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Las vacaciones nunca son un problema... ¡son varios problemas!

¿Dónde vamos? ¿Dónde queremos ir? ¿Para cuántos días nos va a alcanzar la plata? ¿Para cuántos miembros de la familia nos va a alcanzar la plata? ¿Cómo sorteamos quién va y quién se queda? ¿Qué hacemos con el perro? ¿Y con el gato? ¿Y con el canario? ¿Y con los novios/as de nuestros hijos/as? ¿Quién vigila la casa para que no nos roben? ¿Quién vigila al que vigila las cosas para que no nos robe? ¿Cómo llevamos el equipaje? ¿Cómo nos organizamos con nuestros/as ex para turnarnos y que los chicos se queden con ellas/os mientras nos vamos de vacaciones y con nosotros mientras se van ellos... digo al revés? ¿Cómo convencemos a los chicos para que dejen la computadora? ¿Y para que dejen de gritar un rato? ¿Cómo hacemos para salir con nuestros hijos, nuestra nueva novia, sus hijos, los de su ex, los de nuestra ex que se encariñó con nosotros, los de los vecinos que se quieren tanto, los novios y novias de todos ellos? ¿Cómo, cómo, cómo, cómo cóooooooomo?

Sí, lector, las vacaciones son un gran, un inmenso, un gigante COMO que no termina nunca de decirse. Y pensar que son el símbolo de nuestro merecido descanso. O que eso es lo que nos hacen creer los medios. Pero la gente no es tonta... está cansada, sí, pero no es tonta. Por eso se va cada vez menos de vacaciones, no cae en la trampa, manda a los chicos a la colonia, al campamento, a la casa de la abuela, a lo del ex, a la pileta, al colegio a ver si de casualidad hay clase, a la esquina a ver si llueve, al taller de la perinola, al curso de ingreso, a la terraza, al cine, a la iglesia, al supermercado, a donde sea... ¡y se queda en su casa! ¡O en la oficina!

Porque todos quieren descansar, todos, todos quieren, queremos, queréis descansar.

Por eso este suplemento: una verdadera guía acerca de qué hacer con los chicos durante esos extraños días en los que están de vacaciones.

Hasta la semana que viene, lector.