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Queridos amigos del suplemento Soy:
Espero que estén muy bien. Me encantó la nota principal de hace dos viernes, “¿Cómo lo supe?”, por su simpleza y también –por qué no decirlo–, por su originalidad. Como les debe haber pasado a casi todos los lectores, me hice la misma pregunta, y me inspiré para escribir. No sé si fue el descubrimiento de que yo era diferente, pero sí el recuerdo de una situación muy fuerte para mi infancia, con la que aprendí de alguna manera a “pilotearla” de ahí en más.
No había muñecas, pero tenía mi cuarto lleno de muñecos de todo tipo: animalitos, osos, tortugas de goma. Todos ellos conformaban una comunidad que templaba los primeros acordes de mi imaginación. Mi casa era un país. Mi habitación, una ciudad. Los muebles, edificios. Ellos habitaban todo eso y yo con ellos armaba mis primeras historias de ficción: noviazgos y matrimonios, reyes y reinas. Pero mi madre pensaba que no era bueno que yo jugara con tantos muñecos; necesitaba más autitos, una pelota, una bicicleta, otras cosas con las que yo no quería jugar. Una noche, en el cumpleaños de una prima, tomé una de sus muñecas y le acaricié el pelo. Mi madre entró a la habitación y, al verme, me la arrancó de las manos y la arrojó con furia contra una pared. Mis primos que estaban ahí conmigo tragaron saliva, y yo también. Una tarde de esa semana entré a mi cuarto y mis muñecos habían desaparecido; habían sido prohibidos y exiliados por su dictadura. Quedé desolado, sin nadie que pudiera representar las historias que mi temprana imaginación me pedía.
Muy triste, abrí mi cartuchera del colegio, tomé los lápices de colores y los puse en fila. Eran tan diferentes entre sí. Lápices más altos, otros más usados y más viejos, de todos colores y formas. Como las personas. Mis lápices se humanizaron y tomaron el lugar de los muñecos, a veces con vestidos de papel o de pañuelos, otras veces sin nada. Y así, durante años, cada vez que mi madre entraba en mi habitación y me veía con ellos, pensaría que yo estaba dibujando o escribiendo, cuando en realidad yo seguía jugando con la comunidad que ella había prohibido, pero que en mis dominios seguía reinando clandestina y descaradamente, incluso frente a sus propios ojos.
Gracias y muchos saludos.
Mario Ortiz Tartalo
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