Sábado, 3 de agosto de 2013 | Hoy
Por Rudy
¿Cómo dice que le va, lector? Se lo pregunto de esta manera porque es lo que está de moda hoy en día: lo que uno “dice” no es necesariamente lo que a uno “le pasa”.
En algún tiempo era común que la gente ocultara sus miserias (o lo que consideraba sus miserias, aunque no lo fueran), por una cuestión quizá de dignidad, vergüenza o pudor, o al revés, de mera vanidad, de querer mostrar que uno “tiene”.
Entonces, si eras rico te hacías pasar por muy rico, y no atendías el teléfono “porque estabas de viaje por Europa”, aunque en verdad estabas encerrado en el baño de tu casa.
Si eras clase media, imitabas a los ricos y te comprabas una casa que no podías (y ellos, si estaban simulando, tampoco) o “la alquilabas para la foto”, tal como alquilabas un traje smoking para no tener que ir al casamiento de la sobrina de la prima de tu cuñado con el mismo traje que usabas para la oficina. Ella a su vez te invitaba a su casamiento “para que veas la fiesta que se mandó”, llena de mozos, fotógrafos, artistas o mozos que sacaban fotos y actuaban entre plato y plato, para que “parezca”.
Y si eras pobre, tratabas de que nadie se enterara. Eras el primero en pagar la cuota del colegio de tus hijos, hablabas de todo lo que querías comprar, te hacías socio de clubes aunque sea para tener el carnet con el que poder vanagloriarte, y capaz que pronunciabas palabras en idiomas extranjeros que no conocías, porque creías que los de clase media eran más cultos que vos.
Si eras político, tratabas de que todos creyeran que tenías propuestas interesantísimas, que tenías impresionantes ideas con las que el mundo, o al menos el continente, o el país, o la ciudad, o el barrio, o el edificio en el que vivías, iban a mejorar “para siempre”. ¡Ah, sí, porque las promesas eran para siempre, sea la de matrimonio, pan, educación o colesterol bajo!
Y si eras empresario, tratabas de dar una imagen de seriedad, de legalidad, de que tenés todo al día, de que la empresa es una gran familia donde todos van creciendo y desarrollando sus potencialidades.
Lector, todo cambió. Usted lo sabe. Y vuelvo aquí al usted, para subrayar ese cambio. Hoy en día, los que están bien tratan de que parezca que están mal.
Hubo manifestaciones, y de buena concurrencia, reclamando... ¡¡¡Dólares!!! Hubo gente que fue a protestar contra el gobierno argentino ¡en Europa y en EE.UU.! ¡Hay medios que son capaces de invertir una fortuna en demostrar que no la tienen! ¡Los grandes terratenientes se disfrazan a sí mismos de “el campo”, como si estuvieran en las mismas condiciones que sus peones!
¡Están los que ponen su casa a nombre de la tataranieta que aún no ha nacido, para no pagar impuestos! Y si eso ayuda a conseguir ayuda económica, no va a faltar quien falsifique su recuento de glóbulos rojos, para demostrar que está por debajo del “mínimo no imponible”.
¡Los que antes eran de la izquierda más pragmática ahora piden “un milagro” para conseguir los votos necesarios..! ¿Votos de pobreza?
Todo eso ¿será porque se acercan las elecciones? No lo sabemos, pero si así fuera, ¡cuidado, porque después se hace costumbre! Simular es una verdadera adicción, una epidemia que afecta a gran parte de la ciudadanía mundial. Es tremendamente contagiosa. NO se va con lavandina, ni con alcohol en gel, ni usando preservativos. ¡Ojo al piojo, lector, ojo al piojo!
Pero no solamente se vienen las elecciones. También, y mucho antes, ya, ya, vuelve el fútbol... por los puntos. El campeonato. El Inicial, Apertura. O como gusten llamarlo en esta oportunidad. Antes uno iba a la cancha a alentar a su equipo favorito. Ahora el fútbol es considerado un “deporte de alto riesgo”, pero no en el rubro “jugar” sino en el de ser “espectador presencial”.
Cambió.
Y entonces, se toman medidas. Una idea es la “tarjeta identificatoria”, que al parecer pronto estará en uso y permitirá, antes de entrar a la cancha, que una computadora lo autorice, si usted es quien dice ser, no es violento, tiene todo en regla, se puso desodorante, no comió alimentos que den mal aliento y se lleva bien con su ex. Todo se sabe.
Otra es la idea de admitir “solamente hinchas locales”. Como en esas casas en las que sólo entran “los de la familia”, jamás invitan a nadie. Quizá sea un poco prejuicioso pensar que “entre los hinchas del mismo equipo no se van a pelear”, ya que suelen ser cuotas de poder –y no “sentimientos similares hacia equipos diferentes”– lo que lleva a los enfrentamientos. Pero bueno, ya se verá.
Mientras tanto, nosotros les traemos el tema, a nuestra manera, de la mejor forma que nos sale. Sin simulaciones. Con chistes.
Hasta la semana que viene, lector.
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