CULTURA / ESPECTáCULOS
› Por Evelyn Arach
Ridiculizar los cuentos clásicos tal vez sea una sutil venganza porque, como ya se ha dicho, muchos de esos libros que nos gustaba leer antes de dormir, están empapados de un sexismo poco inocente. La escritora Graciela Cabal en su libro Mujercitas ¿eran las de antes?, hace un análisis imperdible: "Pensemos en los cuentos tradicionales. Las protagonistas suelen ser bellísimas, es cierto, pero más tontas que las vacas. Tan tontas como para comerse las cosas envenenadas, abrirles la puerta a los que quieren asesinarlas y confundir a sus dulces abuelitas con bestias feroces. Afortunadamente siempre logran salvarse de muertes espantosas gracias a la intervención providencial ¿de quien?: de algún Hombre. Un hombre que ni siquiera necesita ser príncipe. Porque para salvar a una mujer en peligro basta y sobra un leñador avispado o un cazador de corazón generoso (¿?). Entre los personajes de los cuentos tradicionales no recuerdo ninguna sastrecilla capaz de matar a siete de un golpe. Y decididamente no existe en esos cuentos ninguna princesa rosa o azul -tanto da- de besos capaces de despertar a la vida a bellos príncipes durmientes". La reflexión continúa pero nos deja pensando qué cuentos queremos seguir contando. Sin dramatizar ni incendiar recuerdos. Solamente para leer entrelíneas.
Y no hay que culpar de esta poca capacidad de valerse por sí mismas que tienen las heroínas sólo al francés Charles Perrault, autor de La bella durmiente del bosque, Caperucita roja, y La Cenicienta. En las versiones originales de esos relatos que publicó en 1697 no hay Cristo que las salve. Por ejemplo, según cuenta Charles Panati en Las cosas nuestras de cada día una vez que la Bella Durmiente es despertada con un beso es violada, abandonada y sus hijos ilegítimos se ven amenazados por el canibalismo. En la versión auténtica de Caperucita roja, el lobo aún no ha terminado de digerir a la abuela cuando se abalanza sobre Caperucita y la mata. Con el tiempo, algunos ilustradores decidieron que para velar el sueño de las niñas eran mejores los finales felices en los que ellas eran salvadas por hombres fantásticos, bellos y varoniles, pero también valientes y desinteresados a los que muchas mujeres seguirán esperando, sentadas, por supuesto.
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