Sábado, 9 de noviembre de 2013 | Hoy
Por Rudy
¿Cómo le va, lector? ¿Cómo está usted? Hace una semana que no nos vemos, ¡cómo pasa el tiempo! No, justamente esta frase debería ir entre signos de pregunta “¿cómo pasa el tiempo?”. Porque si hay algo que hombres, mujeres, niños, niñas, tamagochis y perfiles no terminamos de entender es justamente eso: el paso del tiempo.
¿Cómo definir el tiempo? Según los diccionarios, lo podemos definir como “la duración, la edad, la continuidad”, como “actos”, como “dimensión infinita divisible en partes convencionales”, como “dinero” (Time is money), o como
lo que pasa mientras los brutos quedan;
lo que pasa y nos vamos volviendo viejos;
lo que cuando es malo, hay que poner buena cara;
el implacable, el que pasó y siempre una huella triste nos dejó;
el que te quede libre si te es posible dedicalo a mí;
el para el tiempo y un rato más;
el que traerá alguna mujer, una casa pobre y años de aprender;
el que para Kusturica era “de gitanos”, para Chaplin “modernos”, para Tarantino “violentos” y para Tony y Douglas, un túnel en el que quedaron atrapados.
Estamos complicados, lector, si queremos definir el tiempo. Nos llevaría muchísimo tiempo hacerlo, quizá toda la vida, y probablemente no llegaríamos a una definición que nos convenciera, y entonces pediríamos “dame más tiempo”.
El tiempo puede ser nuestro mejor amigo, desplazando al perro, Puede ser “ la medicina de los humildes”, como decía Napoleón. Puede ser el que todo lo resuelve, o que el que transforma la tragedia en comedia, según algunos autores.
Y también puede ser nuestro más terrible enemigo. El que nos juega una carrera que siempre nos gana, como dice el refrán, aun si nos da toda una vida de ventaja. Cuántas veces uno escucha, ve, percibe a alguien involucrado en “la infructuosa lucha del hombre (y la mujer) contra el tiempo”.
n Cuando un hombre está manejando, tal vez un taxi, y no puede esperar ni un minuto para avisarle a su mujer por celular que ya mismo ponga a cocinar los ravioles, hecho que se transforma en más importante aún que mirar si del otro lado viene alguien, y cuyas consecuencias pueden ser temibles (que no llegue a comer los ravioles).
n Las personas que soportan que “la juventud, divino tesoro, se vaya para no volver” y mandan su propio cuerpo a la guerra contra el paso de los años. El bisturí intenta dejarlos como eran, o como hubieran querido ser, para mantener la ilusión de que siguen teniendo “los músculos, la piel y las durezas” de los 20, a los 65, Pero el problema es que quizá la cabeza sí se quedó atrasada, en los 20, y la idea es frenar al cuerpo, para que se adecuen.
n Al revés, hay quienes están ya en el futuro. Niños de tres años, meses, días, horas, minutos de edad que manejan más tecnología que la que son capaces de nombrar o percibir, y creen que el mundo es esa burbuja que los hace “estar comunicados”. Y les impide, en cambio “comunicarse”, en una especie de “tecnoautismo siglo XXI “que hará las delicias de los psiquiatras dentro de algunas décadas”, tal vez.
n Y no dejemos de lado la política. Ni a los políticos. En la Argentina, por ejemplo, están los que viven dos años adelantados, Ya están en 2015. Y quieren contagiarnos a los demás. Cuentan con algunos medios, y en vez de tratar su propia “desorientación temporal/cuando no témporo-espacial (creen que están en Estados Unidos y la moneda es el dólar)” con un buen psiquiatra, psicoanalista, clínico o lo que cuadre, nos tratan de convencer a todos de que los años que vienen ya vinieron.
n Cierto es que también existe la gente que trata de mantenernos en el pasado para siempre. Con terapias apocalípticas, o simplemente negadoras, nos intentan convencer de que la Tierra es plana, de que nada ni nadie cambia, de que la ciencia es diabólica y el sexo, peor aún.
Y después, están las unidades, extras dimensiones convencionales de lo infinito: año, mes, día, segundo, y sus versiones poco convencionales: “el rato”, el ratito” el “ya voy”. El “después”, la medida predilecta y quizás única de los adolescentes. El “el lunes empiezo”, fórmula témporodietética que nos sirve para indicar el momento en el que hemos de iniciar una dieta, ejercicio físico, abstinencia grasa, alcohólica, sexual o logorreica, monogamia, castidad, clausura en un convento, una nueva carrera, o lo que sea.
Los adolescentes tienen su superhéroe “Procastineitor”, también llamado “El Postergador”. Alguien lo llama en auxilio, le implora: “¡Muéstranos tu poder, Postergador!, y el superhéroe lo mira con expresión distraída, y casi sin proponérselo dice: “Después lo hago”. Como si el después siguiera siendo ahora.
Los ancianos, a veces, dicen: “Quiero hacer tal cosa por última vez”, sabiendo, o sin saber, que no es la última vez que lo van a hacer, ni a decir.
La incertidumbre –siempre la incertidumbre–, nuestra compañera de juegos, nuestra rival, o nuestra amiga, depende de cada uno, de cada momento.
Y esta semana, lector, nos quisimos tomar un ratito, frenar un poco nuestro alocado, virtual y tecnológico existir, nuestro tuiteado feisbukeado celularizado cotidiano, para tomarnos un café, un mate, un largo vaso de lo que usted guste, mientras los minutos, las horas, los segunditos o los momentos pasan, y nosotros, los de entonces que según Neruda ya no somos los mismos, seguimos haciendo chistes, a pesar, o a favor, del tiempo.
Hasta la semana que viene, o sea dentro de 7 días.
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