Sábado, 16 de marzo de 2013 | Hoy
Algunos dicen que “el mundo fue y será una porquería, ya lo sé”. Más de una vez comenzamos esta misma columna con esas palabras discepolianas que nos hablan del cambalache en el que la vida, herida por un sable sin remache, ve llorar la Biblia, junto al calefón...
Sin embargo, si algo nos caracteriza a los seres neuróticos que habitamos este mundo es que somos como el sapo cancionero, que canta su canción porque la vida es triste si no la vivimos con una ilusión. Y conste que, desde Freud para acá, sabemos que los neuróticos somos los más sanitos, que después están los manipuladores, los psicópatas, los paranoicos, los delirantes, los alucinados, los maníacos, los depresivos mal, los terriblemente narcisos, y alguno que otro político que no cabe en ninguna de estas categorías, pero si ni lo incluimos capaz que se enoja.
Pero los neuróticos, como les decía, tenemos una ilusión. O sea, diría un psiquiatra, una visión algo deformada de las cosas. Pero con “conciencia de”.
Digo, sabemos que no son exactamente como nos gustaría que fueran, y a veces miramos para otro lado cuando aparecen los defectos, y después decimos que “eso no lo vi”. Pero tenemos ilusión. Pensamos que las cosas pueden mejorar. Y a veces, mejoran. Quizá no todo lo que queremos, quizá no tanto como queremos. Quizá no como queremos. Pero mejoran.
Por ejemplo, cualquier argentino que en el año 2001 golpeaba las puertas de los bancos al grito de “quiero mis dólares” (“volo mihi argentum verdicum” –traduciremos estas expresiones para nuestros lectores que a partir de esta semana sólo hablan en latín–), o porque lo habían despojado de sus ahorros en pesos (“Cavallum guitam team engullit bancorum”), o que golpeaba las puertas de las fábricas porque no había trabajo (“liberalorum fangulum laborum garcum est”), o que estrujaba los patacones y los lecops con pavor (“truchum argentum ora pro vobis”), sabe que las cosas han cambiado.
Desde 14 años para acá, Sudamérica, Latinoamérica, “la parte de América que no es EE.UU. o Canadá”, cambió. Y para muchos de nosotros cambió para bien.
De esto trata este suplemento.
De cómo los ’90 parecen haber sido “la década perdida” y los últimos años “la década ganada” o al menos “la década empatada y clasificada por penales”.
Ya nadie nos dice “síganme, no los voy a defraudar” o “estamos mal pero vamos bien” o “se trata de la casualidad permanente” ni “a los tibios los vomita Dios” o “dicen que soy aburrido” o “esto se arregla con la Banelco”, No. No más. Y Venezuela, y Brasil, y Ecuador, y Uruguay, todas las voces todas, dirían.
¿Ideas, oportunidades históricas, sensibilidad política, percepción, sintonía fina? ¿Todo eso junto?
¿O un milagro?
Seguramente en Europa no lo pueden creer. ¿Ellos con sus siglos de civilización de ventaja, en crisis, y nosotros no? ¡Pero qué pasó!, ¿el mundo se dio vuelta y el Sur está en el Norte y el Norte en el Oeste?
¿O un extraño milagro?
Y Holanda, ¿por qué tiene una reina argentina?
Y Barcelona, ¿por que tiene un goleador argentino?
Y entonces, pasó lo que nadie pensó que podría pasar. Si los argentinos pudimos salir de la crisis de 2001, si podemos compartir juntos con nuestros hermanos latinoamericanos esa década ganada, si podemos pagarle la deuda al FMI, decirle que No al Alca, recuperar nuestro petróleo y haber sobrevivido a todo lo que hemos sobrevivido, entonces...
Entonces la Iglesia, conmocionada por tanta crisis, denuncia, conflictos, acusaciones, falta de fe, lujuria, avaricia, soberbia y pereza... ¡necesita un argentino!
Nadie lo dijo, pero todos lo pensaron.
Pero, ¿no tenía graves acusaciones en su contra por lo que pasó en los ’70, durante la dictadura? Pero, ¿no se decía que es un enemigo acérrimo de leyes progresistas como la de salud sexual y el matrimonio igualitario? ¿Pero no se enfrentó acaso a los que de alguna manera llevaron a cabo el milagro del que estábamos hablando?
Sí, pero es argentino, nada de eso importa.
¿Importará? ¿Podrá? ¿Resistirá? ¡No se pierda el próximo Papítulo, a la misma Papihora, por el mismo Papicanal!
Hasta la semana que viene, lector (ad septimum septimorum, lectorem)
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