OPINIóN
› Por Aníbal Faccendini*
Durante todo el siglo XIX, aún en sus comienzos, el eje del debate de poder, razón y distribución de riqueza fue entre el centro en Buenos Aires y las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Juan Bautista Alberdi, pluma liberal al principio y luego defensor de los populares líderes federales en el siglo de la Independencia Argentina marcó lúcidamente las contradicciones económicas y sociales, contradicciones políticas al fin, entre la burguesía comercial y ganadera mercadoexternista y las provincias gran parte de ellas mercadointernistas. Eran destellos que se vieron en el Congreso de Tucumán aquel 9 de Julio de 1816, con la Declaración de nuestra Independencia.
Esta contradicción antitética, otrora y actual, nos va a marcar a los argentinos profundamente. Para el mercadoexternismo, es decir, a la corporación económica que produce y vende al exterior, no le interesa los derechos sociales de los trabajadores. Mientras más bajos los costos mejor. Más será la ganancia. Pero, para el mercadointernismo, es exactamente a la inversa. Mientras mejor circulen, proliferen y se mantengan los derechos sociales mejor va a ser para la corporación económica que venda para el mercado interno. Porque evidentemente, si el trabajador más gana, la empresa más va a vender.
Alberdi percibió la grieta impuesta por los presidentes de mercados. Esa grieta marcaba la necesariedad de la oligarquía porteña de separar y distanciar de todo poder al interior.
Esta grieta, la única, la de la desigualdad entre el interior y el exterior, entre los intereses exportadores y los interiores. Y que se reflejan en desarrollos económicos asimétricos entre regiones pero que también se trasladan a personas.
La plasmó en Los pequeños y grandes hombres del Río de la Plata. Los gobiernos exportacentristas a ultranzas muy contundentes como Mitre, Avellaneda, Celman y fundamentalmente Roca, las dictaduras cívico militares, y los gobiernos neoliberales. Veían y siguen viendo un país en exterioridad, con la naturalización de grietas desiguales y exclusión. Como bien lo planteaba Alberdi, esta tensión interior-exterior no es una banalidad y menos una nimiedad, hace al desarrollo de la vida de nuestro país.
Si alguien tiene un producto, pongamos un kilo de naranjas, que también puede vender afuera, ¿por qué lo va a vender adentro del país, si puede obtener mayores ganancias en el mercado externo?. Hete aquí la importancia para el bien común de la intervención del Estado, con políticas públicas de justicia social de protección y desarrollo de lo interno.
Podemos ver que en el estado bienestar de 1916 a 1930, de 1946 a 1955, de 1960 a 1966, de 1973 a 1974, de 1983 a 1989 y de 2003 a 2015, la preeminencia era de la interioridad de la Nación sobre la exterioridad. Se vive y desarrolla con lo interno, sin olvidarnos de la comercialización exterior. Argentina esta signada a encontrar un consenso en ésta tensión, pero la necesariedad está dada por la justicia social del bien común en los ingresos de los ciudadanos de la nación.
El mercado internismo presupone al mercado externo, pero no a la inversa.
Los neoliberales y postneoliberales, actuales y pasados, siempre hicieron anclaje solamente en el mercado externo, aun vendiendo productos primarios sin proceso de agregación valorativa.
Sarmiento en el ocaso del siglo XIX se sintió traicionado y decepcionado por la oligarquía exportadora: todo de afuera, al bolsillo, a la renta y a París. Tuvo gran decepción también con Julio S. Roca, lo va a denunciar por la masacre de los originarios y la injusta distribución de la tierra arrebatada a los nativos.
La diferencia, en esto, entre Alberdi y Sarmiento, era que el primero nunca creyó en un desarrollo basado en la grieta de la exportación para privilegio de unos pocos y pobreza para muchos, mientras que el otro creyó que los grandes ganaderos y terratenientes iban a velar por el progreso social de toda la sociedad. No fue ni será así.
Se necesita de verdad un Estado presente pero fuerte. No alcanza un testigo, se necesita un protagonista. El Estado es para proteger a los débiles que son muchos. Los fuertes, que son pocos, se protegen solos.
Nadie plantea que no es necesario el comercio exterior. Nadie plantea que no es importante e imprescindible la exportación. Lo que sí se plantea es que tiene que estar sometido al mercado interno. La justicia social es propia del comercio interior. A ningún país importador le va a interesar el desarrollo social de la Argentina, mientras que a un mercadointernistasi.
El desarrollo de los derechos humanos en toda su extensión tuvieron y tienen vinculación con la democracia de la internalidad, con el Estado keynesiano y la equidad social. A los países con connotaciones exclusivamente vinculadas al comercio internacional le resultan ajenos los derechos sociales, económicos y culturales de los pueblos.
La única grieta que cruje en la Argentina es la palabra enmudecida de la pobreza.
La polilogía, el diálogo puede ser posible, cuando erradicamos la hipocresía, el cinismo, y sobre todo, cuando los hechos dejen de divorciarnos con lo que decimos.
*Licenciado en Ciencias Sociales. Docente de la Universidad Nacional de Rosario.
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