Lunes, 18 de enero de 2010 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › MEZCLA DE PROCEDER DEDUCTIVO, SENTIDO DEL HUMOR Y ALTA PROEZA
Por Leandro Arteaga
Batman y Gatúbela comparten atractivo y repulsión. Sherlock Holmes e Irene Adler también. El film de Guy Ritchie, puesta al día del mejor detective del mundo, nos lo recuerda: fueron pocas las apariciones literarias de Irene en los cuentos de Arthur Conan Doyle, pero suficientes como para subrayar la misoginia holmesiana. Es que Irene (en el film, Rachel McAdams) hubo de ser el único contrincante capaz de engañar a Holmes. Motivo suficiente.
Nada impide encontrar un vínculo familiar entre Irene y la mujer gato de los comics: las joyas, el carácter inasible, el proceder por fuera de la ley, la consecuente ira masculina. El nexo entre Batman y Sherlock Holmes, de hecho, es de admiración. Batman surge en los cómics tanto desde el lápiz de Bob Kane como desde la influencia reconocida del personaje de Conan Doyle. El parentesco obtuvo su momento cúlmine en el 50 aniversario de la legendaria revista Detective Comics, cuyo número 572, de agosto de 1980, supo aunar a ambos personajes en una misma historia. Desde la portada, podíamos ver cómo Batman y Holmes observaban con interés compartido el ejemplar número 27 de la publicación, aquél donde apareciera por primera vez, en 1939, el propio Batman.
Si bien la interpretación de Robert Downey Jr. desestructura el imaginario holmesiano, al volver a su personaje tan sucio y decadente como su misma Inglaterra victoriana, no por ello quedan afuera los principales atributos o rasgos del detective. Lo que ocurre y distrae es que el Holmes de Downey está a la par de las proezas de tantos personajes de historietas que, como Batman, han conocido oportunidades cinematográficas. En otras palabras, si Batman surge en los comics porque Holmes fue primero, éste renace ahora al cine bajo la lupa de tantos otros superhéroes actuales y de éxito probado.
Es así que nos encontramos con un Holmes hiperactivo, humorístico, sardónico, sucio, irónico y atleta. Pensándolo bien, ninguno de estos atributos son ajenos al Holmes de origen, lo único que cambia es su manera de plasmarlos. En este sentido, Guy Ritchie aporta su dinámica de relato, tan del gusto del espectador actual pero, afortunadamente, con un acierto mayor y diferente del que suponen sus anteriores films, todos iguales y peores entre sí (Snatch, RocknRolla).
De modo tal que, sin temor a equívoco, podemos catalogar al actual Holmes como una mezcla entre el proceder deductivo, el sentido del humor, y la proeza superheroica. Y si bien la imagen que nos precede, atildada y refinada, es la que nos sigue gustando (gracias a magníficas interpretaciones, como las de Basil Rathbone o Peter Cushing), habrá que reconocer que la tarea intelectual de Holmes no deja de ser analogable a cualquiera de las capacidades extraordinarias del superhéroe que más -o menos nos guste. Un Sherlock Holmes, en otras palabras, que comparte panteón con los héroes de hoy día, pero sin por ello renunciar a sus rasgos menos correctos (y que el espectador descubra dónde el film hace referencia a la drogadicción del detective).
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