CIUDAD › RECUERDO DE LA MASACRE DE AYOLAS Y CAFFERATA
Pasado mañana a las 19, frente al ex Servicio de Informaciones de la policía provincial, serán homenajeados por primera vez un grupo de seis estudiantes universitarios, secuestrados y asesinados cuando militaban en la Corriente Universitaria por la Revolución Socialista (CURS) expresión de la organización política Poder Obrero.
› Por Alicia Simeoni
El primer homenaje a seis estudiantes fusilados el 23 de enero de 1977 cuando militaban en la Corriente Universitaria por la Revolución Socialista (CURS) -expresión de la organización política Poder Obrero- se hará pasado mañana a las 19 en el lugar que fue durante dos días el sitio en el que estuvieron cautivos y fueron torturados, el ex Servicio de Informaciones de la policía provincial que comandaba Agustín Feced, en San Lorenzo y Dorrego. Héctor Luis Fluxá (20) y su pareja Silvia Lidia Somoza (21), Mónica Cristina Woelflin (24), Nadia Doria (33), Gladys Beatriz Hiriburu (20) y su compañero Luis Enrique Ulmansky (24) fueron secuestrados en distintos lugares de la ciudad el 20 de enero, entre horas de la madrugada y de la siesta, y con ellos otro hombre joven Hugo Elías, que pudo escapar. Los seis fueron llevados hasta unos galpones ubicados en la ex calle Ayolas (hoy Uruguay) y Cafferata donde se repitió el simulacro de la época, que daba cuenta de persecución y enfrentamiento como excusa para aniquilarlos. Fueron sepultados como NN en el cementerio La Piedad. Cuatro de los cuerpos pudieron ser recuperados por sus familiares y dos no, los de Nadia Doria quien era entonces la pareja del dirigente metalúrgico encarcelado Alberto Piccinini y el de Mónica Woelflin, una chica rosarina estudiante de medicina. Historias de militancia y amores, de compromisos y sueños por un mundo mejor a las que puso fin el terror del Estado y la patota de Agustín Feced.
Al otro día del asesinato de los seis estudiantes en Ayolas y Cafferata, el 23 de enero de 1977, el Comando del II Cuerpo dio a conocer el parte del mentiroso "enfrentamiento" y el 26 de enero los medios de comunicación daban la noticia: el Ejército había abatido a seis "subversivos". Carlos Fluxá es arquitecto, hermano de Héctor, estudió y se recibió en Rosario y volvió a Santa Fe después de que mataron a su hermano menor y motorizó para este homenaje el encuentro de los familiares de los jóvenes acribillados en la que se conoce como la masacre de Ayolas y Cafferata. Tanto él como Félix, el hermano de Mónica Woelflin y Alicia, la hermana de Gladys Hiriburu escribieron sobre sus familiares. También aportó su mirada sobre Nadia Doria el dirigente metalúrgico Alberto Piccinini y Daniel, el hermano menor de Silvia Somoza brindó elementos para rearmar algo de su historia. De quien no se pudo conseguir casi nada es de Luis Ulmansky, es como si desapareciera otra vez, ahora para la reconstrucción de la memoria social.
En el bar El Cairo Carlos Fluxá, Félix Woelflin y Alberto Piccinini hablan todo el tiempo de "los chicos" que no pudieron vivir. La herida por la falta todavía sangra con fuerza. Los preparativos para el homenaje al que convocan mueven detalles, recuerdos. ¿Hubo alguien que logró escapar?, preguntó este diario y lo que apareció fue sólo un recorte periodístico. Con el título "Grave denuncia de una persona que estuvo detenida en la Jefatura" el entonces diario El Sol de Rosario dio cuenta en su edición del 27 de octubre de 1984 de la denuncia pública de Hugo Elías, esa persona que escapó de la Jefatura a través de una ventana y que volvió a la ciudad años después acompañado del ex diputado nacional de la democracia cristiana Augusto Conte y del abogado Marcelo Parrilli. (ver aparte).
Silvia Somoza y Héctor Fluxa
Héctor Luis Fluxá había llegado a Rosario desde la ciudad de Santa Fe para estudiar arquitectura después de terminar el secundario en el Colegio Nacional de la capital provincial. Aquí ya estaba Carlos que vivía en una pensión cercana a La Siberia adonde fue a vivir Héctor, Topi como todos lo conocían. La llegada de Topi a la pensión significó para él "como lo fue para mí el comienzo de una nueva vida, el liberarse especialmente de la mirada aprensiva de nuestros viejos que comenzaban a ver con preocupación el riesgo que significaba nuestro sueño de trabajar para construir un país con justicia para todos... Topi estaba lleno de sueños, planes, proyectos, quería hacerlo todo, no perder tiempo. Sentía que a partir de ese momento todo iba a ser un ininterrumpido hacer y crecer en libertad. Y así lo fue, con una alegría contagiosa, con una fuerza imparable, hasta el día en que los mataron, a él y a Silvia".
Carlos Fluxá describe el momento histórico. Fue un año de intensa actividad universitaria cuando el "taller Nº5" de la Facultad de Arquitectura era un espacio que incentivaba a la investigación y la polémica, "donde entre los estudiantes de los distintos niveles crecía el entusiasmo por el desarrollo de propuestas de viviendas de función social, la discusión política era permanente y había un creciente convencimiento de que un mundo distinto y mejor era posible y podía construirse". También recuerda y describe cómo se multiplicaban los allanamientos y se detenía a estudiantes, militantes políticos y dirigentes gremiales.
"Topi y Silvia se conocieron y se enamoraron locamente", cuenta en su reseña. Ella era rosarina y estudiaba Psicología en la convulsionada Facultad de Filosofía y Letras, ahora Humanidades y Artes, que era blanco permanente de agresiones y allanamientos. Al poco tiempo se mudaron a una piecita de una vieja pensión en la esquina de Presidente Roca y Catamarca. En diciembre de 1976 Topi y Silvia anunciaron un embarazo de tres meses y habían decidido casarse la primera semana de febrero. "Sabían que la llegada de un bebé los obligaría a realizar muchos más esfuerzos y unos cuantos ajustes en sus vidas pero nada los acobardaba, tenían una fuerza envidiable y un entusiasmo para todo que resultaba contagioso", dice Carlos que habla de los dos con la misma emoción.
"Silvia era una mina macanudísima, inteligente, de respuestas rápidas e ingeniosas, de un humor incisivo, un tanto sarcástico que armonizaban con una mirada profunda y destellante... Era de una familia humilde, trabajadora y esforzada que, orgullosa, veía como su niña había terminado de cursar tercer año de psicología".
El jueves 20 de diciembre de 1977 Carlos y Topi trabajaron en la oficina ubicada en Rioja entre Dorrego y Moreno donde el hermano mayor daba sus primeros pasos en proyectos y conducción de obras. Topi ayudaba por las mañanas dibujando planos cuando ya había terminado el segundo año de la facultad. A mediodía hicieron un alto, Carlos lo había invitado a comer pero él dijo que la mamá de Silvia los esperaba con unas pastas. "Nos despedimos, nunca más lo vi" dice Fluxá. A Héctor Fluxá lo secuestraron en la calle, nunca llegó para el almuerzo en casa de la madre de Silvia. A ella se la llevaron a media tarde del bar de Mendoza y Callao. Allí estaba con Woelflin y Elías.
Mónica Woelflin
Félix Woelflin es contador, 'Fafa' para su hermana Mónica que estudiaba medicina. Le cuesta hablar sobre ella y cuando tiene que redondear una idea lo hace sobre su ética, su sensibilidad. También sobre sus increíbles ojos verdes. Su homenaje consiste en hacerla hablar, recordarla a través de marcas y expresiones, de gustos, de sueños:
"Me llamo Mónica Cristina Woelflin, tengo 24 años y presiento que estoy en mis últimos instantes de vida. Aunque encapuchada y amordazada recuerdo las suaves melodías de Serrat cantando los poemas de Miguel Hernández y una sucesión de imágenes me invade. Estoy a los ocho años en Bariloche con mis padres y hermano, la nieve nos acaricia con delicadeza y nos invita a jugar. Siento una especial felicidad porque todos estemos reunidos. Ahora aparecen mis compañeras del Normal Nº 1 que escuchan con atención mi lección de literatura y recuerdo las docenas de libros leídos y releídos. Ahora veo mi primer novio que vivía en Córdoba y las innumerables cartas en papel anaranjado que nos escribíamos.
Aparece mi amigo Santiago y ese cortometraje sobre los compromisos que asumimos en la vida que filmáramos allá por el '73. Y pasan mis arbolitos Bonsai que cuidaba con esmero, los objetos antiguos que pintaba con paciencia, los trabajos comunitarios para la Naciones Unidas, y Ramón, mi gran amor y futuro gran padre de un hijo que no pudo nacer. Discuto apasionadamente como auxiliar docente en la facultad acerca de por qué quiero una medicina para todos y vivir en un mundo más justo. Quiero vivir para atender en dispensarios y hospitales, para seguir enseñando medicina, para ayudar al prójimo que me necesita, para criar mis hijos y amar a Ramón, para que mi vida en su momento final haya tenido un sentido. Pero ahora siento mucho dolor: en estos últimos días conocí el horror que no se puede pensar, las humillaciones más atroces que se puedan soportar y las traiciones que nunca debieron ser. Recibo un primer disparo: es el fin. Siento ruidos de otros disparos ensordecedores que me perforan y que nos perforan mientras voy cayendo y mi sangre brota a borbotones. Ojalá
que haya un cielo ante tanto infierno y nuestras muertes no sean en vano. Fafa cuidate que ya no podré pensar más en vos".
Nadia Doria
Alberto Piccinini resistió muchas cosas. Sin embargo le tiembla la voz cuando habla de Nadia, la compañera con la que vivió sólo unos 9 o 10 meses. Fueron detenidos cuando se desató la feroz represión sobre el cordón industrial y se detuvo a más de 300 personas, entre ellos a la pareja, cuando todos eran acusados de planear un complot subversivo contra Isabel Perón.
Nadia Doria nació en el norte de Italia y llegó a la Argentina cuando era chica. Su padre y su hermano fueron obreros de Acíndar, la misma empresa para la que trabajaba en el área administrativa. En 1974 fue elegida delegada gremial de su sector y estudiaba psicología, poco a poco, no tenía mucho tiempo. Después de unos meses de prisión Doria fue dejada en libertad y la volvieron a detener el 20 de enero de 1977 cuando a los tres días la mataron. Su cuerpo nunca fue recuperado.
Piccinini siguió preso hasta 1980. En Rawson comenzó a extrañarse cuando se interrumpieron las cartas de Nadia. Ella le escribía, mandaba las cartas a la casa de la hermana del secretario general de la UOM de Villa Constitución y se las reenviaban como hechas por un sobrino suyo. "Esos escritos eran leídos, controlados, así que nos decíamos algunas cosas con un lenguaje especial y muy cuidadoso", cuenta el también ex diputado del ARI a Rosario/12. "Era dulce y agradable aunque tenía carácter" dice Piccinini en relación con la fortaleza de Nadia.
Gladys Hiriburu y Luis Ulmansky
Gladis tenía 20 años y estudiaba medicina cuando fue secuestrada. Había nacido en Santa Fe y estaba casada con Luis Enrique Ulmansky. Su hermana Alicia siente que la disfrutó muy poco porque la arrancaron "con violencia, crueldad e injusticia" y dice que su muerte como la de sus amigos y la de tantos jóvenes marcó la historia para siempre".
De Luis Ulmansky, que tenía 24 años cuando lo mataron y había nacido en Moisés Ville se sabe que estudiaba psicología y trabajó algunos meses en el Banco Comercial Israelita de Rosario.
Los dos serán recordados el martes como parte de la juventud que deseaba un país más justo y solidario y como víctimas del terrorismo de Estado.
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