Mié 07.10.2009
rosario

CIUDAD › MARíA LUISA RUBINELLI

Búsqueda y pesadillas

› Por José Maggi

"Mi testimonio es quizás lo último que pueda hacer para tratar de saber qué pasó con él". La frase resonó ayer en la sala de audiencias del Tribunal Oral Federal Nº 1, en la voz emocionada de María Luisa Rubinelli, quien desde hace 32 años busca incansablemente a su esposo Aníbal Antonio Mocarbel, secuestrado junto ella el 28 de febrero de 1977. Su búsqueda la llevó a distintas cárceles argentinas, a los tribunales donde presentó hábeas corpus, al Ministerio del Interior, a la Vicaria castrense, al Comando del Segundo Cuerpo de Ejército, a la Organización de Estados Americanos, a Amnesty Internacional, y hasta la Cruz Roja. "Me llevó muchos años dormir sin tener pesadillas y algo más poder disfrutar de algunas cosas", confió Rubinelli.

María Luisa fue secuestrada en un departamento de pasillo ubicado en Ituzaingo 71 a la madrugada por un grupo de civiles que se identificaron como policías. "Nos llevaron en un auto tirados en el piso, a una casa apartada, en las afueras de la ciudad, que tenía el ingreso como de ripio. Allí escuchaba el paso del tren, el olor como a Celulosa, y el ruido de aviones".

Rubinelli sospecha que pudo estar embarazada porque al momento de ser secuestrada estaba haciendo un tratamiento de fertilidad. "Como tuve pérdidas, me llevaron a un altillo, donde permanecí unos días, mientras me recuperaba de una hemorragia, probablemente producida por un aborto. Allí mejoró la comida que me daban. Me atendió un médico joven al que llamaban Alejandro, quien ordenó una transfusión. Contaban con el apoyo de otro médico más viejo. Luego destinaron a una persona para que me auxiliara, debido a mis escasas fuerzas. Cuando pregunté por qué se tomaban esos cuidados, me respondieron que ellos eran responsables ante 'los de arriba'".

También relató que "al regresar al lugar de detención, durante el recorrido pude advertir que había una cocina azulejada, blanca, que parecía antigua. En una salita contigua a ésta aplicaban la picana eléctrica, en las sesiones de tortura. Al baño de hombres me acompañaba Miguel, quien junto a una mujer a la que llamaban María eran ex integrantes de organizaciones guerrilleras, que se ocupaban de tareas de limpieza, preparación de comida, teniendo aparentemente libre circulación por el interior de la casa".

"Algunos de los integrantes del grupo decían ser ex gendarmes, decían encargarse de las guardias exteriores y no participar de los operativos. Estaban subordinados al "comandante" Sebastián, quien no permanecía en la casa, salvo en caso de realizar algún interrogatorio.

"Al preguntarles acerca de la liberación de mi marido, me dijeron que lo retendrían un tiempo más, que seguramente no lo matarían, pero que no lo vería por un tiempo. Él fue trasladado a otro lugar, antes de mi liberación".

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