LECTURAS
› Por Sonia Catela
No se registra que José González Castillo, dramaturgo y anarquista, haya sufrido prisión; sí que fue sujeto de censura. Desde la intendencia municipal de Buenos Aires se prohibió continuar la representación de su obra Los invertidos, cuando ésta llevaba ocho noches sobre el escenario del Teatro Nacional; influyó en esa decisión el consejo del secretario de Higiene de la ciudad. Una serie de malentendidos se montan sobre este episodio. La noche del estreno, el autor había hablado al público: "Según una estadística demográfica publicada a raíz del censo de la Capital, había en Buenos Aires diez mil invertidos de todas las condiciones sociales". Y González Castillo no se mordió la boca al agregar: "Como se comprenderá, esa cifra entraña una amenaza gravísima y un peligro constante para la salud moral y física de nuestra sociedad". Para más, añadió: "Evitar ese peligro, combatiendo el nefasto y repugnante vicio por todos los medios posibles es hacer obra buena y moralizadora, y ninguno mejor que aquél que sea capaz de inspirar asco y odio por una aberración que, hasta ahora, sólo nos inspiraba desprecio o lástima". Parecen inconcebibles tales términos en un intelectual progresista, y al que, paradójicamente, censurarán siete noches después invocando una ordenanza que prohibía obras indecentes.
Pero una lectura actual de las palabras de Castillo no se puede encarar fuera de un contexto histórico (1914) en el que la "degeneración" acosaba con sus encuadramientos desde el pedestal de la ciencia.
"Habrá luchas en sentido biológico, diferenciación de las especies, selección del más fuerte, conservación de las razas mejores. He aquí entonces, cómo emergerá la idea de los extraños infiltrados o el tema de los desviados como subproducto de esta sociedad" (Foucault).
González Castillo interpuso un recurso ante el Concejo Deliberante para que se levantara la medida de veda. En él destacó que "mi obra es francamente moralizadora y persigue un alto objeto de mejoramiento social, sin atentar contra las buenas costumbres ni contra la moral media de la sociedad". Y que "Los Invertidos fue aplaudida por la crítica de la prensa metropolitana, la cual interpretó sinceramente su fondo de pedagogía social".
¿Desde dónde y cómo
nos habla Los invertidos? (SUBTITULO)
En un informe que le pasa a un juez sobre un homosexual asesino, el protagonista, doctor Florez escribe: "Estamos frente a uno de esos extraños fenómenos de desdoblamiento sensual, que más que a una aberración del sexo, obedecen a una perversión del instinto, y aun quizás, por las tendencias ancestrales de una herencia morbosa". Esto lo ratifica la ciencia del momento: "Las degeneraciones son desviaciones morbosas del tipo humano normal, hereditariamente transmisibles y sujetas a evolución progresiva hacia la decadencia". (Magnam y Legrain, Les Dégénérés, París, 1895).
Sobre un pariente gay del doctor Florez, revela Petrona, la doméstica: "Siempre andaba con polvos, perfumes y abanicos, a lo mejor lo veíamos vestido de mujer al muy sinvergüenza todo ajustado y empolvado. Ay, qué asco". Enseguida, la empleada cuenta que cuando una de las mujeres de la familia empezó trabajo de parto, "él se echó en la cama y se puso a gritar también como si lo estuvieran degollando". "Al muy chancho se le había antojado tener hijos, también. Qué cochino". Y como remate, le descarga el escarmiento divino: "El se mató. Casi todos los mariquitas que yo he conocido o he oído decir, han muerto lo mismo como si fuera un castigo de Dios. Pobres diablos, su vida es una aberración".
Si se es homosexual, no se escapará de un fin funesto: "Hay una ley secreta, extraña, fatal, que siempre hace justicia en esos seres, eliminándolos trágicamente, el suicidio es su última, su buena evolución", asevera Castillo por boca del doctor Florez, su protagonista.
El autor va sembrando sutiles pistas y sospechas sobre la sexualidad de Florez: "le gustaba jugar con las muñecas de las niñas, lo mismo que una mujercita. Tan distinto de ahora ¿no? Que casi siempre sale solo o con ese señor Pérez".
"Ya han traído otra vez las revistas de la niña, éstas de moda". "Las debe de haber traído papá". "¿Su papá? ¿Y para qué quiere modas de "mujeres su papá?..." hasta que las sospechas se van confirmando ramificadamente.
Un grupo de gays, comandado por Florez, se reúnen en un departamento de soltero al que llaman el "club". Se cuestiona a uno de los invitados por ser ratero. "Qué ratero ni qué ocho cuartos. Es un compañero del vicio. Un digno cófrade. Y nuestro pecado ya sabemos que es eminentemente democrático", dirá alguien del clan.
La trama liga al doctor Florez y a su galán Pérez, más áun intento de éste último de seducir a la esposa de su amante. No hay escenas de sexo explícito en la obra; cuando los actores se aprestan a consumar, algo aborta la situación: "Florez toma la cabeza de Pérez entre sus dos manos, acerca su boca a la de aquél con la intención de besarlo. Entre tanto cae el TELON".
Finalmente Clara, la esposa descubre la relación entre su marido y Pérez: "Se oye un beso largo y lento. Clara, con ademán rápido, ilumina la habitación. "¡Miserables, asquerosos! (con ademán rápido, irreflexiva, hace fuego sobre ambos. Pérez, herido, retrocede unos pasos. Lanza un quejido apagado y cae).
Florez: "¡Clara! ¡Qué has hecho, mujer!"
Clara: (Con gesto breve y enérgico, como una orden). Calla. "Has sido tú. Toma" (Le da el arma). "¡Ahora te queda lo que tú llamas la última evolución, tu buena evolución!" (Florez recibe el revólver instintiva, casi inconscientemente, como si hubiera perdido la noción de lo que pasa. Se oye, de adentro, la voz del hijo de la pareja, Julián, que llama: "¡Mamá! ¡Mamá!" Al oírla, Clara insiste con imperio). "Tus hijos pronto pronto" (Florez parece reaccionar. Hace un gesto de resolución súbita y sale precipitadamente por foro con el revólver. Clara cae vencida, desfalleciente en una silla). Julián, entra azorado: "Mamá, mamá ¿qué hay? ¿qué pasa?" (Clara se incorpora y corre a abrazar a su hijo como para impedirle que avance. Se oye un tiro afuera por la parte del foro). Clara: (Rompiendo en sollozos sobre el hombro de su hijo) "Tu padre, hijo mío. Tu padre".
Se ha consumado el autocastigo: Florez se pega el tiro "justiciero".
El homosexualismo se halla categorizado en diferentes tramos del desarrollo textual de Los Invertidos, como "herencia, vicio, decadencia génesica, raza de perversiones, monstruosidad, naturaleza enfermiza, instintos hereditarios, degenerados que la sociedad no necesita, aberración". Sólo Florez, el marido torturado por su doble vida, se apiada: "Es que son tan dignos de lástima esos desgraciadosà".
Todavía hoy sigue representándose Los invertidos como "un documento histórico que ilustra sobre cómo se vivía y se juzgaba la homosexualidad en la Argentina del Centenario y de qué manera se insertaba dentro de los campos y códigos sociales, morales, jurídicos y científicos de la época".
El mismo año de la prohibición, José González Castillo editó el libro Los invertidos en Buenos Aires. Tengo ante mí una fotocopia del original que se conserva en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. En tapa se consigna, "Prohibidas sus representaciones por la Intendencia Municipal"; en la siguiente: "Estrenada por la compañía de Teatro Libre Podestá Ballerini, en el Teatro Nacional, la noche del 12 de setiembre de 1914 y prohibido por la Intendencia Municipal a la novena representación". Luego, se suceden cinco páginas donde se transcriben las circunstancias de la censura.
En su reclamo al Concejo Deliberante, Castillo confirma: "Mi drama es moralizador y predica precisamente las buenas costumbres". Luego cuestiona: "Cuál es la línea divisoria clara de la moral y de la belleza artística. Si la comuna pretende velar por la moral pública, debe saber establecer una diferencia de la mayor nitidez entre esos dos campos, cuyo límite impreciso no puede ser otro que la libertad de arte dentro de líneas simplísimas". Y en otro fragmento señala: "Por este sendero llegarán mañana a corregir a Ibsen, Brieux, Favreà".
La censura impuesta a la obra Los invertidos fue interdicción del tema, del ponerlo a la luz, no por obscenidad en el desarrollo de la trama o el lenguaje. Por su parte, Castillo logra un texto donde no toma distancia sino que adhiere a la condena colectiva contra el "anormal". No es fácil escapar al contexto del discurso hegemónico de la época de cada cual. Pero de algún modo la obra da un salto humano y prevalece sobre las consideraciones personales del propio autor.
* Las estadísticas citadas sobre la cantidad de homosexuales en la Capital Federal corresponden a un censo de 1905.
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