Viernes, 6 de noviembre de 2015 | Hoy
Por Rudy
¿Cómo le va, lector, cómo anda? ¿Qué tal se lleva con nuestras tradiciones? ¿Cree usted que somos los mejores, los peores, o las dos cosas al mismo tiempo? ¿Toma asado, come mate? ¿Cuenta cuentos? Bueno, lector, esta semana queremos hacer, de esta columna que ya es toda una tradición en este suplemento, algo diferente, que rompa, sin romper, nuestro semanal encuentro, Por eso, hoy aquí, vamos a celebrar otra de nuestras costumbres nacionales: la de contar un cuento. Ahi va
Hasta la semana que viene
Costumbres y tradiciones
Un cuento de Rudy (*)
(*) Este cuento, escrito hace unos 20 años, remite a las más caras tradiciones nacionales de muchas naciones, y cuando decimos caras, estamos queriendo decir carísimas, impagables. De esas que cuando se van, no queremos que vuelvan
Hoy renunció el Ministro de Acumulación de Riquezas por sentir que su cargo era meramente simbólico. El Rey sintió una poco disimulada pena por la decisión de su subordinado, a quien, más allá de las diferencias de clase, lo unía una amistad de varios días, y varios negocios que habían planeado juntos. Pero la presión de los grandes grupos pudo más que su férrea voluntad, y Ferdinández, que así se llamaba el ministro, tuvo que presentar su dimisión.
El pueblo recibió la noticia con la natural ambivalencia que nos caracteriza desde hace ya varios años, o décadas, o siglos, qué importa. Algunos llegaron a insinuar una sonrisa, satisfechos por la caída de un funcionario particularmente odiado, no en lo que atañe a su persona sino por el puesto que había ocupado. Otros, tal vez levemente realistas, no pudieron evitar cierto resquemor al visualizar la posibilidad de ser designados ellos mismos como reemplazantes del destituido Ferdinández.
En mi caso personal por suerte un salvoconducto me avala. Mi hermano Ubalino fue Subsecretario de Asuntos Estrictamente Inútiles durante cuatro horas. Y su sacrificio no fue en vano; gracias a él, nuestra familia ha adquirido un documento que nos exceptúa de ser funcionarios, salvo en caso de Angustia Estatal, situación en la cual ningún documento es válido, ni siquiera la moneda extranjera, única de curso legal en nuestro territorio.
El rey, pese a todo, manifestó cierto optimismo. Es que seguramente mucha gente concurrirá a la defenestración de Ferdinández y eso dejará dinero al Estado. La gente ama las defenestraciones, sobre todo si se efectúan desde pisos altos. La multitud se reune en la Plaza Mayor a esperar la caída y hasta se realizan apuestas acerca de cual será la última frase del ex funcionario. Se recuerdan algunas realmente memorables. Inclusive se rumora que algunas empresas regentean las apuestas y más de una vez han ofrecido fuertes sumas de dinero a un funcionario para que su última frase sea aquélla a la que han apostado. Por supuesto que jamás entregan lo prometido. No porque no fuera su intención cumplir lo pactado, sino porque para hacerlo sería menester que el arrojado sobreviviese a la defenestración, cosa que jamás ocurrió. Y si llegara a ocurrir el pacto no tendría valor alguno, la apuesta sería nula ya que la frase en cuestión no sería la “última”.
Tal vez usted sea extranjero y no entienda esta costumbre de nuestro pueblo, pero quiero que sepa que constituye una arraigada tradición. Y no es la única, por cierto.
Quizá las circunstancias nos hayan forzado, o se trate de un atavismo, pero lo cierto es que hemos desarrollado una verdadera cultura de la ejecución de habitantes por los más diversos y hasta pintorescos métodos. Eso sí, no todos los métodos son para todos.
La ejecución del rey, por ejemplo, requiere una serie de preparativos especiales y, permítaseme el término, ya que está de moda, de “atención personalizada”. Debe ser llevada a cabo por gente con capitales ya que demanda una importante inversión que no cualquiera está en condiciones de hacer. A tal punto esto es así que ha habido casos de licitación entre empresas para adquirir los derechos de ejecución. La ganadora, o el holding que tome a su cargo la tarea, comenzará a proceder con sumo cuidado, y día a día, casi imperceptiblemente, irá anulando, apagando o eliminando un órgano, grupo celular o simplemente función del monarca, hasta llegar a su total embalsamamiento. Cuando el rey está totalmente embalsamado se declara a la población su imposibilidad de seguir gobernando y se lo coloca en el museo del palacio. Como habrán visto, no es tarea fácil. Además, después hay que elegir otro.
Cuando se trata de eliminar mercaderes la cosa es un poco menos complicada. La maniobra que se lleva a cabo requiere de un gran esfuerzo, pero reporta la enorme ventaja de terminar con un gran grupo de una sola vez. El Rey anuncia que, a partir del día de la fecha (hoy, en términos vulgares), a las 17.30 hs, la moneda en vigencia en todo el territorio nacional es la del vecino territorio de Lechonia, y todos los mercaderes corren desesperados a comprar porcinetes. Pero al rato el monarca informa que ha cambiado de opinión y que en realidad se utilizará la moneda de Bostarrica. Y los mercaderes huyen a cambiar sus porcinetes por caquitos. Por supuesto que, dado el apuro, obtienen menos caquitos que en situaciones normales. Y entonces el rey afirma que “nada de caquitos, la moneda oficial pasa a ser la de nuestra amiga y aliada República Popular Chismosa” y el caquito pierde la mitad de su valor de cotización a manos del rumorillo, que pasa a ser la vedette del mercado.
Entre corrida y corrida, los mercaderes van falleciendo por el efecto sumado de la angustia, el esfuerzo físico, la sensación de ruina inminente, y la cantidad inusitada de medicamentos, café y otros elementos que consumen para tratar de paliar la angustia, la sensación de ruina inminente y el esfuerzo físico. En estos casos también se hacen apuestas acerca de cuál será la próxima moneda elegida por el rey, y también se rumora que las apuestas son habitualmente digitadas. Mucho más simple y barato todavía resulta la ejecución de la gente simple. Se lleva a cabo a menudo, en forma masiva, y prácticamente gratuita. En realidad no hace falta hacer casi nada. Suelen fallecer como consecuencia de los esfuerzos que el Rey y los mercaderes hacen para evitar sus propias ejecuciones. Por ejemplo, un rey al que ya han embalsamado la memoria finge conservarla y hace cualquier cosa (confiscar el dinero de la gente simple, por ejemplo) diciendo que eso era parte de su plan de gobierno, el que en realidad le resulta imposible recordar. El mercader, por su parte, habiendo adquirido caquitos cuando la moneda oficial era el perogrullo, intenta que la gente simple se haga cargo de sus pérdidas personales reclamando por los objetos que vende más perogrullos de los que realmente valen (dichos objetos). Y la gente simple se muere de tristeza, de hambre o de vergüenza. O de tristeza, de hambre y de vergüenza. O en su afán de identificarse con el rey, se autoembalsama y concurre a las defenestraciones. Como ésta de hoy, la de Ferdinández, que está por comenzar. ¿No quieren quedarse?
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