OPINIóN
› Por Carlos Comi*
El hallazgo de una réplica de una picana eléctrica por parte de la Defensoría del Pueblo de la ciudad de Buenos Aires en un set infantil es una nueva muestra de la necesidad de regular acerca del contenido de los juguetes, juegos de salón y videos con que se divierten los chicos en nuestro país. En Rosario creíamos haber visto lo máximo cuando encontramos una réplica de una silla eléctrica en un parque de comidas, pero el ingenio de los fabricantes y la ausencia de valores en cierto empresariado e importadores de juegos vuelve a sorprendernos.
Las justificaciones siempre son las mismas: a los chicos les gustan y así los grandes nos acostumbramos a que jueguen a matar rehenes en un asalto a un banco, picanear a otros niños, ver cuánta imaginaria corriente pueden soportar que pase por su cuerpo antes de soltar un pulsador o a dirigir simuladores de armas que reproducen a la perfección las sensaciones de manejar un fusil de guerra.
En países desarrollados sobran los ejemplos de adolescentes que en algún momento pretenden emular aquellos juegos en la vida real y causan tragedias irrecuperables, pero aquí pareciera que esperamos que eso ocurra para tomar cartas en el asunto. Lo primero que debemos hacer es desmitificar los gustos de los niños. El chico quiere jugar y lo hace a lo que los grandes le proponemos. Los patios de juegos seguirán "a full" si retiráramos de ellos todas las variedades de juegos violentos y seguramente no tendríamos un piquete de niños frente a los shopping, manifestándose por la vuelta de los juegos con armas.
Lo mismo llevado a los videos juegos o la cada vez más penetrante "play" en los sectores sociales que disfrutan de estas sofisticaciones. Y mucho más aun si hablamos de la mitad de los chicos del país que son pobres y sólo acceden a jugar con juguetes tradicionales en el mejor de los casos, y que lejos de ello está demandar los que representen de alguna manera la violencia.
Quizás haya llegado el momento de pensar en un gran pacto social entre diseñadores, fabricantes, comerciantes y consumidores que esté sustentado en una educación para la paz, que lentamente modifique los hábitos de juegos de los niños de hoy y especialmente en los del mañana.
Y en ese pacto, el Estado como en tantos otros aspectos de la vida cotidiana, no puede mirar para otro lado: debe liderar las propuestas de cambio desde la legislación y las políticas públicas dirigidas a los niños.
La infancia es a la vez, demasiado hermosa y demasiado dura para muchos pibes del país como para que la malgasten jugando a matar. Pensemos ya en una propuesta urgente en jugar a la vida.
* Edil del ARI, presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Concejo Municipal de Rosario.
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