Mié 30.01.2008
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS

Fragmento de "Al sol"

› Por Carlos Antognazzi *

- Era grande como una casa -dijo el tipo entre los huecos que dejaban los dientes faltantes-. Algo nunca visto.

No quería ser descortés en mi primera visita y suponía que escucharlo era parte del ritual. Ana estaba en la playa y yo había decidido pasar un rato en el bar del morro, gozando de la brisa y la vista sin quemarme en exceso. Delante nuestro había una mesa enclenque, y más allá y abajo la playa y el mar. La luz era intensa, y me había dejado los lentes puestos. Bebí un trago de lo que me habían servido. Lo único reconocible era la rodaja de limón y el hielo. El tipo había pronunciado el nombre incomprensible de la bebida y el dueño del bar se había marchado a prepararla. Cuando la trajo probé con desconfianza. Tenía una débil semejanza con el ron, aunque no era. Quizás llevaba ron, pero allí también había otras cosas.

- Un cetáceo -dije, mirando el mar.

Me dio cierto orgullo de hombre de mundo utilizar una palabra que suponía difícil para el tipo.

- ¿Un qué? -preguntó.

- Un cetáceo, una ballena.

- Ah -se calmó-. No, para nada. Ese bicho era otra cosa. Más grande, además.

- ¿Más grande que una ballena?

- Enorme -afirmó.

Quizás se vengaba por lo del cetáceo. La vida allí debía ser aburrida y de alguna manera tenían que divertirse. No podían perder la oportunidad del verano, cuando el pueblo se llenaba de turistas. Más allá de las redes y las embarcaciones el mundo era algo brumoso del que no podían esperar nada más que los bañistas en vacaciones. Mientras tanto se dedicarían a prolongar las sobremesas y acortar las tardes de lluvia contando historias.

- No me diga -murmuré.

- Usted no me cree -dijo-, pero era un bicho grande de verdad.

- ¿Y cuándo fue eso?

- ¿En qué época dice usted?

Asentí.

- Hace mucho, cuando la bajante.

- ¿La bajante?

- Cuando el mar se fue para adentro. Quedó una playa enorme, pura arena y piedra nomás. Tuvimos muchos problemas porque teníamos que ir hasta la costa para pescar. El agua estaba cada vez más lejos, ¿se hace idea? Al final nos tuvimos que mudar hasta la orilla. Pero lo mismo, cada tanto había que levantar el campamento y volver al agua, que ya estaba más lejos de nuevo.

A medida que avanzaba se iba distanciando de la realidad para adentrarse en un mundo que seguramente inventaba para cada cliente. Convine en que no era mala idea. Más de un turista se quedaría un par de tragos más para terminar de escuchar. Me pregunté qué ganaría el tipo con eso. ¿Comida? ¿Bebida?

- No me diga -repetí, socarrón, mirando el mar.

- De verdad.

Insistía en contarme una historia que no me interesaba, y se lo dije.

- Disculpe -se retractó.

- Nada personal, ¿entiende? -tampoco quería ser grosero.

- Le contaba por su trabajo nomás.

- ¿Mi trabajo? -me extrañé.

- ¿Usted es escritor, no?

Lo había dicho como si se tratara de enterrador o algo así. Una mezcla de respeto y fabulación, distancia y misterio que me causaron gracia, pero que también me embriagaron suavemente; no estaba acostumbrado a que me lo preguntaran.

- ¿Cómo supo?

- Por su señora. Ella tiene un libro con su nombre, y además usted puso eso en el registro del hotel.

El libro y Ana, Ana y el libro. Una vez más se había encargado de hacer saber que era escritor. Y por las dudas mostraba el libro. Era gratificante, cómo negarlo. Al fin de cuentas el tipo tenía razón: yo también había dado esa profesión cuando firmé el registro.

- Claro -dije tratando de que la satisfacción no se notara-. Muy amable.

El tipo me miró a la defensiva, achicando los ojos.

- Primero pensé que me estaba cargando -expliqué-. Pero ahora veo que quería darme una historia. Le agradezco.

Me levanté para bajar a la playa. Quería nadar un poco antes de almorzar. El tipo me preguntó si quería conocer el resto de la historia.

- Después si quiere la escribe -terminó con una mueca.

Hice un gesto vago con la mano:

- A lo mejor.

- Venga mañana, entonces, y la sigo. Es buena.

Asentí, más anhelando salir del local que por verdadero interés. Afuera el sol era un disco blanco. La sola idea de que debía arriesgarme bajo esa luz me apabulló. Estuve a punto de regresar, pero ya tenía bastante cháchara por el día.

(Del libro homónimo de Carlos O. Antognazzi; Ediciones Lux, Santa Fe, 2002. Premio Provincial Alcides Greca 2007, categoría libro de cuentos editado).

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