Hoy Sátira Hoy
Por Rudy
¿Cómo le va, lector? ¿Extraña pregunta, verdad? No porque sea tan raro
que un columnista quiera saber cómo le va a su lector. Al fin de cuentas
nos une un vínculo de más de 28 años. Lo peculiar es que para averiguarlo le
esté formulando la pregunta a usted.
Quiero decir, son los tiempos que corren, las preguntas están siendo consideradas
una antigüedad en el sentido de viejo, en desuso, descartable. Sobre todo
las que se basan en la verdadera curiosidad, en el deseo de saber.
Peor todavía si conllevan el supuesto de que el “preguntado” puede dar, aunque
no sea ciento por ciento certero, algún tipo de información al interlocutor
sobre el mismísimo objeto de la cuestión.
Decimos que parece que se supone que estamos viviendo tiempos no de preguntas
sino de respuestas. Contundentes, precisas, y aunque no necesariamente
veraces, verosímiles y rápidas.
Con algunos “tips”, especialmente preparados por asesores, “respuestólogos,
entrenados para entrenar”, para que uno siempre sepa “qué decir”, aunque
desconozca “qué es lo que está diciendo”.
■ “Que parezca que sabés.”
■ “Que parezca que le diste bolilla.”
■ “Que parezca que al menos sabés más que él/ella.”
■ “Que parezca que estás estudiando el tema.”
■ Que parezca que gugleaste el asunto, y encontraste algo que mereciera la
pena copiar y pegar.
■ Que parezca que tenés ideas, aunque no sean sobre este tema.
■ Que parezca que estás seguro/a de lo que vas a hacer si te eligen.
■ Que parezca que lo/la/le querés.
■ Que parezca incomprensible pero erudito.
■ Que parezca psico-socio-antropológico.
No importa “que” lo importante es “que parezca”. Y, en general, las respuestas
“parecen”. Las respuestas “simulan”.
En cambio, con la pregunta, sobre todo si tiene el valor de pregunta, si está formulada
como una pregunta, no se puede disimular. La pregunta revela que uno
sabe, o cree saber, menos que aquel a quien se la formulamos, sobre ese tema.
¿Revela “inferioridad”? (nosotros no creemos eso, pero el “sentido común” parece
ir por allá)
Es difícil ganar elecciones a base de preguntas. No conocemos muchos candidatos
que hagan preguntas, sinceras, que revelen su incertidumbre, en vez de
decir “Vamos a terminar con... (aquí puede escribir usted “la pobreza, la corrupción,
la inseguridad, la polución nocturna, la contaminación sentimental, el rufianismo
melancólico, o la nouvelle cocina grasosa”)
Pero esté seguro, lector, que quien se lo dice con tanta firmeza está segurísimo/
a... no de que realmente va a terminar con eso, sino de que se lo puede decir
sin problema.
Porque si luego no gana, no tiene por qué cumplir con su promesa, y usted se
va a olvidar de que la hizo, Y si gana... será él quien pueda olvidarse de lo que
prometió, dadas las urgencias que día a día desviarán su atención.
El asunto, lector, es que un candidato que pregunta difícilmente se lleve el voto
masivo, porque no parece “seguro”. Y es muy importante que el político con intenciones
de gobernar, legislar o administrar se nos muestre como plenamente
convencido..., aunque sea de sus errores, pero convencido.
O sea que queremos a alguien “seguro”, y nos olvidamos del saber popular, ese
que nos dice “a seguro se lo llevaron preso”. ¿O habrá gente que vota a alguien
al solo efecto de que gane, y luego se lo lleven preso? Somos bichos raros a la
hora de sufragar, los argentinos, los latinoamericanos, los terrícolas.
Quizá la pregunta que sí aceptaríamos de un candidato es aquella que ya viene
con la respuesta incluida. O sea, esa pregunta retórica, la que hace “uno que ya
sabe pero quiere ver si vos también sabés”, como si en vez de tomarle examen
a él, para ver si lo votamos o no, él nos tomará examen a nosotros, y si aprobamos,
entonces somos lo suficientemente dignos como para votarlo. ¡Y algunos
de verdad se la creen!
¿A qué viene todo esto, lector? ¡Ve, ésta es una pregunta retórica..., se supone
que quien escribe debería saber sobre su texto, y no preguntárselo a sus eventuales
lectores!
Y en verdad así es, lector, en verdad no le estoy pidiendo a usted explicación alguna,
pero la pregunta era un buen puente para continuar con el hilo de esta
nota.
Recuerde que empezamos preguntándole cómo le va. Y decíamos que esta
pregunta era rara. Claro, porque a esta altura, luego de tanto tiempo, podríamos
saberlo sin necesidad de interrogarlo. Viéndolo..., escuchándolo,..., suponiéndolo...,
o bien manipulando el dato de acuerdo a nuestras conveniencias estadísticas.
Digamos “dándolo por sentado”, aunque usted esté parado, o acostado.
Y en estos tiempos también podríamos ahorrarnos el trabajo de suponerlo, y
usar un “Animómetro”, también conocido en ámbitos psi como “ Angustiómetro”,
y en ámbitos conyugales como “Huevómetro” u “Ovariómetro”, según el
género.
Pero constatar el medidor de esos aparatitos implica cierto desplazamiento, es
posible que tuviéramos que acercarnos hasta su casa, hacerlo, como se suele
decir, de manera “presencial”.
Y eso sería raro en estos tiempos. Además, quizás usted esté ocupado haciendo
otra cosa. O... no esté.
La verdad es que nos sorprendería, lector, si usted no estuviera en su casa. Nos
preguntaríamos si es usted una de esas personas que va al banco, a la plaza, al
cine, a comprar cosas, a encontrarse en un café con amigos, amores o parientes,
a pasear.
En cualquiera de esos casos, no faltaría quien lo catalogara de “antiguo”.
Porque... ¿sabe qué, lector/a..?, ¡parece que ya no se sale más! Entre los avances
tecnológicos, los cambios en las comunicaciones, los servicios de delivery,
la sensación de inseguridad y las fobias, se ha desarrollado un particular combo
que hace que la gente se quede cada uno en su casa, real, o virtual. Parece que
ahí uno está realmente (o virtualmente) más seguro.
De eso tratamos esta semana.
Hasta el sabado que viene, lector.