CULTURA / ESPECTáCULOS
› Por Magdalena Aliau
Una de las páginas más bellas de La Ilíada es la escena del encuentro entre Aquiles y Príamo, donde el anciano rey de Troya va a rescatar el cuerpo de su hijo Héctor. Es allí donde se sintetiza el horror de la guerra: el sufrimiento, la crueldad, la muerte, en fin, la pérdida. Es en el rescate de Héctor, cuando el homicida y el suplicante se encuentran: Aquiles ve en Príamo a su padre, Peleo; Príamo ve en Aquiles a su hijo Héctor y a todos sus hijos desaparecidos. Es el rey de Troya quien besa la mano del asesino de sus hijos, anulando, paradójicamente, la distinción entre el vencedor y el vencido, mostrándonos el destino común de los guerreros en combate: la muerte, tarde o temprano. El diálogo entre ambos es magnífico, digno de una nueva lectura del último canto del poema al que se ha titulado Rescate de Héctor, que es, precisamente, la búsqueda del cuerpo del hijo por parte del padre para rendirle honores fúnebres. Episodio que le valió a Peter O'Toole un justo Oscar por su actuación en Troya, una burda parodia de Homero.
Este instante épico, esta búsqueda del cuerpo, nos da una nueva perspectiva sobre los héroes. No es solamente la tragedia de la guerra, la búsqueda de la gloria, la excelencia en el combate, la juventud; sino también las pasiones, la venganza y el poder; junto a la compasión, el reconocimiento del otro, tan sometido al dolor y a la muerte como cada uno de nosotros en nuestra precaria humanidad.
La Ilíada finaliza con los funerales de Héctor. Russell Crowe debería haber tomado nota, de manera atenta, de esta sabia decisión homérica.
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