› Por Rudy
¿Vio lector que todo cambia? Y no estamos hablando de las monedas, lector. Porque si habláramos, podríamos decir que, hasta 1969, se usaba el peso moneda nacional, luego vino el peso ley (con dos ceros menos) que duró hasta 1983. Ese año, los militares, los de la dictadura –¿se acuerda?– antes de irse, en medio de los “se van, se van, y nunca volverán” con que millones de argentinos tratábamos de acompañar su poco feliz salida, se dijeron: “Nosotros destruimos la producción, la cultura, la red social, la economía, los vínculos, la confianza, la educación, los valores, pero ¡al peso no le hicimos nada!” ¡Y entonces le sacaron cuatro ceros al peso! (tuvimos suerte de que no le sacaran también el “1”, poco faltó).
Crearon el “peso argentino”, que tenía muy poco de peso (ya había perdido 6 ceros), y no gran cosa de argentino, si pensamos que fue el resultado de la economía liberalísima (no era neo, todavía) de Martínez de Hoz, cuya estatua en Taiwan quizá todavía reciba ofrendas florales de algún fabricante de chucherías enriquecido.
El peso argentino les duró dos añitos, no more. Porque Don Juan Austral (el autor del Plan Vital) –¿o era al revés?– inauguró allá por el ’85 la “‘primera temporada del ajuste democrático” y ya que estaba le sacó otros tres ceros al peso y promovió el “desagio”, que es como un “presagio”: ¡ todo se va a ir al joraca pero despacito!, empecemos la cuenta regresiva...10, 9...”.
Con nueve ceros menos, el peso, devenido austral, aguantó..., aguantó el Plan Primavera, el otro plan primavera, la híper... y cuando, de estar uno a uno con el dólar, pasó a estar “uno a diez mil” (yes, sir), feneció. Obitó. O lo mataron. Pero se nos fue.
Y el entonces polifacético Cavallo, que ya había estado con los militares, que en ese momento estaba con Menem, y luego estaría con la Alianza (sólo superado por Patricia Bullrich en la cantidad de veces que cambió, aunque en realidad él fue siempre el mismo), inventó la Convertibilidad.
“¡Argentina vuelve a tener dólar!”, decían todos (en realidad decían “peso”, pero como un peso era igual a un dólar, daba lo mismo). Y Cavallo usó la convertibilidad para convertir al país en... (el buen gusto, y el hecho de que hay niños que leen este suplemento nos impide decir en qué lo convirtió).
Y al austral le sacaron 4 ceros, o sea que del ’69 al ’92, fueron 13 ceros los perdidos: un peso era diez billones de pesos moneda nacional. Pero un solo dólar.
Y así llegamos al blindaje, el mecaganje y el corralait, que nuestros ministros de Economía supieron conseguir.
Todo un clásico el tema de nuestra moneda. Que el peso, que el dólar, que el euro, que la canasta de monedas, que el ahorro, que el oficial, que el ilegal, que el negro, que el turista, que el financiero, el ma non troppo. Todos.
¿Se seguirá hablando de este tema dentro de 30, 40, 100 años? ¿Quién lo sabe?
Porque éste, lector, es un suplemento sobre lo clásico. Y también sobre el futuro. Alguna vez se habló de suegras, de náufragos en una isla. De teléfonos públicos. De noviazgos en el zaguán. De fiestas de compromiso. De “virgen hasta el manicomio” (o hasta el matrimonio). Eran clásicos.
Y podríamos decir que ahora el clásico es el cambio, es la incredulidad del tipo que cuando nació no tenía teléfono, y ahora tiene tantos que cuando suenan no sabe cuál atender. De la tecnología que nos comunica y a la vez nos impide que nos comuniquemos (porque “ya estamos comunicados”). También, que hoy son un clásicos: los vínculos light, el amor virtual, los “touch and go”.
¿Y mañana, ehhh? ¡Cuáles serán los clásicos de mañana? No lo sabemos, lector, pero queremos compartir nuestra ignorancia con usted. Por eso este suple, lleno de chistes sobre clásicos de ahora, de entonces, y –¡vaya uno a saber!– de mañana.
Nos vemos la semana que viene, lector.
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