Quiso la casualidad o tal vez una complicidad espontánea forjada post mortem que Liliana Maresca y Pablo Suárez expongan al mismo tiempo y en salas contiguas en el Centro Cultural Recoleta. Complicidad o sincronía que hizo que el mismo año en que muriera la una, el otro exhibiera ese cuerpo masculino cubierto de moscas como Destino Final. En la obra de ambos puede advertirse la sonrisa paródica que transforma la tragedia en un hecho (¿lecho?) del que es posible gozar, el encuentro con la belleza en los márgenes donde son obligados a caminar los sobrevivientes de varias muertes; y, como si fuera el aire que se respira mientras se suceden sus obras en las salas contiguas, el erotismo. Con un tinte de dolor, seguro; una descarga capaz de destruir lo mismo que se había construido un segundo antes, con esfuerzo y sudor, como suele exigir el placer. Más allá de los detalles de sus biografías, los dos pusieron el cuerpo en sus obras. Suárez a través de sus chongos de bocas abiertas y gesto siempre sorprendido —apenas entrar, ahí está el “sanwichongo”—, perfectos en sus pliegues, en sus penes, en sus pelos. Maresca, en cambio, no se detiene en operaciones, ella misma es el soporte de su obra exponiéndose en su fragilidad —desnuda, deseada, deseante— y exponiendo a la vez la fragilidad de cualquier obra que pretende robarse del mercado. Ahí está ella, sus fotos, su cuerpo y sin embargo en la única declaración de amor que habita la muestra apenas se ven dos huevos blancos en sus soportes plateados: son “Ella y yo”, cuando estaba cerca del final en 1994. Quiso la casualidad o algún ojo avizor (como el que mira desde el culo de un perrito en una obra de Maresca) haberlos juntado ahora, como un guiño o una oportunidad que abre un intervalo sensual en medio del mercado persa que hoy es Plaza Francia.

Salas J, C y Cronopios
Centro Cultural Recoleta, Junín 1930
Hasta el 20 de junio