OPINIóN
› Por Reynaldo Sietecase
Murió Mario Trejo. Maestro y amigo. Enorme escritor y brillante intelectual. Una especie de Muhamad Alí de la literatura. Sentiremos la falta de su palabra luminosa y su pensamiento crítico todos sus queridos y todos sus lectores. Alguna vez me pregunté ¿por qué uno de los mejores poetas argentinos era casi invisible para los medios de comunicación?, ¿por qué una obra poética que por calidad, profundidad y compromiso, sólo era comparable con la de Juan Gelman, no logra la atención de las grandes editoriales?, ¿por qué los suplementos literarios, ocupados en los libritos de los amigos, no desplegaban los poemas de Trejo? Es posible que ahora lo hagan. Esto está entre las grandes paradojas de la Argentina más ingrata.
El hombre que filmó con Bernardo Bertolucci (fue convocado por el director italiano hace un par de años para participar en el homenaje que le hicieron en el Festival de Venecia), que compuso tangos memorables con Piazzolla ("Los pájaros perdidos" tiene una veintena de versiones), se apagó la noche del domingo, pero como las estrella la luz de su poesía seguirá brillando. "Me doy por vencido./ La religión la mafia/ la política y el fútbol/ el ejército y la moda/ mueven más gente que yo./ Son millones o pocos/ pero totalmente decididos/ al todo por el todo./ Yo sólo tengo que ver/ con las pequeñas multitudes/ de un cine de trasnoche/ con la soledad de los jugadores/ que ofician una partida de ajedrez/ con la tibieza de algunas mujeres..." ("De puño y letra").
Alguna vez nos enseñó que "la palabra es un bisturí en el cuerpo amado" y que ser escritor de verdad suele implicar un proceso doloroso. Versos suyos se citan de memoria sin saber de su autor: "De dos peligros debe cuidarse el hombre nuevo/ de la derecha cuando es diestra/ de la izquierda cuando es siniestra", o "La mejor manera de esperar es ir al encuentro", o "El coño es una herida absurda", o "La vida es un pasaje de ida solamente/ sálvese quien quiera". Deja un libro imprescindible: El uso de la palabra, y un inédito deslumbrante: Ley debida y deja su voz resonando en nuestras cabezas y corazones. Isidoro Blaistein se preguntó en una de sus anticonferencias: "¿Por qué los poetas son los espías de Dios y no el poeta es el espía de Dios? Simplemente porque Dios es el más grande de los poetas". Si es así, estará discutiendo ahora mismo con Mario Trejo sobre poesía. Tendrá que acostumbrarse, Mario no pierde fácilmente una discusión.
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