Sábado, 30 de noviembre de 2013 | Hoy
Por Rudy
¿Cómo le va, lector, cómo anda? ¿Bien? ¡Qué bueno! ¿Cómo que ni sabe cómo le va porque todavía no miró la tele? Lector, ¡le estamos preguntando por usted, por su sensación, su estado de animo, su sensación térmica, su autoestima, no por lo que le pueda informar una red social, un canal de noticias, o el estado anímico promedio de sus abundantes contactos virtuales!
Se trata de usted, lector, de esa persona que supo ser durante todos estos años de su vida, como lo fue o lo es su padre, su abuelo, su madre, sus hermanos, su chozno... Esa persona que despertaba con el canto del gallo, o el “rrrrrrrrrr” del despertador a cuerda, o la radio, o la dulce voz de su mujer/marido/padre, susurrando “¡¡despertate, que llegás tarde, no seas fiacún!!”.
No, su chozno no tenía un celular que lo despertase todas las mañanas.
Y el abuelito que vino de Europa en barco clase C no tenía –claro que no tenía– GPS. Se imagina en el medio del Atlántico, con toda su familia, comiendo lo que se pudiera, con hambre y frío, y una voz galaica susurrando “redireccionando”, y entonces ese barco que lo iba a llevar al paraíso americano lo trajo... “acá”.
Y años después, ya “instalados” en el conventillo, toda la familia en una pieza con baño compartido, y la misma voz, que tal vez le recordaba a su propia madre que quedó en España, diciéndole “recalculando, recalculando”, cuando lo único que había para recalcular era la pobreza. Se trataba de “recalcular” cómo llegar a fin de mes, si había suerte, a fin de la semana, o incluso al fin del día, si los dioses eran adversos.
¡Qué bien que nos hubieran venido los aparatos inteligentes a lo largo de nuestra historia!
Uno hubiera recibido un mensaje de Facebook: “El virrey Cisneros te invita al Cabildo Abierto” y sólo debería contestar “asistiré”, “tal vez vaya”, “no asistiré”.
El 25 de Mayo, en vez de llena la plaza de gente, hubiera alcanzado con clickear “me gusta” en el “estado” de la Primera Junta y a lo sumo agregar, como comentario, “el pueblo quiere saber de qué se trata”, y clickear “compartir”.
Todos los delegados al “Congreso virtual de Tucumán” no hubieran tardado meses en llegar, sino segundos en comunicarse en red con el grupo cerrado, o secreto, especialmente diseñado.
Por supuesto, Belgrano no hubiera perdido en Vilcapugio ni en Ayohuma porque hubiera tenido herramientas adecuadas para superar ese nivel, o si no, a lo sumo, pedía vidas prestadas a sus amigos y volvía a intentarlo. Y todos los argentinos hubiéramos podido mandarle emoticones para alentarlo.
Tampoco los realistas hubieran sorprendido a San Martín en Cancha Rayada, ya que el Libertador hubiera contado con “el Buscador” para detectarlos a tiempo.
Rosas hubiera rechazado la invasión anglofrancesa clickeando “denunciar/bloquear/reportar como spam”.
Cuando los militares vinieron en tanque a echarlo a Illia, un buen hacker los hubiera redireccionado, y los hubiera mandado de vuelta a los cuarteles, evitando el golpe.
En 2001 hubiéramos golpeado los portales virtuales de los home-banking al grito (tipeado) de “¡Quiero mis dólares, quiero mis dólares!”.
Y así podríamos seguir, y seguir, y seguir, pero, ¿qué sentido tiene, lector, si usted ya entendió el sentido?
Vivimos en un tiempo distinto, en un tiempo en el que es muy difícil comunicarse, porque ya estamos comunicados antes de intentarlo, con todos, todo el tiempo.
Un tiempo en el que los niños nacen con el celular puesto. Cuando una mujer queda embarazada y le preguntan: “¿Será nena o varón?”, responde: “Es lo mismo, mientras tenga buena señal”.
Estamos, lector, en la época de los aparatos inteligentes. Antes, los inteligentes éramos nosotros, los humanos, y a un tipo que no era particularmente inteligente se lo conocía, cariñosamente, como “aparato”. ¡Todo cambia!
¿Se imagina si los troyanos hubieran tenido un “humandetector” y se lo hubiera aplicado al caballo de Troya? ¡O uno de los griegos que estaban adentro se olvidaba de poner el celular en vibrador, o en silencio, y entonces un “tututututut” del ringtone inesperado anulaba toda la Ilíada?
¿Se imagina a Rómulo y Remo, en vez de amamantados por la loba, conectados todo el día a los jueguitos?
¿Se imagina a Moisés pulsando el “Water-divisor” frente a las aguas del Mar Rojo, o jugando al “plague-creator” contra el faraón?
¿Se imagina a Julio César, a punto de llegar al Senado los idus de marzo, y el GPS le dice “redireccionado” y salvando así su vida y terminando por siempre con el Imperio Romano?
No, éstos son tiempos especiales, y de estos tiempos nos reímos, lector, con chistes “dibujados”, a la antigua usanza, con las nuevas ideas...
Nos vemos la semana que viene, lector.
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