Sábado, 10 de mayo de 2014 | Hoy
Por Rudy
¿Cómo le va, lector, cómo anda? Se lo vuelvo a preguntar. Es que vivimos en un país, en un mundo, en una galaxia, en una ciudad, en un departamento..., mire, hasta en una computadora vivimos, y en todos esos lugares en los que vivimos al mismo tiempo pasan cosas, ¡también al mismo tiempo!
¡¡¡Y daaaale con el tiempo, y daaaale con el tiempo!!! ¿¡Pero a este tipo no se le ocurre otra cosa sobre la que escribir!? ¿Sabe lo que pasa, lector? Mire: Freud, y después Woody Allen, dijeron que más o menos todo, pero todo todo, podría reducirse a “Eros vs. Tánatos”, o sea, “Lo vital” (incluido el sexo, en un rol protagónico aunque no monopólico) vs. “Lo destructivo” (incluida la muerte, también protagónica, tampoco monopólica, pero podríamos decir que las demás cosas destructivas, si pudieran hablar, la llamarían “jefe”).
Freud habla entonces de las pulsiones (digamos, impulsos que provienen de lo inconsciente para alegrarnos o amargarnos la vida, lector) que responden a ambos dos equipos. Una de las películas más cómicas de Woody Allen (en mi opinión, de las mejores) fue la que aquí se conoció como La última noche de Boris Grouschenko, pero que en inglés se llamaba Love and Death, o sea “amor y muerte”. ¿Eros y Tánatos? Una formidable parodia de La guerra y la paz.
¿Vio que podía hablarle de otra cosa, lector? ¿O me va a decir usted que si le hablo de erotismo, de muerte, o de cine, finalmente también le estoy hablando de tiempo? ¡¿Ah, sí, me va a decir eso?! ¿Sabe qué, sabe qué? ¡Tiene usted razón, como siempre, como desde que nos conocemos, hace casi 27 años! (y otra vez el tiempo).
Bueno, lector, lo intentaré de nuevo. Mire, esta semana, el 5, se cumplieron 196 años del nacimiento, allá en Treveris, de Karl Marx. ¿Lo tiene? Sí, ese señor de cejas grandes y barba tupida que suele mirar con cara de enojado, que vivó en el siglo XIX pero sus ideas fueron “capitalizadas” ( perdón, don Karl) en el XX, demonizadas (justo a él, que no creía en Dios, ni en el diablo), tercerizadas, interpretadas, modificadas y unas cuantas adas más.
Y Karl Marx hablaba del valor de la fuerza de trabajo, de la plusvalía, y, algo así como que “las horas de trabajo que se necesitaban para producir algo afectaban su valor”. ¡Uy, dije horas!, ¡¡otra vez hablando del tiempo! ¡No puedo, lector, no puedo!
Ya sé, cambiemos de tema..., esta semana, pero no el lunes sino el martes, fue el aniversario del nacimiento de Freud...
Sigmund Freud, que en verdad se llamaba Segismund, pero perdió dos letras (tal vez en una mudanza). Otro que nació en el siglo XIX y revolucionó el XX. Nació en Freiberg (actualmente República Checa), pero a los tres años, corrido por la pobreza, se mudó a Viena (actualmente Austria), donde vivió hasta los 82 años, cuando, corrido por el nazismo, se mudó a Londres (actualmente Inglaterra).
Freud tuvo la osadía de meterse con la mente humana, y habla de algo que se llama inconsciente, otra cosa que se llama “narcisismo”, “principio del placer”, y la más escandalosa de todas, ¡¡¡¡sexualidad infantil!!!! Sí, no solamente dijo que los niños tienen sexualidad, sino que los adultos seguimos teniendo sexualidad infantil. ¡¡¡¡¡Como si en algún lugar de nuestra pervertida cabecita no hubiera pasado el tiempo!!!!! ¡Uyyyy, otra vez el tiempo!
¡¡¡¿Pero qué me pasa esta semana, este mes, este año, esta década, lector?!!! ¡Voy a tener que consultarlo con mi psicoanalista, me va a llevar como 50 minutos! (¡¡otra vez, otra vez!!).
¡Y eso que esta semana no tiene nada que ver con Einstein! Digamos, el que nos faltaba en el trío; con Marx y Freud, Albert Einstein puso al tiempo de protagonista en su Teoría de la Relatividad. Y no hablo de él porque nació en marzo y falleció en abril, y estamos en mayo... (bueno, igual todo es relativo, ¿no?)
Lector, todo esto vino a colación de mi pregunta sobre cómo estaba usted. Y el tiempo, para variar, nos fue llevando, llevando, como el musguito en la piedra... ¡ay sí sí sí!
Volvamos, entonces, no a los 17, como la canción, sino a los 18.
Hasta 1994, en la Argentina, los varones, a los 18 años (antes de 1976 a los 20), hacían la colimba (servicio militar obligatorio). O bien se salvaban por número bajo, deficiencias varias, excusas surtidas, etcétera. O, como en el caso de quien esto escribe, por pertenecer a la clase 56.
La colimba era un año en el que, con subordinación y valor, aprendíamos, sobre todo el valor de la subordinación. Quizás esto nos hacía ser muy útiles “para servir a la patria”, en un modelo en el cual la mejor característica de un ser humano era ser muy subordinado. Entonces, tras el tiempo que se la pasaba un año diciendo “sí, mi cabo; sí, mi sargento”, después salía a la calle y se la pasaba diciendo:
n ¡Sí, mi jefe!
n ¡Sí, mi encargado!
n ¡Sí, Padre!
n ¡Sí, señor que me dice por la tele que compre ese auto!
n ¡Sí, señorita que me llama gentilmente por teléfono para venderme algo que no necesito!
n ¡Sí, mi locutor que me dice cómo son las cosas más allá de cómo sean o de cómo yo mismo las vea!
n ¡Sí, mi terapeuta!
n ¡Sí, mi candidato que me promete y después no cumple!
n ¡Sí, mi papá!; ¡sí, mi mamá!; ¡sí, mi hijo; ¡sí, mi suegro!; ¡sí, señor chofer que no me para en la esquina!
n ¡Sí, mi banco!
Un modelo que servía para decirle que sí a todo. ¡Subordinación y valor...! O, como ya dijimos: ¡El valor de la su-bordinación!
Es cierto que ese modelo ordena. ¡Uno siempre sabe lo que hay que hacer... ¡Lo que te dicen que hagas!
Perder ese modelo nos puede llevar a la incertidumbre. ¡Uy, no sé qué hacer y no tengo ningún sargento que me lo diga! También nos puede llevar a la libertad..., aunque la incertidumbre no figure en nuestro himno, y su prima (sí, son parientes) aparezca tres veces en la primera estrofa.
Hasta la semana que viene, lector.
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