CIUDAD
› Por Mariana Caballero *
Hubo un tiempo en nuestro país en el que mandaba la injusticia. Los militares, a punta de pistola, se habían apropiado del gobierno.
Corría el año 1976. La democracia entera fue también secuestrada. Las personas desaparecían sin que se supiera donde estaban. Estudiantes que pedían por el medio boleto, maestros que soñaban con una escuela diferente, trabajadores que no se conformaban con sueldos de miseria, delegados de fábrica, intelectuales, sacerdotes, trabajadores rurales, una generación completa que intentaba cambiar la realidad, fue encarcelada, desaparecida o debió irse del país.
De día o de noche, la dictadura hacía su trabajo miserable, llevándose a los mejores hijos de esa generación. Querían impedir mediante el terror que los jóvenes construyeran un mundo diferente, que se juntaran a decidir su futuro.
Pero, como siempre pasa, las mamás no se quedaron calladas: las madres de los desaparecidos empezaron a reclamar por sus hijos e iniciaron rondas en las plazas para vencer el silencio de los asesinos. Se pusieron un pañuelo blanco en la cabeza para reconocerse. Un pañuelo que representaba al pañal de tela que alguna vez les pusieron a sus hijos cuando eran bebés. En esos días la muerte, los secuestros y las desapariciones convivían entre nosotros. Había que ser muy valiente para oponerse al régimen del terror.
Los asesinos de nuestros hermanos vivían entre nosotros, caminaban por las mismas calles, gozaban del sol. Parecía que todo iba a ser siempre así.
Poco a poco el pueblo fue animándose a reclamar por lo suyo nuevamente, aunque tuvieron que pasar 33 años de impunidad para que se iniciaran los juicios a los asesinos de la dictadura militar.
La fuerza de esas madres de pañuelo blanco que hoy están viejitas, el amor de las abuelas de la plaza, que sólo esperan de la vida un abrazo de esos nietos que les fueron robados, la insistencia de quienes sobrevivieron al infierno de los campos de concentración, las cárceles y el exilio y el enorme abrazo del pueblo solidario a quienes han sufrido tanto, nos dieron la fuerza para llegar a juzgar a los criminales.
Este jueves 15 de abril es un día histórico: se dictará la primera sentencia de los juicios a los genocidas en Rosario. Desde Amsafe convocamos a las 12 horas al acto que se realizará frente a los Tribunales Federales en Oroño al 900. Allí nos vamos a juntar los que creemos que a la justicia hay que ayudarla con movilización. Los invitamos, junto a los Organismos de Derechos Humanos y otras organizaciones populares, a acompañar a los testigos y querellantes.
Sabemos que esto recién empieza. Faltan muchos responsables por juzgar. Pero la justicia crece desde el pie.
Por eso es necesario que todos pongamos cada cosa en su lugar: en nuestra memoria y guiando nuestro hacer, a quienes lucharon por un país justo, y en cárcel común, perpetua y efectiva a los asesinos de esa generación de valientes jóvenes y trabajadores.
* Esta carta se viene leyendo en todas las escuelas de Rosario a partir de una iniciativa de la Asociación del Magisterio de Santa Fe
Delegación Rosario.
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