OPINIóN
› Por Evelyn Arach
Rosario, 1 de enero. Cabin 9. Hora 11.
- Señora, yo lo vi al muerto, le pegaron un tiro acá en la cabeza, dice un nene bajito señalándose la sien.
- ¿Lo viste antes de que llegara la policía?
- Sí, estaba todo lleno de sangre. A mi tío también lo mataron los cuatreros, añade.
- ¿Y quiénes son los cuatreros?
- (Piensa) Son los que se cagan a tiros siempre.
- ¿Cuántos años tenes?
Abre la mano derecha y me muestra todos los dedos. Tiene cinco años y su relato da cuenta de que en su corta existencia ya vio al menos dos homicidios. Lo que él no sabe, es que esta realidad sangrienta y hostil le esta robando la infancia. Se llama Misael pero podría llamarse Pablo, Franco, Gaston. Es uno de los miles de niños que habitan las barriadas populares de la ciudad, en donde las armas pululan como moscas y los conflictos se dirimen a los tiros. Tan cruel como la violencia misma es la naturalización que se hace de ella. Rosario concluyó un 2014 con 250 crimenes y comenzó el 2015 con 3 homicidios en menos de 24 horas. Hoy la cifra se quintuplica. Cada muerte es una laceración. Hay madres, hermanos, hijos que quedan mutilados para siempre en el conteo de esa estadística acostumbrada, en la que se cuentan vidas con calculadora y los totales siempre, indefectiblemente, arrojan perdida.
Acceder a un arma es mucho más fácil de lo que cualquiera pudiera pensar. Oficialmente el Registro Nacional de Armas exige un examen de aptitud que incluye pericias psiquiátricas, para adquirir un revolver, cualquiera sea su calibre. Pero todo aquel que lo desee puede tener uno en el mercado ilegal, al instante, sin pasar por ningún examen. De este mercado se valen ricos y poderosos. Aunque también penetra allí donde la vulnerabilidad esta instalada. Así, niños desde los 12 o 13 años ostentan estar "enfierrados" en algunos lugares perifericos de la ciudad. Crecen naturalizando la violencia en un sistema que rara vez les ofrece otra cosa.
Para entenderlo me remito a lo sucedido el 7 de enero en Barrio Ludueña, cuando un grupo de periodistas quedamos atrapados en medio de una balacera que abrió fuego en las propias narices del fiscal. Quienes esperábamos cuerpo a tierra el final de los disparos, escuchamos cómo un chico de unos quince años le exhibía el arma de fuego que portaba en la cintura a uno de los trabajadores de prensa. ¿Lo estaba amenazando? No, el quería ayudar: "Quedate tranquilo, tío", prometia confiado en que podía cuidarnos. El, igual que muchos otros no se tiró cuerpo a tierra ni se refugió. "Acá es así", decían los vecinos con resignación mientras nos escoltaban para que pudiéramos escapar.
Cuando la violencia es el lenguaje, es la forma de atacar, de proteger y en definitiva de vivir; cuando los niños en edad de ir al jardín de infantes ya han presenciado homicidios y han aceptado que los ajustes de cuentas por parte de los narcos pueden terminar con la vida de sus hermanos, sus padres, sus tios y sus vecinos; sin que nadie haga nada, estamos en presencia de un fenómeno extremadamente complejo y difícil de desentrañar.
Las bandas que se dedican a la narcocriminalidad tienen nombre e identidad propia. Pertenecer a ellas da un extraño "prestigio" entre los jóvenes. Los cuatreros, de los que hablaba el pequeño antes citado tienen a maltraer a Barrio Cabin 9, ubicado en el límite entre Rosario y Perez. Según cuentan los vecinos se llaman así porque comenzaron dedicándose al cuatrerismo hasta mutar al negocio de la droga que evidentemente deja mayores ganancias. Como muchas bandas tienen un esquema vertical, con lideres y "soldaditos", en general adolescentes a quienes se les encarga matar pero también son los primeros en ponerle el pecho a las balas, de donde sea que procedan. Quienes no pertenecen a la estructura están en confrontación con ella.
Y para ello no hace falta disputar territorio. Están en confrontación quienes por ejemplo, no aceptan que su casa se convierta en bunker. Para protegerse algunas familias colocan chapas detrás de las ventanas, el blindex de los pobres.
Estaba fresco el 1º de enero, contra todos los pronósticos. Mientras Misael contaba lo que había visto, aprovechando la presencia de las cámaras, llegó el momento de salir en vivo y dar a conocer los testimonios de los adultos. Finalizada la nota, se escucharon algunos disparos. "Son de acá a la vuelta, se andan agarrando otra vez", dijo una vecina, mate en mano.
A pocos metros Misael jugaba a desgajar, creo que algunas bolita de paraíso, sin inmutarse. Decidimos irnos. Aturdidos y apesadumbrados.
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