› Por Rudy
¡Cada vecce ma lindo ma lindo, cada vecce mecore mecore!” Mire, lector, acá estamos en verano, todos metidos en el calor de enero, algunos de vacaciones, otros trabajando, algunos bajo el sol, otros bajo el aire acondicionado, algunos gozando de noches de lujuria y pereza, otros espantando mosquitos, porque así somos los argentinos, diversos.
Pero en Europa están en invierno. Todos. Porque cuando acá es verano, allá es invierno. Y viceversa. Mal que le pese a la UE, que quizá quisieran estar todo el año en primavera, y que del invierno se hagan cargo los países deudores, que para eso están. No me extrañaría, por ejemplo, que para saber la sensación térmica de Grecia haya que leer los diarios de Alemania. Pero es invierno.
Y acá es verano.
Y muchos argentinos están de vacaciones. En la playa, en la sierra, en la quinta, en los lagos, en los glaciares, en los shoppings, en los divanes, en las calles. En todos lados se ven argentinos de vacaciones. Incluso en los aeropuertos, en las terminales, en las comisarías, en los cibercafés.
Así somos, cosmopolitas.
Y cuando estamos de vacaciones, nos ponemos a imaginar, a proyectar, a fantasear. En medio del mar, mientras la ola se va acercando, mientras calculamos si se nos va a mojar la malla, mientras verificamos que la rompiente no nos dé justo en los testículos (u ovarios, cada uno lo suyo), soñamos...
“Uy, cómo me gustaría ser astronauta”, comenta Gerardo, mientras sus tres hijos le reclaman panchos porque se acerca un vendedor. “¿Vos que apenas te las ingeniás para caminar por la calle sin caerte, querés ir a la luna?”, le rompe la ilusión su simpática compañera, o su cuñada, que vino a pasar unos días con la familia, o el vecino de la carpa de al lado, molesto porque Gerardo le tapa o el sol, o porque no se lo tapa, depende de la hora y de para dónde haga sombra. Pero Gerardo sigue soñando
Así somos, soñadores.
“A mí me gustaría hacer un viaje por la selva”, dice Guadalupe, mientras lambetea el conito, seudo cucurucho de crema y chocolate que acaba de comprarle al vendedor ambulante, a pesar de que sale el doble que si lo comprase en el kiosco, a media cuadra de allí. “¡Pero si vos casi no venís a la quinta porque decís que hay mosquitos y que no querés estar sin aire acondicionado!”, le recrimina Belén, esa amiga que nunca falta, o Fer, un novio a punto de dejar de serlo, o María, su abnegada madre, o Ramiro, eventual touch and go. Pero Belén fantasea.
Así somos, fantasiosos.
En febrero, ya, dentro de muy pocos días, va a haber elecciones en Italia. Sí, en medio de la crisis, en medio del invierno, quizás en medio de la porción de pizza, del partido de fútbol o de la filmación de la comedia más grotesca que hayamos conocido, los italianos, tan (o más) soñadores, fantasiosos e imaginativos como nosotros, van a elegir nuevas autoridades. Van a decidir quién los va a seguir ajustando más aún, o quién va a decir que los ajustes son inhumanos, pero que lamentablemente no pueden dejar de hacerlos. O quién les diga: “No hablen tanto del ajuste, ¡miren qué linda novia tengo ahora!”. Porque ésa es la nueva táctica de la derecha. Ya que ellos no pueden seducir al electorado, buscan una hermosa mujer que los acompañe y les sume votos.
Y José, argentino de vacaciones, lee el diario, se entera de las elecciones en Italia, tierra de la que vino su nono (gracias a lo cual él tiene el pasaporte correspondiente) y dice : “Uy... ¡cómo me gustaría ser diputado en Italia!”. “¿Vos, que ni siquiera sabés cuál es el horario en el que hay que sacar la basura?”, lo podría cortar su esposa (nada que ver con Carla Bruni), su jefe (si tuvieron la mala suerte de que veranee en el mismo lugar, y en la carpa de al lado), su hijo adolescente (aunque esto es más difícil: es posible que el hijo piense decírselo, pero lo postergue para otro momento) o el vendedor de helados, en un infructuoso intento por llamarle la atención.
José, ¡hay muchos argentinos que piensan como vos (o como usted, o como “lei”, ¡ya que hablamos de Italia!). Y más que pensar, han puesto “mani a la obra” y ya están candidateándose por todo el país, o al menos en la capital, llenando las calles, las veredas, los colectivos, con afiches que los promueven a la gloria legislativa.
Uno puede preguntarse: pero si a este tipo en Argentina no lo votaría ni el loro, ¿por qué se presenta para candidato en Italia? Déjenlos soñar, déjenlos fantasear, que si ganan, se van unos años para allá. Nos vemos la settimana que viene, lettore.
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