Viernes, 16 de octubre de 2009 | Hoy
ENTREVISTA
Armó su vestuario desde muy chico a base de mantones y mantillas de su madre. Y el repertorio de sus coplas, a base de tantas horas escuchando a Rocío Jurado, Chavela Vargas, Lola Flores y otras divas de la copla. Falete, una de las ofertas más innovadoras que tiene para ofrecer la escena flamenca, en pocos días se presenta en Buenos Aires.
Por Patricio Lennard
–Falete es un diminutivo de Rafael. En Andalucía hay muchos Rafaeles, sobre todo en Córdoba, en donde el santo patrono es San Rafael. Falín, mi padre, también se llamaba Rafael, y en casa se me llamó Falete desde siempre.
–Jamás pensé en ponerme un nombre artístico, como tampoco me interesó fabricar una imagen para llamar la atención de los demás. Si algo aprendí de mi padre es a ser auténtico. “Tú debes mostrarte al mundo tal cual eres”, me decía. “Sólo debes actuar arriba de un escenario.” Más que lecciones artísticas, de él yo recibía lecciones de vida.
–Desde ya que sí. En mi casa había una habitación enorme donde papá ensayaba con su grupo, Cantores de Híspalís, y yo con 5 años ya me ponía a cantar con ellos.
–¡Desde siempre! Si te mostrara fotos de mi infancia, verías que era algo súper natural en mí, que nunca fue postizo. Pero no pienses que eran mantillas como las que uso ahora sino que yo pillaba cualquier trapo, un trapo de limpiar el polvo, lo que fuera, y me lo ponía encima y ahí nomás me ponía a cantar. Ya después, cuando me quise dedicar a la música, empecé a comprarme mis propias mantillas. La primera me la regaló mi madre, y mi abuela me regaló otra, muy bonita, que todavía conservo. Así, de a poco, fui armando mi vestuario, en el que las mantillas son muy importantes. ¿Por qué? Porque me sientan cómodas y me gustan. Y porque se me da la gana.
–¡Nunca!
–¡No, jamás! En mi casa se me ha apoyado mucho en todo, aunque a veces les he dado algún que otro quebradero de cabeza. Como la vez en que se me puso que quería ir a los Estados Unidos, porque me habían dicho que había un festival de música en Saint Louis, Missouri, y yo tenía apenas 15 años. Recuerdo que a mi vuelta había comprado un billete extraño, un pasaje con el que sólo podía abordar si en el avión quedaba alguna plaza libre, y así fue que estuve dos días en el aeropuerto Kennedy en Nueva York, solo, aguardando a que hubiera un vuelo disponible. Pero más allá de esas horas amargas que le hice pasar a mi familia, en lo que se refiere a mi sexualidad –si era eso a lo que te referías– nunca hubo ningún inconveniente.
–Perfectamente bien, porque como me gusta el hombre masculino, que sean tan masculinos a mí me encanta. Pero a decir verdad nunca tuve una mala respuesta, o una mala crítica de ningún flamenco ortodoxo, sino todo lo contrario. Nunca me sentí discriminado, en lo más mínimo.
–Yo no canto para cuestionar nada. Canto así porque es como me sale y como lo siento. Poniéndome un mantón de Manila no pretendo escandalizar a nadie. Y si alguien se da por aludido, pues problema suyo.
–Nunca, nunca. Porque el artista que imita no tiene recursos. Lo que sí me encantaba era poner un disco de la Jurado y estudiarme sus canciones, pero para después cantarlas a mi modo. Tengo unos casetes en casa en los que con muy poquitos años –siete, ocho, nueve– me grababa cantando, pero no sólo eso: si el casete de la Jurado tenía diez temas, suponte, me aprendía los diez y una vez que me los sabía de memoria, lo que hacía era usar ese mismo casete grabándole encima mis versiones de los temas en el mismo orden en que los había grabado ella. ¡Imagínate el destrozo que hacía! ¡Cantando a capella, solo con la grabadora!
–Noooo, ¿para qué? ¡Si ya me tengo en la mente cantando todo el día! ¿Para qué más? Con eso es suficiente.
–Significa, aparte del respeto que les tengo, una responsabilidad muy grande. Estamos hablando de nombres que tienen mucho peso en la música: Lola Flores, Rocío Jurado, Manolo Caracol, Chavela Vargas... Incluso tuve la suerte de conocer a Lola Flores siendo chico, gracias a mi padre. De ella, por ejemplo, tengo una anécdota que la pinta de cuerpo entero. Cuando venía a Sevilla, a Lola le gustaba ir a un bar que ya no existe, que se llamaba Los Cabales, y recuerdo una Semana Santa en la que estábamos de juerga en ese bar con mi padre y un grupo de personas, y la veo, como si fuera hoy, acodada a la barra, luciendo unos zapatos de tacón hermosísimos. Entonces entró una de esas típicas gitanillas que andan vendiendo flores por la calle y le dijo: “Señora Lola, pero qué zapatos más bonitos lleva”. Y Lola, ni lerda ni perezosa, se quitó los zapatos y le dijo: “Toma, cariño, son para ti”, y se quedó descalza el resto de la noche.
¡Una maravilla!
–Me gusta contar historias de amor, de desamor, cantarle a la luz, a la vida. Siempre digo que me gusta comerme primero la canción, y si me hace una buena digestión, ten por seguro que te voy a contar lo rica que está. ¿O por qué crees que sigo engordando tanto? Porque cuando me como una canción, me sienta tan pero tan bien, que los kilos que subo después no me los puedo quitar ni por más que corra un día entero en la cinta.
–Mi respuesta es sencilla: el arte no tiene sexo. El arte es como los ángeles. Da igual que una letra nombre a él o a ella. Aunque es mucho más común, por cierto, que este tipo de adaptaciones –dependiendo de si quien canta es un hombre o una mujer– se dé en un plano heterosexual, cuando se habla de un amor heterosexual. Pero para mí no tiene mayor importancia. Creo que hay que respetar la manera en que el autor hizo su canción y no perder de vista que es una historia lo que se cuenta, y lo que ahí tú tienes que hacer es darle vida a esa historia. El amor no tiene por qué ser diferente si se piensa en una mujer o en un hombre.
–“Maricón” suena a bóveda, es una palabra rotunda, suena fuerte. “Gay” es como muy light, muy americana, demasiado chic... Maricón, dicho con educación, de una manera natural, es una palabra linda. Ahora: no me digas maricón con un tono despectivo porque... ¡métete debajo de la tierra! ¡Te lo puedo advertir!
–En Andalucía, donde me he criado, no sonaba nunca la palabra gay. Pero, ¿cómo pudo haberse convertido en una palabra tan universal? ¿Es tan importante? Yo me he criado con el maricón en la boca. Maricón pa’rriba, maricón pa’bajo, maricón, maricón, siempre maricón. Y entre los andaluces, sobre todo entre los sevillanos, existe también la costumbre de tener todo el día el coño en la boca. Mi madre siempre me dice: “Falete, ¡vives con la boca llena de pelos!”.
¡Ay, coño esto! ¡Ay, coño lo otro! Y no funciona como insulto, eso lo sabes. Aunque todo el mundo sabe lo que es un coño... La concha, ¿vale? Pues bien, es una manera de hablar, aunque cuando hago una entrevista y estoy hablando de mi trabajo, obviamente no ando con la boca llena de pelos, claro. Pero me perdí en lo que estaba diciendo... ¿Cómo era la pregunta?
Falete presenta su disco ¿Quien te crees tu?
el jueves 22 de octubre. 21.30
en el Teatro Gran Rex
Corrientes 857
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