CIUDAD › ROSARIO, LOS MEDIOS, HACE 35 AñOS
El discurso de los medios gráficos rosarinos -con especial énfasis en La Capital en torno a la juventud en los primeros años de la dictadura, 1976-1978. El golpe de estado no implicó sólo un cambio de autoridades en la ciudad sino también un claro acatamiento de las pautas del Proceso.
› Por Laura Luciani *
El 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas en su conjunto derrocaron el gobierno de María Estela Martinez de Perón e instauraron un gobierno de facto a cargo de la Junta Militar presidida por el Teniente General Jorge Rafael Videla; con ello se inauguró una de las etapas más represivas que la historia del país ha conocido hasta el momento. El objetivo principal fue trastocar y redefinir las relaciones entre sociedad y estado existentes así como desarticular la movilización social a partir de la implementación del llamado Proceso de Reorganización Nacional (PRN). Ello implicó una doble estrategia que significó por un lado la represión directa sobre aquellos sujetos que consideraban el "enemigo subversivo"; por otro, la incorporación de mecanismos de disciplinamiento efectivizados a través de diversos comunicados y decretos que limitaron la participación de las personas en la vida pública. Los partidos políticos fueron suspendidos, la acción sindical fue restringida y las organizaciones políticas, sindicales y estudiantiles de izquierda y peronista fueron disueltas así como muchos dirigentes nacionales, provinciales y municipales fueron detenidos. Estas medidas tenían como objetivo más amplio reestructurar y modificar las pautas y comportamientos de la sociedad argentina en su conjunto así como redefinir el rol de las distintas instituciones.
En consonancia con los cambios operados a nivel nacional la provincia de Santa Fe fue intervenida. El primer interventor provincial fue el Coronel José María González, en abril lo reemplazó en ese cargo el Vicealmirante Jorge Aníbal Desimone quien se mantendría en ese puesto hasta 1981. Asimismo en la ciudad de Rosario el intendente Rodolfo Ruggeri fue encarcelado (junto a otros políticos y funcionarios provinciales y municipales) asumiendo el cargo el Coronel Hugo Laciar reemplazado luego por el Capitán Augusto Cristiani que ocupó ese lugar hasta 1981; luego asumió Alberto Natale como intendente civil en el contexto de un reordenamiento político que se iniciaba con la asunción de Viola como presidente de facto.
El golpe de estado no implicó sólo un cambio de autoridades en la ciudad sino que significó un claro acatamiento de las pautas que el PRN planteaba y la imposición desde arriba de estrategias de despolitización y disciplinamiento social en los diversos ámbitos públicos de la ciudad. La instauración de la dictadura fue posible a partir de este conjunto de medidas coercitivas impuestas desde el Estado y también gracias al apoyo tibio en algunos casos, elocuente en otros que recibió el PRN desde diversas instituciones como la Iglesia, algunos partidos políticos en la provincia de Santa Fe el PDP, por ejemplo e inclusive de los medios de comunicación locales que legitimaron en primera instancia el golpe y sustentaron luego el gobierno militar con mayor o menor énfasis por lo menos hasta iniciada la década del 80.
Así, los medios gráficos de la ciudad de Rosario se constituyeron para los primeros años del gobierno militar en una herramienta esencial en la difusión y legitimación del proyecto dictatorial en el ámbito local, no sólo porque reprodujeron, aplaudieron y apoyaron el discurso militar sino porque además incorporaron toda una agenda de cuestiones que consideraban ineludible para el PRN. Cabe recordar que para marzo del 76 dos periódicos circulaban en la ciudad de Rosario, ambos con características diferentes. La Tribuna, un diario vespertino, de pocas páginas, con información general aunque con una fuerte presencia de las secciones de deportes y quiniela, ya que se constituía como un diario de raigambre popular y barrial. La Capital, matutino que se perfilaba como un periódico hegemónico en Rosario y el cordón industrial, no sólo porque tenía una tirada promedio de sesenta mil ejemplares semanales y cien mil los domingos, o por su trayectoria a lo largo de todo el siglo sino porque era el diario de referencia con respecto a temas de la ciudad. A ellos se sumaría a mediados de 1977 El País, que en su primera etapa y hasta diciembre era de tirada vespertina transformándose luego en matutino. Si bien El País intentó constituirse como una alternativa, no logró consolidarse como una empresa rentable en la ciudad, cerrándose a mediados de 1978. El estudio sobre la prensa gráfica local señala que tuvieron un rol central en la instalación de una agenda de problemas de diversa índole. En ese sentido me interesa destacar aquí las prácticas discursivas que esos medios construyeron en torno a los jóvenes durante el período 1976/1978, ya que esta fue una temática recurrente permitiendo reproducir y consolidar estereotipos hegemónicos respecto de la juventud.
Si bien los medios gráficos de la ciudad tuvieron, en general, un discurso de apoyo al gobierno militar nacional y local, ese apoyo se construyó desde distintas estrategias y gradualidades. En líneas generales es posible decir que el discurso de los medios, se construyó durante la fase más represiva de la dictadura en una estructura discursiva binaria afianzando y difundiendo la lógica sobre la cual se asentaba la práctica represiva del terrorismo de estado. Como señala Pilar Calveiro, en Poder y Desaparición las lógicas totalitarias son lógicas binarias, construyen su poder a partir de "concebir el mundo como dos grandes campos enfrentados", donde la construcción de la identidad propia rechaza toda posibilidad de otro, otro que es siempre enemigo. Así la "subversión" es ese otro contrapuesto al "ser nacional" que, según el discurso militar, para sobrevivir debe aniquilarla. Esa estructura binaria construida desde los discursos oficiales se reproduce y difunde en otros espacios a la vez que impregna las prácticas enunciativas respecto de múltiples temáticas. Así, los diarios de la ciudad construyeron su discurso también desde una lógica binaria que permeó las interpretaciones sobre la realidad social y que ayudaron en el proceso de legitimidad que se estructuraba respecto de la dictadura impuesta en marzo de 1976, ya no sólo la "subversión apátrida" se oponía al ser nacional, occidental y cristiano, el caos se oponía al orden, un orden que no sólo era la negación del conflicto social y político sino la negación de toda diferencia en los diversos planos de la vida cotidiana. El caos era la inmoralidad, la basura, los perros callejeros, el ruido molesto, el cirujeo, las "gitanas", los jóvenes y el orden era pensado como la erradicación de todos ellos, la restitución de los "valores morales", del decoro.
Dicho discurso se inscribió en la lógica propia del contexto enfatizando una retórica conservadora y fuertemente anclada en la idea de orden, así como en la apelación constante a "salvar la patria". Si bien este pareciera presentarse simplemente como un reflejo del discurso militar y del proyecto del PRN, debemos tener en cuenta que es el mismo periódico quien lo promueve desde las distintas secciones.
En tanto promotor de determinadas acciones y valores el diario La Capital construyó una prédica que intentó ser ejemplar no sólo para la sociedad rosarina sino también para las instituciones y espacios estatales con los cuales entablaba diálogos y discutía. En este sentido algunas de las temáticas a tratar referían específicamente a los problemas cotidianos de los rosarinos como el ruido, la basura, las inscripciones en las paredes, las acciones municipales, etc. Si bien los temas no eran privativos de este proceso histórico y pueden observarse en otros contextos sociopolíticos, en esta coyuntura adquirieron un lugar central en tanto permitió expresar parte de los valores y acciones del "deber ser argentino". Asimismo, junto a los problemas cotidianos que en la narrativa se presentaron como parte de la agenda de cuestiones necesarias a tener en cuenta para constituir ese "bienestar general necesario" , también es posible observar que algunos sujetos eran centro de atención de los editoriales, y como correlato en las cartas de lectores. Es claro que entre esos sujetos se encontraban los jóvenes.
Ya desde el inicio de la dictadura, éstos fueron centro de atención del discurso militar desde una doble mirada. Por un lado los jóvenes representaban el futuro y en ellos se depositaba también la responsabilidad de llevar adelante el PRN. Por otro lado los jóvenes eran vistos en forma negativa, como sujetos peligrosos, rebeldes, por el cual se apelaba a diversas instituciones que llevasen adelante la tarea de "forjarlos" a la propia imagen. En ese sentido los diarios reprodujeron gran parte de ese discurso e incluso ayudaron a construirlo, configurando estereotipos hegemónicos.
En principio es posible observar que los textos periodísticos de aquellos años reprodujeron y difundieron una imagen de la juventud como un todo homogéneo representado en la figura del varón de clase media y estudiante. También es posible observar que en algunos medios, y específicamente en el diario La Capital, se enfatizaba en un discurso que ayudaba a la conformación de percepciones negativas sobre los jóvenes.
En diciembre de 1975, por ejemplo, ante el incendio de una calesita, un editorial aseveraba: "Que en una antigua plaza de Rosario, la plaza Lopez, dos o tres individuos jóvenes hayan quemado una calesita y bailado alrededor del fuego como celebrando un rito, nos parece una acto que linda con lo terrible". Y agregaba: "Vivimos un tiempo en donde todo parece posible, el tiempo del amor y del desprecio, de lo sagrado y lo profano. Las cosas que ocurren se mezclan en un caos que parece preparado con diabólica lucidez. Nos asustan algunos hechos que no deberían asustarnos, sentimos miedo de nada, permanecemos indiferentes ante ciertos horrores. Estamos confundidos, acaso porque la confusión sea el signo secreto de la vida (...) ¿Cómo medir el valor de algo en momentos en que todos los valores parecen subvertidos? ".
Si bien la cita da indicios de la sensación de miedo y caos generalizado que el mismo diario reproduce, no podemos dejar de observar que el editorial se refiere a la acción de jóvenes considerándola abominable, temible. Esa percepción va a surgir frecuentemente en los editoriales y también en las cartas de lectores.
Como ya hemos mencionado, la sección carta de lectores no era un espacio marginal en el diario, ya que no sólo incorporaba la voz del lector al discurso del diario sino que generalmente lo que allí se decía era retomado por los editoriales. En días previos al golpe de estado en una de ellas se aludía al aspecto de los jóvenes: "En estas épocas de cambios hay costumbres de las que duele despedirnos. Por ejemplo la manera en que los alumnos del colegio nacional se presentaban para ir a clase. Me parece bien que cada uno vaya como quiera pero hay algunos alumnos que antes deberían pasar no sólo por una peluquería sino por debajo de la ducha."
En la misma fecha un editorial recibía con beneplácito el uso de saco y corbata en la universidad -especialmente para docentes en tanto "entrañan el propósito de asegurar el umbral de decoro en las aulas superiores". Como es posible observar, entre fines de 1975 y principios de 1976, el problema del aseo, la vestimenta, la salida de los jóvenes en la noche eran cuestionadas tanto desde las cartas de lectores como desde los editoriales y ello no era un elemento casual en su discurso. Por el contrario se inscribía en el marco de un discurso general de existencia de anarquía y desorden en todos los aspectos de la vida, incluso en cuestiones cotidianas. La percepción de que todo estaba "patas arriba" ayudaba no sólo a configurar una visión negativa sobre los jóvenes sino también a plantear la necesidad del restablecimiento del orden.
Ya con el golpe militar las percepciones en torno a ese grupo no difirió, desde otra carta de lectores publicada en agosto de 1976 y titulada "Delincuencia" el lector refería a los 12 consejos para lograr la "delincuencia juvenil", entre ellas transcribo:
"1) Comenzad desde su más tierna infancia a dar al niño todo lo que quiera. 2) No le deis una educación religiosa. Aguardad que sea él mismo quien lo resuelva cuando cumpla 21 años. 3) Jamás le enseñéis la distinción entre el bien y el mal. 4) Permitidle leer todo lo que caiga en sus manos. Preocúpate de esterilizar los vasos y servilleta que usa, pero no os molestéis en vigilar el alimento que nutre su mente. Si seguís estos doce consejos vuestros hijos serán otros delincuentes, si hacéis lo contrario serán un día sanos y honrados ciudadanos".
Otro editorial publicado en julio de 1977 refería a su comportamiento en el transporte público del siguiente modo: "Lo mismo que se trate de varones o de niñas, hacen gala de una total falta de urbanidad. Forman corrillos en los pasillos, dificultando en extremo la de por sí difícil en las horas 'pico', se comunican entre si a gritos y no son escasas las veces que hacen objeto de pesadas burlas al resto del pasaje".
Los jóvenes en general se presentaban así como un foco de atención: "faltos de moral y de urbanidad" o posibles "delincuentes"; se constituían en sujetos potencialmente peligrosos que, desde la prédica del periódico, tanto las instituciones como el estado debían encauzar. Aún cuando desde La Capital se evidenciaba un cuestionamiento general respecto de la juventud, era frecuente la asociación entre "delincuente subversivo" y joven. Dicha asociación se realizaba especialmente desde los comunicados -y desde el discurso militar insistiendo generalmente en la "corta edad" del "enemigo subversivo". Sin embargo esta asociación trascendía los comunicados y desde los medios se alertaba a la población respecto de la necesidad de investigar la documentación de las parejas jóvenes que quisiesen alquilar un inmueble. Según José Lofiego, miembro del Servicio de Informaciones de la policía de Rosario: "Les habíamos dado una especie de formulario mimeografiado con algunos interrogantes básicos, sobre todo movimientos sospechosos de personas que nadie los conocía en el barrio, de personas jóvenes con hijos de poca edad, hacíamos hincapié sobre todo en eso". Como es posible observar, en el imaginario militar de aquellos años subversión y juventud eran términos que se articulaban proponiendo un abanico de interpretaciones y aunque no todos los jóvenes eran considerados subversivos la construcción discursiva ayudaba a crear un ambiente de duda sobre ellos estigmatizándolos.
Aún cuando la llegada del golpe no modificó las percepciones que el diario construía en torno a la juventud, sí se propuso enfatizar las acciones del gobierno de facto que buscaban encauzarla, refrendando no sólo el discurso sino también apoyando fervientemente esas acciones. El 24 de marzo Videla en nombre de la Junta Militar llamaba a "restituir los valores esenciales" y convocaba a los jóvenes a sumarse a esa tarea. Tanto su incorporación en el PRN como las acciones disciplinarias tendientes a "guiar" los comportamientos sociales juveniles se constituyeron en cuestiones subrayadas por los medios locales desde diversas secciones; asimismo no sólo se informaba de temas tales como las nuevas normativas impuestas en algunas escuelas sobre la vestimenta de estudiantes o sobre la campaña moralizadora llevada adelante por la Jefatura de Policía, sino que desde los editoriales se aplaudía tales acciones en tanto se sostenía que "la juventud, en especial, desprovista muchas veces del resguardo necesario dentro de este tipo de cosas es, indudablemente la principal beneficiaria de esta acción moralizador".
En abril de 1976 una carta de lectores de La Capital recibía con satisfacción las medidas tendientes a restringir la circulación de los jóvenes en los horarios nocturnos ya que "con medidas así, lograremos aunque sea de a poco, encauzar a la juventud. Si los padres no se ocupan, ya se ocuparán las autoridades de que no anden a deshoras por allí, a merced de las malas compañías y de todos los peligros que acechan por las calles".
En septiembre de 1977 La Capital planteaba que "la juventud también es valiosa protagonista en el presente" pero que en los años pasados: "desvirtuóse el papel de la juventud en nuestra comunidad, haciéndosela tempranamente destinataria de funciones y atribuciones que no sólo no le correspondían sino que atentaban contra esenciales valores de la civilidad argentina. No debe olvidarse que en los oscuros días en que el terrorismo había montado su maquinaria al amparo oficial, fue calificada de 'maravillosa' a aquella parte de la juventud argentina enrolada en la subversión, y que equivocadamente creían que poner bombas era parte de una tarea patriótica".
En tanto los jóvenes eran llamados a actuar en ese presente el diario los incluyó en su discurso sin dejar por ello de marcar la potencialidad del peligro que surgía cuando eran "manipulados" por el "terrorismo" que los influía con valores ajenos al "ser argentino". Al presentarse a la juventud como un peligro latente, se apelaba especialmente a la responsabilidad instituciones consideradas claves para la formación de esa nueva juventud. Por ello también se enfatizaba desde diversas perspectivas el lugar que ocupaban la familia, la educación secundaria, la Iglesia para inculcar los valores necesarios que no permitiesen esta "intromisión foránea". En diciembre de 1976 La Capital se refería a la familia planteando que "debe constituirse en un bastión inexpugnable para cualquier clase de ataque que pretenda destruirla o desnaturizarle sus funciones esenciales y su protección acabada y plena depende de un justo ordenamiento social". En octubre de 1977 otro editorial planteaba que ante la posibilidad de que los jóvenes fueran "blanco propicio para tentaciones que pueden desviar su camino" la responsabilidad de los padres se volvía ineludible: "El sentido ético de la existencia basado en los tradicionales y permanentes valores morales, debe ser inculcado cotidianamente por los padres pues nada ni nadie puede reemplazarlos en esa responsabilidad que es divina y humana. Vigorizar a la familia como institución equivale a vigorizar a la subsistencia misma de la sociedad, porque esta se basa primaria y fundamentalmente en aquella".
El análisis realizado nos permite pensar que la construcción discursiva de los medios en torno a la juventud no era casual ni menor, sino que se constituía en una herramienta esencial en el proceso de construcción de representaciones más generales que legitimaban el PRN a la vez que impartía pautas y valores que consideraban "esenciales" en esa construcción del "ser nacional".
Mientras La Tribuna y El País retomaron desde sus páginas algunos de los puntos más contundentes del discurso oficial, insistieron en menor medida en cuestiones como, por ejemplo, la temática de la juventud. Sin embargo en la construcción de esas representaciones cobró fuerza la acción discursiva de La Capital, que en tanto se consideraba un claro defensor del PRN, promovió actitudes, valores y problemáticas que no dudó en levantar como banderas de su propio discurso. Así las representaciones hegemónicas en torno a la juventud instituyó a los jóvenes como un todo monolítico y homogéneo -y masculino , presentándose desde los editoriales como una problemática recurrente incluso desde los meses previos al golpe de estado. La construcción de los jóvenes como peligrosos, ajenos y contrarios a la sociedad llevaba a excluirlos, dejando de ser un sujeto social con sus propias pautas, con sus propios comportamientos para convertirse en un problema a resolver, una cuestión de la cual el estado debía encargarse para ordenar, disciplinar y en ocasiones reprimir.
* Docente de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y becaria de CONICET
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