OPINIóN › 7 DIAS EN LA CIUDAD
Finalmente el precio del boleto sufrió el ajuste tan esperado por el sistema y tan repudiado por los usuarios. Lo cierto es que los colectivos todavía circulan porque hay subsidios desde la Nación y porque el empresario Agustín Bermúdez sigue viendo un negocio. Entonces, solo queda ir mejorando lo que existe, y en este camino hay medidas posibles.
› Por Leo Ricciardino
La que pasó no fue una semana sencilla para el intendente de Rosario. Su intervención directa en el aumento de la tarifa del transporte público le deparó costos mayores a los que estaban calculados, cuando pidió las facultades al Concejo para tomar la decisión. Más allá de las organizaciones sociales que ya habían adelantado su oposición al tarifazo, surgió la judicialización del tema a través de la presentación que hizo una abogada recurriendo a la siempre difusa ley 10.000 que, precisamente, se encarga de tutelar en esta provincia "intereses difusos". La justicia ordenó retrotraer la situación a antes del incremento, pero el municipio se mantuvo firme reuniendo a todo su equipo jurídico para preparar la respuesta en los tribunales.
Probar en la justicia que es inconstitucional ceder las facultades al intendente para aumentar el boleto, es tan difícil como lograr que pierda vigencia un decreto presidencial alegando inconstitucionalidad. Hay argumentos más políticos que jurídicos que siempre pueden llegar a probar que, efectivamente, había "necesidad y urgencia".
Pero en el fondo, subyace una situación que es estrictamente política: La oposición olió la sangre y salió a buscar su bocado en un océano dominado por los delfines del socialismo. El transporte, a pesar de todos los esfuerzos concretados, la empresa en manos del Estado y el proceso de resurrección de "la Mixta" con aportes de pequeños y medianos inversores; sigue siendo un flanco difícil de cubrir para la administración que conduce Miguel Lifschitz, casi tanto como lo fue para su antecesor Hermes Binner, que presenció el fracaso de una licitación que aparecía como la panacea sobre ruedas, con coches articulados y dotados de aire acondicionado.
Casi nueve años después, el único aire es el que ingresa por las ventanillas abiertas y la única articulación posible es la que se debería dar entre coche y coche para sostener una frecuencia más o menos digna en el servicio.
El sistema de transporte público en Rosario es insostenible sin dos variantes. Una estatal y la otra privada: Por un lado los subsidios nacionales y por el otro la presencia de la flota del empresario Agustín Bermúdez. Por errores históricos, conveniencias, falta de regulación o lo que sea que haya pasado en todos estos años; es insalvablemente así. La creación de una empresa estatal como la Semtur le ha dado al municipio no más que el puesto de testigo privilegiado del negocio, pero saben desde el intendente para abajo que no sería conveniente el crecimiento de la firma estatal en el sector. Sin un crecimiento considerable en los subsidios o un boleto que hoy debería rondar los dos pesos, ningún empresario vendrá a la ciudad a invertir en ninguna línea por más rentable que se la presenten.
Por eso, en este rubro más que en ningún otro, la única verdad es la realidad. O sea, lo que hay es necesario optimizarlo y seguir peleando contra las asimetrías del poder central en la distribución de los subsidios que hoy hace que cada coche de Rosario se mantenga con un ayuda que es inferior en unos 3000 pesos por mes, respecto de los ómnibus de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires.
En el marco de este crudo realismo, Lifschitz hace equilibrio -aún desde antes de ser intendente, cuando ocupó la secretaría de Servicios Públicos- para sostener el servicio.
Pero aún queda espacio para la optimización. Eso sí, hay que decirle claramente a la gente con qué se va a encontrar. Esta semana Iñíguez, como funcionario de la secretaría de Servicios Públicos, dio un paso en esa dirección. El funcionario reveló cuántos pasajeros por colectivo se transportan de lunes a jueves después de las once de la noche. En promedio son cuatro. ¿Cómo sería posible entonces mejorar la frecuencia nocturna poniendo más coches?, originando un enorme gasto ¿a quién transportarían? Por eso, la frecuencia quizás no pueda bajar, pero sí se le puede decir al usuario a qué hora -con error de pocos segundos- pasa cada uno de los coches y la diferencia entre ellos. Sería una gran ayuda para que el usuario disponga de su tiempo y evite estar entre 30 y 40 minutos expuesto a la inseguridad en algunas oscuras esquinas de la ciudad.
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