Lun 10.01.2011
rosario

CIUDAD › OPINIÓN

Planteos que condenan a las mujeres con embarazos no deseados

› Por Alicia Simeoni

Los embarazos no deseados casi siempre generan conflictos. Es del orden del respeto por los demás que cada mujer pueda resolver la situación que enfrenta con la mayor libertad posible, y sin tener que esconder las sensaciones y sentimientos que el atravesar por esa situación le genera: miedo, rechazo, culpa, confusión y tantos otros. Sin embargo, esta realidad tan antigua como la humanidad nunca pudo ser aceptada por algunas religiones, sobre todo la Católica, cultora, como estructura, del pensamiento único que de manera permanente juzga, condena y coloca en un lugar de desvalorización y de demonización a quienes no adhieren a los postulados que pregona.

En consonancia con los conceptos primordiales que se sustentan, la mujer tiene asignado el rol de la reproducción sin que se contemple ningún espacio para el placer, tampoco para que pueda decidir si quiere y cuándo ser madre, ya que además se cuestionan los métodos de anticoncepción que no entran en la categoría de los ?naturales?. El proyecto de Silvina Frana, en esencia, no difiere de otros que a lo largo de nuestra historia como Nación se presentaron para que la mujer encuentre su tope, no pueda ser escuchada y no se respete su voluntad como sujeto de derecho. Luego, que se la condene a cumplir con lo que quienes se arrogan el derecho de decidir por todas y todos, trabajan para convertir en ley. ¿Es que en algún momento los cultores del autoritarismo piensan que el pasar por un aborto, los calificados como terapéuticos o no, depara una situación divertida, que se puede enfrentar con superficialidad y sin marcas? Tamaña estigmatización y cosificación de la mujer cuesta entenderse, sobre todo cuando se pretende legislar sobre un tema que abarcará a un universo tan importante de personas.

Por otra parte, resta preguntarse si quienes sostienen estas posturas no tienen en cuenta que los abortos se practican pese a las prohibiciones, en situaciones de ilegalidad y de suma exposición y peligrosidad para aquellas mujeres que no pueden pagar los tres mil, cuatro mil o cinco mil pesos que se cobran para hacerlo en lugares sólo "medianamente" seguros. ¿Qué lleva, entonces, a una mujer, de quien podría ser esperable la solidaridad y comprensión de los padecimientos de género, a esbozar un proyecto que tiende a maniatar la decisión que pueda ser tomada en caso de violación, de enfermedad o simplemente porque se considera que no es el momento adecuado, el elegido, para ser madre? La respuesta biologicista no es la adecuada porque es sabido que hay distintas corrientes del pensamiento, y de la producción científica, que sostienen distintas posturas acerca del comienzo de la vida, de la conciencia y de la posibilidad de expresión de los sentimientos.

La otra, la respuesta basada en una ética del humanismo, en el convencimiento de que todos y todas tienen derecho a decidir, es la que cuesta adoptar, internalizar, hacer parte de las convicciones, porque para ello hace falta respetar a quienes son creyentes y a quienes no, en definitiva al universo de personas que componen el mundo. El artículo 1º del proyecto en cuestión habla en su última parte de que todos los derechos humanos deben considerarse armónicamente "no pudiéndose negar la aplicación de uno por invocación de otro". Aquí ya se cerraría el acceso al aborto terapéutico. Y el 2º artículo formulado, más terrible y fundamentalista, habla de la contención hacia mujeres embarazadas como producto de una violación o que estuvieran cursando una enfermedad que pusiera en riesgo sus vidas. ¡Cuánto hay por hacer de parte de legisladores si de verdad se quiere trabajar en función de la vida!: mata la pobreza, la indignidad de niños y adolescentes sin futuro, la lluvia de glifosato que genera enfermedades, pestes y anula vidas, también de quienes están en el vientre materno, sin que se diga nada, o casi nada, porque los intereses económicos de los hacedores de la muerte buscan y encuentran todos los atajos para seguir adelante. Sacarse la venda y ser mejores personas implica entender que no todos pueden pensar lo mismo. Esto, desde el comienzo de los tiempos, hace a la condición humana que sería deseable tener como valor superior.

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