Sábado, 14 de mayo de 2011 | Hoy
Por Rudy
Buenas, lector, ¿cómo le va, en qué anda? ¡Vio, ya pasaron un montón de fines de semana largos! Digo, ese marzo, hasta Semana Santa, tuvimos varias oportunidades de recorrer el país a lo largo y a lo ancho, a lo gordo, a lo corto, a lo alto, a lo bajo, a lo flaco y a lo angosto. ¡Ya se sabe, el tamaño del país no importa, importa su calidez y su calidad, la calidad de su gente, de sus productos, de sus votos, según cierta extraña afirmación que escuchamos azorados hace no mucho tiempo, de parte de alguien que quería ser presidente de todos los argentinos, más allá de la calidad de los votos de cada uno! Finalmente, podríamos decir, el problema no son los “votos de calidad” sino los “votos de castidad” que hasta ahora ningún político propuso (por suerte) quizá porque no suman votos (ni votantes, ya que con la castidad, entre otras cosas, no se aumenta la población, dicen).
Disculpe la digresión, lector, aunque es probable que no sea la única en este texto. A la vez, le advierto, no pienso hacerme cargo de las cometidas por otras personas, aunque sea yo mismo quien dé cuenta de ellas. ¿Qué dice, qué dice? Se preguntará usted. Le cuento: digo que esta semana hemos sido testigos de unas cuantas “digresiones”, por las dudas, aclaremos: el diccionario dice que una digresión es un “efecto de romper el hilo del discurso y de hablar en él de cosas que no tengan conexión o íntimo enlace con aquello de lo que se esta tratando”. O sea, que si alguien estaba “tratando” de ser presidente, y luego “rompe el hilo de su discurso, y habla de ser gobernador de la ciudad, está haciendo una digresión, ¿estoy siendo claro? O que, si alguien es precandidato de un partido, y de pronto interrumpe una elección interna y se presenta como candidato, pero por otro partido, cambia su discurso, está cometiendo una digresión. O que si a alguien le preguntan cómo gobernaría, y a lo único que atina es a enumerar errores de otro gobernante, pero no tiene explicación alguna para que nos enteremos cómo arreglaría él estos temas, está cambiando el eje del debate, otra digresión, sí. Porque, querido lector, el tema (y disculpe esta nueva digresión, esta vez a mi cargo),. De los que a veces se olvidan los que “votan a uno para que no gane otro”, es que aquel que han votado puede llegar a ganar, y en tal caso, va a tener que dejar las críticas de lado, y empezar a hacer cosas, o las críticas se transformarán automáticamente en “autocríticas”.
Aclaro que en lo personal no tengo absolutamente nada contra las digresiones, que yo mismo las hago (como en este texto), y que no existe penalidad alguna en el Código Civil ni en el Penal, para quien las cometa, pero hay que tener en claro, que el otro, quien nos escucha, puede no seguirnos si no le mostramos nuestro nuevo rumbo con claridad, si no se lo explicamos. Si le decimos “Síganme, que no los voy a defraudar” y ya está. O si bailamos para mostrar que vamos a ser buenos gobernantes. O le cambiamos en el nombre pero volvemos a estrenar la misma película. O no nos importa el público, mientras tengamos buenas críticas nuestros amigos de siempre. O si el presupuesto no nos da para un largometraje nacional y limitamos la peli a Capital, pero le echamos la culpa a las inclemencias del público. O, como decíamos al inicio de esta nota, ya recorrió todo el país en los fines de semana largos, y ahora prefiere “descansar en la capital”. Quizás quien nos escuche termine opinando que “nuestro discurso es de baja calidad”.
Como sea, lector, ahora todos quieren a mi Buenos Aires querido, espero que arreglen el farolito de la calle en que nací, que “bajo su amparo, no haya desengaño” y, claro está, que después de las elecciones no haya penas, ni olvidos.
Hasta la semana que viene, lector.
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