos. El balance de Lifschitz.
› Por Leo Ricciardino
La tensión política que generó la decisión de la intendenta Mónica Fein, compartida por su antecesor y mentor Miguel Lifschitz, empañó en parte los actos de asunción de la primera mujer intendenta de Rosario. No alcanzaron los mensajes conciliatorios que Fein envió a los bloques del Palacio Vasallo en su discurso tras la jura, para apagar todo el fuego que se generó con el traspaso -amañado y de madrugada- de las facultades para aumentar la tarifa del transporte al Ejecutivo. Las ausencias notorias de Jorge Boasso y Héctor Cavallero sobresalieron por la gravitación política de ambos y porque -en otro marco- hubiesen sido ellos los cuestionados por la descortesía de no asistir al acto de asunción de un intendente legítimamente electo. A este gesto hay que añadir la carta crítica de los concejales justicialistas Diego Giuliano y Osvaldo Miatello, y la misiva condenatoria de Roy López Molina (PRO) que extiende la responsabilidad al cuerpo por "habernos quitado a los concejales que recién asumimos la posibilidad de debatir y decidir sobre el transporte urbano de pasajeros".
Por supuesto que el hecho no opaca el 52 por ciento de los votos que tuvo Fein, pero de ahora en adelante habrá más de un par de ojos y oídos abiertos para ver y escuchar a la intendenta cuando señale como "autoritaria" o acuse de "concentración de poder" a alguna decisión en otro nivel del Estado. Como dijo Lifschitz gobernar implica "pagar costos políticos". Pero no está demás señalar que a veces se trata de costos innecesarios, cuyo objetivo termina por ser notablemente menor al esfuerzo invertido en determinada empresa.
Lifschitz había conseguido casi todo para Fein. El presupuesto 2012, el costo político de aumentar la Tasa General de Inmuebles en más del 60 por ciento, aumento en los colectivos, en los taxis y en los remises. La nueva intendenta llegaba al Palacio de los Leones sin un señalamiento, querida por casi todos e inobjetable para la mayoría después de su legitimación en las urnas. Hasta los radicales quedaban contentos con la distribución de espacios para el Frente Progresista en el esquema del nuevo gobierno. ¿Qué necesidad había de poner todo eso en juego, ensombreciendo un poco no sólo la llegada de la nueva mandataria sino la salida del propio Lifschitz?
En política, muchos quieren hacer ver que la obstinación y la porfía son patrimonio exclusivo de los Kirchner. Es una mentira absoluta, todos los dirigentes tienen ese componente. Parece ser esencial para conducir que se sostenga una decisión polémica y sobre todo si es equivocada o poco apropiada o extemporánea. Parece que allí se ve el temple del que manda, en la adversidad en la que muchos otros dudan. Allí el jefe debe demostrar el carácter suficiente para sostener incluso lo que no piensa pero que ya ha sido comunicado. "Retroceder nunca, rendirse jamás", parece ser el lema que emula a una mala película de acción clase B.
Como ya se ha dicho en esta misma columna, no asustan las acusaciones de "golpe institucional" o "recorte de poderes" que se escucharon de parte de concejales opositores. Tampoco hay que exagerar, pero lo que sí ofende y enoja son las decisiones políticas de parte de dirigentes que después son los primeros en señalar esas mismas acciones. Lo que molesta siempre es el doble estándar que se usa para una misma y repetida situación -por ejemplo- en la relación entre oficialismo y oposición. Pero eso también es parte del juego de la política.
Lifschitz sabe y Fein también porque es una militante de muchos años, que la tormenta pasará. Habrá nuevas disputas y en pocos días la tensión generada por la decisión cederá hasta desaparecer. Pero por el momento, fue imposible barrer todo eso bajo la alfombra de los arreglos para los actos de asunción en Rosario.
Memoria y balance
Con todo, Lifschitz no se privó de nada a la hora de trazar los ejes de sus dos gestiones al frente del Ejecutivo local. Debe ser de los más reconocidos intendentes de Rosario de las últimas épocas, superando para muchos al propio Hermes Binner, al que le tocaron otras épocas. Pero justamente por eso, Lifschitz tuvo otras oportunidades y no las desaprovechó. El intendente saliente --que ya juró como senador provincial- dijo el sábado que Rosario había dejado atrás para siempre "su impronta provinciana" y que se había transformado en una ciudad "moderna y progresista".
También desgranó conceptos que seguramente tendrán sus repercusiones no sólo políticas, sino hasta ideológicas. En un momento pareció disparar un dardo contra el gobierno nacional al decir que "nosotros (con Binner) sí hicimos progresismo de verdad, y no progresismo de discurso". Y aseguró que las cuatro últimas administraciones del PS hicieron "socialismo del mejor, con democracia, con transparencia, participación ciudadana, diálogo social, convivencia, innovación y, sobre todo, con políticas activas destinadas a la igualdad de oportunidades y la cohesión social". Otra parte del discurso del intendente saliente es significativa a la hora de observar el proceso que ha hecho el socialismo en la ciudad, de maneras paciente pero constante, con un claro proyecto por delante. En su último día como intendente, Lifschitz contó que 22 años atrás había ingresado por primera vez al palacio municipal para hacerse cargo del Servicio Público de la Vivienda y que esa época jamás se imaginó que llegaría a ser "ocho años intendente de la ciudad". Esta es una constante que pueden compartir Binner, Fein y hasta Antonio Bonfatti que ayer juró como gobernador de Santa Fe. Y podría repetirse para decenas de funcionarios que hoy tienen rango ministerial después de trajinar por más de dos décadas en distintos despachos y con diferentes responsabilidades. Como se decía en los '70 -donde curiosamente el PS tenía escasa gravitación- el socialismo es un partido de cuadros, cuando muchas otras fuerzas han desdeñado ese tipo de formación y de construcción.
Esa formación y esa construcción políticas son las que le permiten a cada uno tener el temple y la paciencia suficiente para esperar su turno. De eso también pueden hablar el propio Lifschitz y el presidente del Concejo, Miguel Zamarini, entre otros.
Desafíos
Más allá de contar con la posibilidad de aumentar el costo del boleto sin pasar por el Concejo cuando la situación lo requiera, la intendenta Fein tendrá el desafío de mantener el ritmo de crecimiento de la ciudad y de incorporar decisiones innovadoras que permitan sostener y si es posible incrementar la calidad de vida de los habitantes. Los frentes rosarinos son fundamentalmente dos: La pobreza estructural y la exclusión que hay que seguir atendiendo y los niveles de prestación de servicio en las zonas más o menos privilegiadas del ejido urbano.
Sostener de manera armoniosa y lo menos conflictiva posible estas dos líneas de gestión equilibran una administración. Pero sobre todo, lo que se necesitan son ingresos. La recaudación es fundamental y permite expandir determinadas políticas públicas que irremediablemente se contraen sin financiamiento. Rosario es muy permeable en ese sentido a los vaivenes nacionales, así que Fein responde bien al decir que habrá que vigilar de cerca el impacto de la crisis mundial en Argentina para mensurar también lo que puede pasar en la ciudad. Un ejemplo: para fines de 2008 y principios de 2009, la ciudad tenía una deuda flotante en su administración de casi 200 millones de pesos que arrastró durante más de un año y medio. Cuando en 2010 la actividad económica empezó a levantar de nuevo, saldó ese déficit en apenas dos meses con la recaudación del Derecho de Registro e Inspección que mide la actividad económica en la ciudad. Por lo tanto, ese será un punto clave entre los desafíos que tiene por delante la primera intendenta de la ciudad.
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