Sábado, 15 de noviembre de 2008 | Hoy
Por Rudy
No sé si usted lo habrá notado, lector, pero es evidente que la seguridad en la ciudad ha mejorado. Mucho, mucho. Y sin necesidad de malgastar valiosísimos recursos humanos; valorando, hasta me animo a decir que honrando la vida, tanto de las posibles víctimas como de los encargados de velar por la seguridad. Incluso superando los pronósticos más de izquierda que se nos puedan ocurrir, sorprendiendo hasta a aquellos que noche y día velan por los derechos humanos, este nuevo sistema protege la vida de los victimarios, los detiene sin matarlos.
Me estoy refiriendo, aunque usted, lector, si vive en Capital, esto ya lo conoce en profundidad, a la ingeniosísima idea que se desarrolló en estos días, y que consistió en romper todas las calles de la ciudad al mismo tiempo. Aunque intenten engañarnos con la aparente excusa de ponerles hormigón, los que tenemos un poco de experiencia no se nos puede escapar que en el trasfondo, en lo más profundo del inconsciente, del consciente, y del Pro-consciente, anidaba la idea de ensayar, a la manera de un plan piloto, un nuevo sistema de seguridad. “Si un chorro, sobre todo si un motochorro, intenta robar algo y salir corriendo, no va a poder ir muy lejos... o se cae en un pozo, o se mete en nudo de autos fenomenal, o se queda parado esperando que el tránsito se regule el tiempo suficiente como para que la policía lo encuentre. Y como los que transgreden la ley son los que mejor deben conocerla (para poder seguir impunes), los chorros esto lo saben muy bien, y tienen muy en claro que en la Ciudad de Buenos Aires no les conviene delinquir, ya que no se van a poder escapar, y menos aún en la hora pico.
Solamente falta que las provincias nos imiten, que todas las calles de nuestro querido país queden destruidas, para erradicar definitivamente el delito. Y de hecho, los propios delincuentes pueden reincorporarse a la sociedad, trabajando en prevención, ayudando a que las próximas generaciones estén exentas de este flagelo. ¿De qué manera? Trabajando en la rotura de las calles.
Pero, bueno, como no se puede estar seguro de nada, y como sabemos que la burocracia suele ganar las batallas, y que en cualquier momento las calles lamentablemente volverán a estar asfaltadas, el gobernador organiza su policía, una policía bien porteña, para que haya penas (por los delitos) pero no olvidos, para que nadie se afane el farolito de la calle en que nací, que fue centinela de mis “promesas” de amor... ¡qué tiempos aquéllos... con un farolito de centinela alcanzaba!
Hasta la semana que viene, lector.
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