Sábado, 19 de julio de 2014 | Hoy
Por Rudy
¿Cómo le va, lector, cómo está? ¿Cómo lo anda tratando el mundo? Dije el mundo, no el Mundial, que ya sabemos que terminó, y cómo terminó. Salimos segundos, subcampeones, llegamos mucho más lejos de lo que habíamos pensado, y hasta 7 minutos antes del final todo era –digamos– increíble.
Y aprendimos bastante, en este Mundial, de geopolítica. Por ejemplo, un mordiscón uruguayo es mucho más grave que miles de millones de dólares mordidos por una multinacional, en cuanto a las sanciones que provoca. Que países aparentemente poderosos (Italia, Inglaterra) pueden ser derrotados por otros en apariencia más débiles (Costa Rica). O que, de pronto, un país puede, de extrañísima manera, transformarse en otro, y en otro, y en otro. Así vemos a brasileños metamorfoseándose en bosnios, iraníes, nigerianos, suizos, belgas, holandeses y alemanes, en una extrañísima versión que probablemente hubiera sorprendido al mismísimo Kafka, ya que Gregorio Samsa se transformó en cucaracha, pero de ahí no pasó. No es que después fue una hormiga, después un caracol, después un oso, después un ornitorrinco, y luego un mosquito al que una empresa alemana exterminó “como un perro” (valga el kafkianismo).
La verdad es que todo esto sorprende. Digo, algunos hablaban de “síndrome camaleón”, por esa extraña habilidad de cambiarse de camisetas cada tres días de los hinchas brasileños. Realmente es una verdadera habilidad, más digna del carnaval carioca que del Mundial de Fútbol...
Y la Argentina también sorprendió. Sorprendió con la creatividad, con esa extraña habilidad que tenemos de imponer no sé si un estilo de juego, pero al menos un estilo de festejo. El tema “Brasil, decime qué se siente” fue hit, y seguramente habrá habido versiones en inglés, coreano, bosnio, jerigonzo y sánscrito.
Tal vez una versión brasileña que –tal como la hinchada cambiaba de camiseta a cada partido– cambiara de idioma cada línea.
Finalmente, es fútbol. Para bien, o para mal, o para más o menos. Es un juego, un deporte, una pasión, un negocio, un rito, un mundo, una distracción, y todo eso junto.
Pero es un deporte, no una guerra.
Y de eso, no nos olvidemos nunca. El fútbol es vida, la guerra es muerte.
¿A qué viene esto? Y, lector, viene a que otra vez nos ponemos a hablar del tiempo, ya es una costumbre. Una tradición, una necesidad. Porque este Mundial fue “el Mundial 2014”, o sea “el Mundial del ’14”.
Y el catorce es un número muy particular. Como todos los números, como ninguno. Es el número “del penado que murió haciendo señas”, es “el borracho” de la quiniela. Es la edad que te permitía entrar al cine a ver un montón de películas, hace tiempo.. Y es “la guerra del ’14”.
Así llamaban nuestros abuelos a la Primera Guerra Mundial. Cuando los alemanes no eran nazis (todavía), Hitler era un cabo, el mundo estaba lleno de imperios, el comunismo era un sueño en un bar de Zurich, los cubistas revolucionaban las artes plásticas, el cine era mudo, la penicilina no existía. Tampoco los videojuegos, los televisores. Ni nada.
Esa guerra cambió el mundo. Y hace 100 años, en julio de 1914, cuando quizá nuestros abuelos eran niños, o no habían nacido, o eran jóvenes ilusionados, o perseguidos, comenzó uno de los más sangrientos episodios de la historia de la Humanidad.
No era un videojuego, no había drones, ni misiles, ni nada “teledirigido”. Era presencial.
Nosotros recordamos ese momento, para que no vuelva a ocurrir. Y lo hacemos a nuestra manera. O sea, con humor.
Hasta la semana que viene, lector.
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