“Niño, deja ya de jugar con la pelota, niño, que eso no se dice; que eso no se hace, que eso no se toca”, cantaba Serrat en “Esos locos bajitos” tema inspirado en una frase de Gila, aquel cómico catalán que agarraba el teléfono y decía “¡Que se ponga!” en esos tiempos en los que usted, lector, era un niño, y usted, el otro lector, quizás no había nacido aún.
Quizás ahora le cantaría: “Niño, deja de jugar con la compu y andá a jugar un poco a la pelota... sí, ésa, la de cuero, no, ése es el maletín de papá... la redonda... no, ésa es de tenis, ésaaaaa! Bueno, ahora buscá a tus amigos... son otros chicos, parecidos a vos... ¡no, ése es el perro...! Tus amigos hablan... ¡no, ésa es la abuela!... ¡No, ése es el monitor...! Eeeeesos que cuando vienen comen hamburguesas todos juntos! Ahí está. Bueno, salgan al patio... al de verdad, no, no hace falta conectarse a internet, se puede ir caminando, está detrás de la cocina”. Y así.
Ojo, por favor, no dudo ni un momento de la inteligencia ni la potencialidad de los chicos, pero, a veces, tantas horas sentados frente a un monitor les deforma un poco las cabecitas, que adquieren forma de... sí, ¡de monitor!
Y ahora estamos en un momento del año muuuy especial... los chicos están de vacaciones de invierno. Durante dos o tres semanas no tienen obligaciones escolares y se pueden dedicar a lo que quieran, pueda o sus padres les permitan. Puede investigar a fondo en el álbum familiar y enterarse finalmente de quién era esa foto que nadie reconoce, pero está allí hace décadas. Pueden entrar a las páginas web de diversas empresas, e invertir capitales con diversas suertes. Pueden conseguirle novia a papá o novio a mamá, a través del ciberespacio. Pueden preguntar “¿por qué? cuarenta mil doscientas veces por hora hasta agotar la paciencia prestada a los vecinos, abuelos, tíos, etc. Pueden jugar entre ellos, y destruir el mundo en un tablero de juego de táctica y estrategia de guerra (“o en su defecto al jugador situado a su derecha”, decía la tarjeta) y pueden desordenar sus casas de manera tal que el primer adulto que pase piense que por ahí pasó Bush.
Pero también pueden ir a la feria del libro infantil, o a pasear por los aires y moverse con mucho donaire, o al campo, o a la ciudad, o al teatro; o al cine, o a visitar a la abuelita llevándole una canasta de comidas a su casa del bosque.
O a empezar a pedir, con unos días de anticipación, el regalo del Día del Niño, cosa de que cuando llegue el día, papá, mamá, el tío, el tutor o el encargado estén lo suficientemente agobiados y no se puedan negar. Recuerden chicos, no hagan esto en su casa. (Bueno, si quieren hacer chistes, sí, háganlos en su casa.)
Hasta la semana que viene, lector.
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