A LA VISTA
› Por Liliana Viola
El Congreso se abrió y se cerró más rápido que la flor mecánica de la calle Libertador. Ardua tarea, inconclusa pero no perdida, la de deshojar tanto pétalo de plomo: “Debato, no debato; cajoneo, no cajoneo; doy fe, no doy quórum”.
Pero lo que es innegable es que se abrió: por primera vez en la historia el Congreso debatió en comisiones la modificación del Código Civil que permitirá tarde o temprano a las parejas del mismo sexo contraer matrimonio y acceder a los derechos que se derivan de esta institución. Y que el debate se abriera, ya fuera por convicción o porque se les escapó la tortuga a los mismos diputados del oficialismo que hasta hace poco se mostraba comprometido con la causa progresista, demuestra que se desmorona un viejo tabú: el que pretende que de esto no se habla entre los representantes del pueblo y que, de última, lo resuelva la Corte Suprema.
En el debate, los expertos homofóbicos que fueron convocados por algunos diputados y diputadas de la Nación dieron una imagen bochornosa de ignorancia y fundamentalismo. (ver páginas 12 a 15). ¿Por qué invitaron a esta gente? “Nosotros iniciamos el debate”, aclara Vilma Ibarra, la titular de la Comisión de Legislación General, ”asumiendo que podemos discutir en un mismo recinto los que estamos a favor y los que están en contra. Eso tiene que ver con el reconocimiento de una sociedad plural y diversa, donde no todo el mundo opina lo mismo.” Mejor que sobre libertad y no que falte, digamos todos juntos y oremos al Señor. Abundaron las alusiones a un bien común, que no se entendió muy bien dónde estaba, mientras otros especialistas de reconocida trayectoria, también convocados por legisladores, como el constitucionalista Gil Domínguez, respondieron pacientes y hasta didácticos: “El bien común es una fórmula que esconde el pensamiento único. El límite a mis derechos no es el bien común, sino los derechos de los otros”.
La flor se cerró: porque al final de la amena charla no hubo dictamen (paso necesario para que el proyecto pasara a la Cámara de Diputados) y aunque parezca paradójico, el Frente para la Victoria no dio apoyo a la sesión, y no prestó sus firmas. Pidieron tiempo, lo pasaron para la otra semana. ¿Por qué la dilación? ¿Para esperar a que pasara la Marcha del Orgullo sin pena ni gloria? ¿A que se enfriara el tema en una población indiferente o incluso reacia a reconocer que el derecho al matrimonio se inscribe en un debate de derechos humanos y de la causa por la igualdad de oportunidades?
Se abrió la flor: hete aquí que la Marcha del Orgullo pasó con una gloria inusitada, aunque los medios le dieran tan poco espacio. Cien mil personas dando testimonio de su posiciòn. ¿Cuánto político daría la vida por llenar esas cuadras que van desde Plaza de Mayo al Congreso con gente bailando, arengando por una causa común, sin el menor peligro de desmanes y hasta aguantándose el pis durante horas porque al gobierno de la ciudad no se le ocurre que tamaña convocatoria merece unos baños químicos? Por otra parte, el hecho de que la flor del debate se abriera en el Congreso impulsó a las consultoras a hacer encuestas sobre el asunto. A la del diario La Nación que citábamos la semana pasada se suman otras, esta vez realizadas por profesionales, cuyos resultados deberían dejar en paz a quienes bregan por el bien común: el 66,3 por ciento de los argentinos apoya la legalización del matrimonio homosexual. El 68 por ciento de los encuestados consideró, además, que su legalización “ayudaría a combatir la discriminación”, indicó el sondeo realizado por la consultora Analogías, a pedido del gobierno de Cristina Fernández.
Cerrada otra vez: pero estos datos, representativos de una mayoría a favor
de una minoría, no fueron suficientes para que el martes pasado los legisladores asistieran a la cita que ellos mismos se impusieron. En las comisiones faltaron diputados del radicalismo, del Frente para la Victoria y de PRO. “Lo que no se explica es que firmantes del proyecto que dieron su conformidad no están acá. ¿Qué es lo que evalúan los bloques del FpV y de la UCR para no venir?”, se preguntaba Vilma Ibarra. Sólo asistieron 17 diputados de un total de 62. No aparecer no es votar en contra, es, peor que eso, dejar un proyecto de ley en el closet y tirar la llave en la sacristía. Obturar su discusión en el Parlamento es una concesión a una minoría conservadora que hoy presiona con más armas. Sin dudas, este closet podría ser una buena ofrenda para llevarle a un papa de prosapia nazi, pero una señal equívoca para quienes confían en la democracia y en sus procedimientos deliberativos.
Igual, como bien saben los cancerberos del bien común, la flor se abrió. Y cuando tal cosa sucede, no hay misa que vuelva atrás el milagro.
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