LUX VA > A LA FIESTA PLOP
La edad promedio de estas fiestas, en las que los hits de Verano del ‘98 se alternan con los de Madonna, desconcierta a nuestrx cronista y lx deja afuera. Todo por no tener fotolog.
Los bailarines que tienden a agruparse cerca del centro de la pista liban las orejas del ser deseado en revisión tardía de la mítica mano boba tan común en los subtes, pero con más margen para maniobrar. Me doy una vuelta por ahí y noto que al bailar los enanos (fotologgers todos) se rozan con respiraciones cada vez menos accidentales, y acompañan el soplido al compañero de al lado con tarareo de hits de Verano del ‘98 y Chiquititas (astutamente programados por el Dj a tamaños hijos de la tele). El roce es fácil, silencioso, indisimulable. Pero dentro de la conquista, en la fiesta Plop se consagran unos pocos valientes que activamente dan un paso más allá y son explícitos en sus intenciones: esa casta saca la fotito con el celular que luego irá parar al ranking de “divinos” en el canon de los fotologgers.
Son las 3, y las abejitas empiezan a apretarse coordinadamente en el centro del local de Flores; primero parece un movimiento casual compartido, luego se van concentrando, apilando en un único lunar medio deforme, cada vez más juntos como si escaparan de algo que hay en los contornos. Hacen bien porque, a las 4.30, los cuervos coetáneos de los organizadores, Julio y Ezequiel (que le encontraron el signo al deseo de ser y tener al lolito) rondan la zona de las barras, con sus garras lustrosas que anticipan una carnicería, con sus picos babeantes que anuncian ensañamiento con una presa en particular. Me alisto ahí, y siento el hedor que se suelta cerca de las barras, con los cuervos salidos de sí mismos, sus garras llevadas a la propia entrepierna o a la entrepierna de al lado. Faltan segundos para que empiecen a circular por la pista.
A las cinco, el clímax llega con la performance de Ezequiel Comeron: a cargo de la canción “Coco, el paragua”. “Empecé una vida nueva, ya no tomo Tereré (todo mal siempre viene por un bien) / Cuando vamos a una fiesta, tus amigos ponen caras / dicen: ‘Che, lo trajo al paragua’. Odio que me digan el paragua / Yo no soy ningún paragua / No me digan el paragua / Yo no soy ningún paragua.” Ezequiel resbala las eses con dulzura infinita, al representar a ese indefenso inmigrante que sale del estigma mediante la seducción inapelable del movimiento de caderas. Las abejitas inician la fase de la autosatisfacción, imponiendo a los cuervos un escudo protector: estallan en besos entre coetáneos que dejan siempre a un cuervo libre como en el juego de la silla. Algunas abejitas los convocan a mirar, viendo a los pocos cuervos que quedan ya debilitados, sin fuerza para picotear con su estima personal herida. En el núcleo de la célula que armaron las abejitas, algunas llegan a su éxtasis con el momento de Bandana y comienzan su ciclo de reproducción con Madonna. Curiosamente no es hora de besos de lengua, ni de manoseos, sino de extraños tríos que se disponen en alineamientos en trencito; se mueven hacia adelante y atrás, con permisos para cambiar un “jamón del medio” por otro y para apurar o ralentar el acto de apoyar. Media hora después, a la salida y ya menos agitados, se procede al trámite de intercambiar nombres de fotologs, y prometer dejarse mensajitos mil.
Fiesta Plop
El Teatro de Flores
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