› Por Rudy
¡Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé!” ¿Ya lo sé o es un mito más? ¿Y si el mundo fue un lugar hermoso, lleno de flores y mariposas, y hombres y mujeres dispuesto/as al placer, ecológicamente responsables y con un gran sentido del humor, pero un día inventaron la televisión y se pudrió todo?
¿Y si eso también es un mito, y el mundo era un lugar aburridísimo en el que las mujeres rezaban todo el día y los hombres marchaban a la guerra para poder huir de sus esposas y hablar un poco de deportes con otros hombres, antes de enfrentarse y luchar a muerte?
¿Y si eso no es otra cosa que una vil patraña creada por un importante productor de largometrajes, y en realidad el mundo es plano, está rodeado por un abismo y sostenido por una gran tortuga, la que a su vez está sostenida por tres elefantes que están sostenidos por un conejo que corre sobre una gran pelota de rugby que está sostenida por un perro que está a punto de estornudar y mandar todo al joraca?
¿Y si eso no es más que una fantasía, y en realidad el mundo fue creado por una divinidad, que trabajó seis días y descansó el séptimo, y justo antes de irse a apoliyar, en el último minuto, en medio de bostezos, creó a un tipo; después, ya soñando, le sacó una costilla y creó una mina, y les dijo ‘¡nada de sexo!’, y se cayó frito, mientras ellos –ñaca-ñaca– le desobedecían calurosamente?
¿Y si nada de eso fuera cierto, y el mundo es el resultado de un estallido de moléculas que se dispersaron en un orden azaroso y caótico, disparando energía para acá y para allá?
¿Y si en realidad somos todos simplemente parte de un sueño de un tipo que comió una parrillada mixta con mucho chinchulín, riñón y molleja, con lo cual el morfi le cayó más que pesado, y entonces está torrando desde hace rato, y cada vez que la panza le hace ruido creemos que es un terremoto; si el tipo va al baño, es un diluvio; y cuando se despierte, todo habrá terminado para volver a empezar la próxima noche?
¿Quién sabe? ¿Quién sabe? Nadie sabe, pero todos hablan, inventan, opinan, polemizan, sugieren, creen y hacen creer.
Y entonces salen los mitos que, si son tiernos, se transforman en “mimitos”; pero si los dejamos que se reproduzcan sin cesar, generan el proceso llamado “mitosis”; y si se duplican, cuadruplican, octuplican, dieciseiplican, treintadoplican, y así, hasta el infinituplican, llenan el mundo de falsas ideas, y no queda ni un solo lugarcito para nosotros, los seres humanos de carne, hueso y sueños... ¿O será ése otro mito más?
La realidad es que los mitos vienen desde hace mucho.
Está el mito de Moisés, el que dice que la hija del faraón lo chamuyó al viejo diciéndole que se había encontrado al pibe recién nacido en la canastita, inaugurando la teoría de que los faraones egipcios se creen cualquier verdura.
O el de Noé, que, según las almas inocentes, se metió con dos animales de cada especie y los miembros de su propia familia durante 40 días en un arca y lo único que hicieron fue mirar cómo caía la lluvia... ¡Daaaaale!
O el de David, que le ganó a Goliat con un hondazo, y a partir de allí se dijo: “Para ser rey, lo único que hay que tener es buena onda”. O el de Salomón y su fama de sabio, cuando en realidad para ser rey lo que hay que tener es un padre que sea rey y te deje el reino de herencia.
¡Y los griegos! ¡Dios mío! O mejor dicho ¡dioses míos...! ¡Cuántos mitos juntos! Casandra, que podía decir lo que iba a pasar en el futuro, pero nadie le creía, a diferencia de los medios, que dicen cualquier verdura y la gente les cree. O Aquiles, cuya madre, la diosas Tetis, lo metió en el agua para hacerlo inmortal, pero lo sostuvo del talón, y después lo llenó de espadas, escudos y lanzas... ¡una talonera, Tetis, una talonera necesitaba el pibe! Evidentemente la diosa griega era sobreprotectora como cualquier idishe mame.
Y si los hebreos y los griegos tienen mitos, los argentinos no nos quedamos atrás... para nada. Desde el origen de nuestra propia historia americana, cuando Colón llega acá y cree que llegó a la India, de ahí en adelante siempre creemos que estamos en otro lado, que puede ser mejor o peor, pero nunca es igual.
De ahí en más nos creemos los mejores, los peores, los más vivos o los más dolobus, pero siempre los más, siempre los más. ¡Y ni siquiera somos los más mitológicos!
De hecho, acaba de aparecer un libro, Mitomanías argentinas, en el que se cuentan todos esos mitos, pero eso no lo vamos a contar acá. Lo que sí vamos a hacer es chistes. Sí, chistes sobre nuestros mitos. Sobre lo que creemos, lo que imaginamos, lo que nos hacen creer, lo que les hacemos creer a los demás. Y todo eso.
Espero que nos riamos juntos de nosotros, lector, y que eso no sea otro mito más.
Hasta la semana que viene.
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