CONTRATAPA
El martes pasado, en la tercera reunión de las comisiones encargadas de debatir el proyecto de ley para legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo, esperamos mucho tiempo a los legisladores y legisladoras que nunca llegaron. Ni un asistente por el radicalismo, y sólo la presidenta de la Comisión de Familia, la diputada Di Tulio, compareció por el FpV.
› Por Carlos Figari
Hemos esperado mucho tiempo. Cientos de años. Y en la sesión anterior no esperamos, pero sí escuchamos. Y el peso de esos años nos cayó encima: imágenes, metáforas, gestos, miradas de odio, miradas de asco, banderas argentinas, cortes militares, enormes biblias como armas, en fin: violencia. Y no es miedo, no. A esta altura, ya no... Es esa sensación de ser “abyectos”, nunca mejor sentido más que expresado.
El eje, por supuesto, se corrió y todo el tiempo en vez de discutir el matrimonio se nos criminalizó y/o patologizó. “No a las uniones de putos”; “Legalizar el matrimonio homosexual es permitir la entrega de menores a homosexuales. Digamos la verdad: ¿para cuándo proponen la pedofilia legal?”, eran los encabezados de los panfletos mientras que al pie consignaban Viva la Patria y Cristo Rey: “Para que la contranatura democrática no nos gobierne más”.
Parte de la reunión se discutió si de verdad habría que haber sacado la categoría homosexual del DSM (diagnóstico de enfermedades mentales). Que eso fue un hecho político y no científico. Que nosotrxs perseguíamos a los homos que querían dejar de serlo. Que nos podían curar, pero que nos empeñábamos en no dejarlos hacerlo... Que las lesbianas, como desarrollaban aversión y resentimiento hacia los hombres, resultaban madres “peligrosas” para sus hijos varones. Que si éramos unos híbridos que no nos podíamos reproducir, para qué queríamos casarnos. Que si por amor fuese entonces me caso con mi mascota o un animal...
En algún momento sentí que en vez de matrimonio deberíamos pedirles que por lo menos no pusieran una ley para encerrarnos de una buena vez o mandarnos a vivir a “Putolandia”, esa isla a la que imaginaba deberíamos ser confinados el ya fallecido obispo Quarracino.
Todo en esa sesión fue terrible, como dijo María Rachid entre llantos al final; es como si a los judíos los pusieran a argumentar frente a sus torturadores del Holocausto... O cómo, siempre y consecuentes, afirmaron las Madres de Plaza de Mayo, no podemos sentarnos a “dialogar” con nuestros asesinos.
En un momento creo que cuando miré a Florencia (mi compañera/becaria/lesbiana, madre de un “varoncito”, doy fe: muy bien amado) y la abracé, para todxs nosotrxs lo único posible fue la lágrima. Nuevamente ese lugar de impotencia, esa viga que nos fija el límite: la tolerancia, ergo lo abyecto. Lo único que nos cura en ese momento es el abrazo.
En su estudio sobre La banalidad del mal (Eichmann en Jerusalén), la filósofa Hannah Arendt se interroga sobre el porqué de la no reacción de las víctimas, por qué nos abruma el horror, el grito, la lágrima.
La lágrima es esa posición irreductible que siembra y anuncia que sobre tierras feraces algún día algo va a brotar. Mujeres, afrodescendientes, pueblos originarios, judíos han conseguido algunos espacios seguros, de cuidado, de abrazo: un lugar en el mundo.
Nosotrxs estamos en eso. Hemos esperado y llorado: sea criminalizados en las hogueras de la Inquisición, en los campos de concentración, en las dictaduras militares, en las comisarías; sea patologizados, en los consultorios médicos.
Se olvidan aquellos que argumentan que lo nuestro es un desorden mental y/u hormonal, que las terapias que ellos recomiendan reconocen sus antecedentes en los cruentos implantes ováricos y/o testiculares que, para la cura de la homosexualidad, implementaban médicos argentinos a principios del siglo XX. O las experimentaciones con homosexuales iniciadas en los campos de concentración, especialmente en Buchenwald, de donde saldría un médico dinamarqués (padre además de la lobotomía) contratado por el gobierno argentino en la década del ’50 y que siguió desarrollando sus terapias “nazis” en Buenos Aires.
Es la misma gente que para matar a millones de judíos argumentaba, al igual que la Iglesia y los sectores conservadores lo hacen hoy, que no se podía “otorgar igual tratamiento a lo que es esencial y naturalmente distinto”. Exactamente el mismo razonamiento sirvió para sostener las leyes nazis que prohibían el matrimonio mixto entre judíos y arios, o entre negros y blancos durante tanto tiempo en los países con apartheid.
No nos dejemos engañar por el ropaje. Son los mismos y quieren lo mismo: nuestro exterminio. Revelador al respecto es el documento reciente de los obispos de San Justo: “En las convivencias homosexuales va de suyo que no hay madre posible, ni nadie que realice su misión, tampoco hay marido ni mujer, no hay esposos, no hay hijos... En síntesis, no hay nada... Esta nada es nada. Es un no nosotros”. Es la “solución final”.
¿Que no tenemos hijxs? Pues ya los tenemos. Les damos la noticia. Qué va pasar cuando comencemos a tener hijos no es una hipótesis a plantearse, es un hecho sociológico. Tenemos ya familias, tenemos madres, tenemos padres, tenemos hijxs y a montones, felices, y sanitxs, gracias a Dios y a los avances y la creatividad de la biotecnología al servicio del Amor y de la Vida.
Traigo a colación, nuevamente, los razonamientos de Hannah Arendt: no nos reduzcan a una pieza, sustituible en una máquina cerrada y dogmática que establece leyes supuestamente “naturales”. Atrévanse al pluralismo, a reconocer, como diría la filósofa en la existencia del otro una gran novedad, un ser abierto a dar cosas “que nunca han existido” a través de la “acción de su discurso”.
Por eso, señores y señoras legisladoras y legisladores, lo nuestro es mucho más que una demanda fincada en la ética de la justicia, la nuestra es una petición, un clamor, desde una ética del cuidado. Más que justos pedimos que sean cuidadosos y bondadosos. Que consigan elucidar lo que está atrás de estas argumentaciones. La línea de continuidad nazi y antidemocrática es la misma cuando en sus volantes afirman que ésta es una “democracia contranatura”. ¿No ven, legisladores y legisladoras, que después de nosotrxs vienen por ustedes?
Esta es una lucha cultural, sí. Por una cultura de la vida y del amor, de la felicidad de los ciudadanos y ciudadanas y del cuidado de la democracia.
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