Sábado, 2 de mayo de 2015 | Hoy
Por Rudy
¿Cómo le va, lector, cómo está? ¿Qué tal, cómo pasó su día? ¿Cómo que “ qué día”, lector? Nosotros nos conocemos hace ya casi 28 años, y sabemos que usted –se dedique a lo que se dedique– es básicamente un trabajador. Un gran trabajador.
No vamos a decir que usted es “el primer trabajador” porque ese puesto ya está ocupado. Pero ¿el segundo?, ¿el tercero?, ¿el decimocuarto, para no ser soberbios ni fanfarrones? ¡Ese seguro que es usted!
¿Cómo podemos estar seguros sin que nos lleven presos como a Seguro? Porque lo conocemos, lector, porque confiamos en usted, y porque leer este suplemento implica –o al menos creemos, nos ilusionamos que implica– cierto trabajo, en el mejor sentido de la palabra, de su cabeza.
¡Así que si usted lee SátiraI12, y estamos seguros de que lo lee, es más, de que lo esta leyendo en este mismo momento, entonces, al menos para nosotros. usted “es” un trabajador, y por lo tanto lo saludamos porque ayer fue su Día Internacional.
¡Siéntase (y siéntese) orgulloso, lector. Usted comparte esa condición con millones y millonas de personas y personos. Es cierto, esto lo haría “poco original”, masivo, anónimo.
Bueno, si lo vemos desde una mirada estrictamente capitalista, puede ser. Pero si lo miramos a usted trabajando y le ponemos de fondo musical un tema de Silvio Rodríguez y una bella pradera en la que florezcan los girasoles y los proletarios, el paisaje es otro. Aunque parezca el mismo. (No me diga usted que en verdad el paisaje es el mismo aunque parezca otro, porque es tiempo de ser optimista o, al menos, de parecerlo.)
¡Cuánto trabajo, lector, cuánto trabajo!
Hablemos de trabajo, lector. Uy, qué tema. Inquieta a las personas desde hace siglos, milenios. Ya en los tiempos de Moisés uno de los Diez Mandamientos decía: “Trabajarás seis días y descansarás el séptimo”, Evidentemente Dios (o Moisés) no era demagógico. Cualquier asesor de imagen le hubiera dicho que para ganarse la voluntad popular debería decir: “Descansarás seis días, y trabajarás el séptimo”.
Pero los antiguos no sabían nada de campañas de marketing, aunque si lo pensamos bien sabían bastante más que nosotros. ¡Miren lo que duraron esos Mandamientos!”
Acerquémonos un poco en el tiempo. Hasta hace unos dos siglos, los que trabajaban eran mayormente llamados “esclavos”, o sea que el Mandamiento no se cumplía ni ahí: algunos trabajaban los siete días y no descansaban ni uno, y otros descansaban los siete, y ya.
Pero en estos últimos siglos se abolió la esclavitud, y entonces el trabajo se reguló de otra manera. Manera que fue cambiando con el tiempo.
Decía por ejemplo Martín Fierro, en “los ’70” del siglo XIX:
“Debe trabajar el hombre/ para ganarse su pan/ pues la miseria en su afán/ de perseguir de mil modos/ llama a la puerta de todos/ y entra en la del haragán”.
Romero y Bayón Herrera, varias décadas después, escribían la letra del tango “Haragán” en 1928, en la que entre otras cosas decían: “El coso debe siempre mantener a la fulana”. Y “haragán, si encontrás al que inventó el laburo, lo fajás”.
Evidentemente, la cultura, la ley, decía que era más aceptable el que se esforzaba que el que no.
En los ’40-’50 una de las veinte verdades peronistas nos propone “De casa al trabajo, y del trabajo a casa”. Verdad que se quedó algo en el tiempo en este siglo XXI, donde parte de la gente no puede ir de casa al trabajo ni del trabajo a casa, porque trabaja en su casa.
¿Y de qué trabajamos? Siempre hubo que ser creativo a la hora del trabajo. Hace algunos años hice una pequeña investigación apócrifa y humorística sobre la situación laboral en nuestro país a fines del siglo XIX, cuando llegaban los inmigrantes a “hacerse la América”. Formó parte del libro Historias de la Argentina, Buenos Aires la Virreina del Plata, Rudy, Grijalbo, Buenos Aires, 2002. Incluimos aquí un resumen de la misma.
Año 1897... La situación laboral es complicada. Hay oficios, como el de “claque de caudillo”, “perseguidor de vacas”, “mazorquero” o “fabricantes de cintillas punzó” que cayeron en franca decadencia, si no desaparecieron. Ser senador o diputado es un lujo que no todos pueden darse. Los pobres y los inmigrantes (que en su mayoría son pobres) tienen que conformarse con otros oficios nuevos, que surgen:
entibiador de sopa,
anudador de corbatas,
sonador de narices (buenas posibilidades en invierno),
desnatador lácteo,
inventor de palabras en cocoliche (popularmente: inventador),
argumentador profesional: para conseguir préstamos y favores de parientes ricos,
corredor de rumores,
reivindicador de causas perdidas,
explicador de derrotas,
personaje de tango,
pariente de famoso.
Surgen los “empleos de cuello blanco”, los estatales de escritorio. No era fácil entrar a trabajar allí. Cada candidato debía pasar un test de aptitudes. Si tardaba menos de 5 horas en contestar cada pregunta, era descartado irremediablemente. Estos puestos eran muy importantes, porque cada vez más gente debía tramitar cosas ante el Estado, y se necesitaba un importante número de personas que los entretuviera e impidiera que la gente alcanzara su objetivo.
Ha pasado más de un siglo, y hoy la realidad es muy otra. Puede ser parecida, o muy diferente, o parecida a veces y diferente otras veces, pero no es la misma. La eficacia, la eficiencia, la efectividad van variando según la necesidad y del deseo de cada época.
Y aparecen nuevos trabajos, O viejos trabajos que parecen nuevos. O que parecen trabajos.
Cambian los horarios, las responsabilidades, los requerimientos. Se trabaja en la propia casa, en la cama, en el mundo virtual, mientras uno duerme, podés ser “cuidador de redes sociales” o “jugador de Candycrush” o “Youtuber” o “Blogguero” o “asesor del asesor del asesor”. O simplemente. O “acompaña-campeón”, y viajar junto al deportista de tus amores, para alentarlo, y vivir de eso...
De eso trata este suplemento. O sea, nuestro trabajo.
Hasta la semana que viene, lector.
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