LUX VA A SHANGAI
Nuestrx cronistx viajó hasta Shangai con el fin de homenajear a su gato y para probar hasta dónde sube la fiebre amarilla. Todavía no ha regresado y todo indica que se quedó enrededx en medio de un cuento chino.
Si en la nota de tapa de este número van a hablar de Mishima y no se dignan a hacer ni una mención a mishi shima, mi gatito siamés que me viene acompañando en las buenas y en las malas desde hace 25 años, me doy por ofendidx y me voy para Shangai. Nada de Japón. Viva mi China. Y todxs mis chinxs también. Además, gracias a mi exilio, mis queridoxs lectrxs podrán ver por sus propios ojos (lo mío es de ustedes) lo que es una ciudad tan pero tan friendly que hasta tiene un gay colocado justo en el culo de su propio nombre. Eso dije. Y ahora que ya estoy donde estoy digo que el que tiene boca se equivoca.
Sin esperar a ver qué hacía la gente de Soy con mi telegrama de renuncia, me eyecté y al cabo de unas cien horas más o menos, aterricé en Shangai, ciudad que como bien dice Wikipedia es la más grande de la China y una de las áreas metropolitanas más gigantescas del mundo, enclavada y dividida por la desembocadura del río Yangtzé. Dicho y hecho. Fue descender del avión, divisar a mi Virgilio, mi chino tuerto con quien había intimado por señas vía chat y que ahora me esperaba con un cartelito de papel de arroz donde estaba dibujada la palabra LUX. Tratar de avanzar hacia él inutilmente sin antes atravesar al menos dos autopistas, saltar sobre veredas rotas, atravesar empalizadas y muchos pero muchos hombres trabajando. Porque Shangai, además de una city es una carrera de obstáculos: están en obras esperando la expo 2010 y por lo tanto a la contaminación habitual se le suma el polvo pero no ese que están pensando ustedes y queriendo yo, sino el de la demolición y el calor.
Una vez que pude encontrarme cara a cara con mi lazarillo se me ocurrió comentarle que en las tres horas que había pasado caminando no había visto ni rastros de vida gay. No hay vida gay, me respondió otra vez por señas. Hay que buscarla. Cuando no hay vida, dije apelando a mi sabiduría de viejx cliente de locutorio, hay que meterse en Internet. El problemita es que lo que no hay acá es Internet, me dijo mi amigo en furioso castellano. Mi chino me trataba de explicar que no hay locutorios ni acceso irrestricto como en los países latinos, ni tampoco un google común y corriente sino un buscador especial que no deja un resquicio mínimo para chanchadas.
Decidí por lo tanto apelar a mi olfato de-sarrollado en años de yiro, estaciones de tren, cines porno, y esquinas porteñas para llegar a algún lugar como la gente. Así es como el sábado a la noche me encuentro sin preguntar dónde y por qué en Studio, un sótano-laberinto con galería de ¿arte?, una tienda llena de calzoncillos, un pipi room lleno de espejos para que los muchachos se espíen las partes y la discoteca: igual a todas las discos gay del mundo (¡parecen un franchising!), musculocas de ojos rasgados bailando house berreta. Muy cerca hay un sauna gay, pero no me dejan entrar porque llevo tacos.
Lo mejor viene al día siguiente: en un barrio humilde funciona Lai Lai, un salón de baile en un segundo piso por escalera, que abre sábados y domingos de 19 a 21. El público: señores maduros y muchachos de provincia que danzan una especie de tango vals girando sobre el amplio piso de madera; con banda en vivo y karaoke: cualquiera puede subir a cantar. Un amable señor chino me saca a bailar y acepto encantadx, es muy amable y de coger ni hablamos. O a lo mejor hablamos pero acá la gente se empeña en hablarme en chino.
Pido cerveza y me la sirven en un vaso de helado. A las 9 en punto, las lamparitas de colores del techo se apagan y todos salen ordenadamente. Un señor me toca los pelos del brazo y ríe. Aquí en China lo único que tiene pelos es el Chow Chow. Otro me toca las partes y me guiña un ojo. “¿Querrás jugar a los palitos chinos?” pregunto al aire pero no obtengo respuesta. Enfilo derechitx esperando comprender el código de esta fiebre amarilla, que parece que levanta pero no mueve el termómetro. Salimos en procesión por el barrio, la gente come en la calle y juega una especie de mini billar. Nos dirigimos a una plaza oscura donde siguen cantando al aire libre, pasean, se miran y coquetean como los novios de antaño. Se me acerca un señor y hace una reverencia, luego otro, y otro, y otro más. Me hablan en chino pero ahora yo les entiendo. Este es el punto en el que interrumpo la crónica para concentrame en la acción. No pienso volver hasta que no me llamen. Sigo en la próxima, no es cuento chino.
Lai Lai
235 An Guo Rd, Shanghai
second floor, Hongkou District
Phone 86/21-6546-1218
Shanghai Studio
1950 Huaihai Rd Nº 4
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