ENTREVISTA
Este fue un año de giras para las integrantes de Las Primeras, un grupo de teatro que integran cuatro mujeres trans de Santiago del Estero y que este año presentaron Días de libertad, una obra en la que recrean su relación con las comparsas carnavaleras, la calle, la represión y también la felicidad de ponerse las plumas por los cuatro días locos de esa fiesta pagana.
› Por Juan Tauil
Los nubarrones grises presagiaban un violento cambio de tiempo. “El sur va a venir de cualquier lao”, gritaba una loca con un palo en la mano, personaje infaltable en Santiago del Estero. El sol resquebrajaba la tierra –42– y la humedad –clavo que nos legó el dique de Termas de Río Hondo– se sentía del 80%. Así llegué al barrio Primera Junta a visitar a María Marta y a su amiga Laura, dos de las integrantes del grupo de teatro Las Primeras, protagonistas de Días de libertad.
La obra transcurre en los tres días de Carnaval en una casa como la de María Marta, una vivienda barrial con portón de chapa, un patio delantero con varios jaulones con pájaros de la zona y un jardín trasero donde la dueña de casa cría faisanes y pavos reales a los que pelará eventualmente para hacer casquetes de vedette, boas abundantes, apliques y todo tipo de adornos lujosos y exóticos, como los que le gustan a la Pomba Yira. Conversamos bajo la sombra de un algarrobo, amenazados por nubarrones grises y aturdidos por el canto de los pájaros que vaticinan “el fresco”.
María Marta: –Llegó el momento más emocionante de mi vida, vengo de actuar en el Provincial de Mar del Plata, en un escenario, llena de plumas y lentejuelas. Imaginate. Encima esa noche conocí a una hermana, hija de soltera de mi mamá, que tiene 76 años.
Laura: –El grupo es una familia. Nos contenemos entre nosotras, le aguantamos las locuras a Marta...
M. M.: –Ah, sí. Para mí tiene que estar todo a la perfección... Yo soy muy madre. Yo he criado 23 hijos ajenos. Yo a Laura la he agarrado como mía, le digo todo lo que tiene que hacer. A veces la vuelvo loca...
L.: –Sí, que con quién hablo, que con quién estoy...
L.: –Por intermedio de una chica que pone siliconas.
M. M.: –Sí, un día esta chica me llamó y me dijo si podía venir con alguien nuevo. Le dije que sí, que sí viniera... A mí la mayoría de las chicas me llaman y me preguntan si pueden venir..., a veces estamos bien, otras peleadas, porque entre nosotras, las chicas de la diversidad, hay algunas de las que –bueno– me molestan ciertas actitudes.
M. M.: –En septiembre hizo un año. Un día fui a lo de la Luisa, la otra protagonista, a ver los cachorros que había tenido su perra afgana. Parió nueve monstruos, porque en vez de cruzarse con el mío –un afgano color champagne– se hizo servir por todos los perros del barrio. Bueno, ahí ella me dijo que los del Inadi habían lanzado un concurso de teatro y que podíamos mandarles algo. Luisa había pensado en mí, por mi experiencia en las comparsas. Yo le dije, yo me mando, yo soy Marta, vamos nomás con esa movida del teatro. En ese momento tuve una sensación muy especial. Dije, Dios me está dando lo que siempre he querido. Una siesta de enero me llaman por teléfono. Era la Luisa. Me avisaba que habían seleccionado nuestra obra. Lloramos desesperadas las dos al teléfono, abrí la puerta y salí corriendo a la calle...
M. M.: –El director, Fabián Avalos, hizo lo mismo que estás haciendo vos. Grabó todo lo que nosotras hablamos. Yo le conté mi historia de vida, los momentos por los que pasé. Las burlas que he soportado por cómo yo era antes de la cirugía.
M. M.: –Claro. La semana que viene ya van a empezar a llamar para venir en febrero, ahí empiezan a bajar las chicas desde Salta, Jujuy, se van acercando para el Carnaval. Aquí hay chicas muy bellas, algunas muy lindas que son unas conchas declaradas, no les vas a sacar por ningún lado que son varones. Desgraciadamente hay muchas que están perdidas en la droga. Laburan por la avenida Belgrano, trabajando para el puchero. Aquí no hay plata: chongos sobran, pero no hay ni un peso.
L.: –Yo cuando era gay levantaba mucho por Internet. En el chat de encuentros...
M. M.: –Sí, pero es muy riesgoso. Mirá, por esos encuentros lo mataron a este chico, el enfermero del Hospital Independencia...
L.: –A dos chicos han matado... las chicas que están en la calle también están expuestas a todo tipo de cosas.
M. M.: –Estas cosas me hacen acordar a la época de la dictadura, cuando nos llevaban a todas las del grupo: una morocha que le decían olla de fierro, de tan oscura que era su piel, a la Carla Deganchi –a ella la mataron en Italia–, a la Vanessa Mussi. ¿La conocés a la Vanessa Mussi? ¡Es la Vanessa Show! Bueno, cuando la policía nos empezó a tratar mal aquí la Vanessa se fue a Buenos Aires y empezó a trabajar con la Lobato. Si ahora tiene un carácter fuerte antes no sabés lo que era. Lomos así como el de ella no volví a ver nunca más... Yo hubiera podido llegar hasta donde llegó ella pero yo tenía que cuidar a mi madre. Mi padre era muy violento... pero bueno, con las chicas salíamos mucho a joder por ahí. La policía si nos pillaba nos tiraba dentro del camión celular como si fuéramos perros viejos y nos abandonaban en una zona que se llama Lomas Coloradas. Ahí nos tiraban en un barranco y nosotras quedábamos colgadas, agarradas de las jarillas hasta que la policía se iba. Si te soltabas te caías en un pantano y te ahogabas..., pasamos cosas muy feas. Hay muchas compañeras desaparecidas. Nos hacían lo que ellos querían, cosas aberrantes. Pasa que yo fui muy discriminada, yo tenía una nariz inmensa, la Cachavacha en persona. Eso sí, de cuerpo era una yegua. Tenía una cinturita, un cuerpo... pero cuando me daba vuelta era un bicho. Después de mi cirugía en la cara, mi vida cambió totalmente. Empecé a ser YO, me liberé.
M. M.: –Yo la conocí hace 35 años, en época de comparsas. A ella le decían “La Decenta”, porque era decentita ella y terminó siendo una gran burlista junto conmigo. Ponemos rápido los apodos.
M. M.: –Yo estaba terminando el Carnaval, un 23 de marzo, hace doce años y me llamó Josefina, amiga de la infancia, que vivía en Buenos Aires, en un conventillo de Caballito, a pasos del Cid Campeador. Tenía una extraña fiebre en las piernas y me necesitaba, aparte tenía problemas con unas vecinas. Los problemas con las vecinas los solucionamos a los golpes y su problema después de empeorar un poco pareció desaparecer. Yo ya que estaba allá no podía estar sin trabajar. Trabajé en Los Idolos, un restaurante de Suipacha y Corrientes en la parte de adornar los platos y como recepcionista en un sauna. Con los ahorros que tenía me hice la cirugía de nariz, le prometí a la Josefa que a ella también le pagaría la cirugía. “Nos operamos y volvemos a Santiago, espléndidas, para que se mueran de envidia los putos”, le decía a la pobre Josefa... Un día vuelvo de trabajar y la Josefina me dijo que tenía la fiebre en el estómago. La llevé al Zubizarreta y al cuarto día me dieron el diagnóstico: cáncer fulminante en el estómago. Vendí todo lo que tenía, la llevé a cuanto hospital pude. Un día me llegó el turno de la cirugía y me la hice. El 18 de noviembre murió y me volví sola con ella. Cuando llegamos lo terrible fue afrontar a las malas lenguas que decían que ella tenía el bicho, nadie quiso ayudarme con nada...
M. M.: –Yo trabajé en la casa de uno de los jefes de la policía de aquí... Me decía “Vení, Negro, ¡pasá!”. Y yo iba a buscar las plumas de los faisanes que tenía en su zoológico.
L.: –Mi mamá es enfermera, auxiliar en salud mental y cuida gente particular. Tengo un hermano varón y una hermana, Laura, que cumple 18 años ahora. Trabajé un tiempo en la calle, ya de chica.
L.: –Un día fui a Parada X, yo era gay, estaba vestido de varón. Unas chicas travestis me llamaron desde una esquina, nos hicimos amigas y empezó a rondarme la idea de vestirme de chica. Empecé cambiándome adentro del boliche. Un día me decidí a hacer la calle con una chica, parábamos juntas porque no me gusta estar sola. De un momento a otro se la llevaron a Buenos Aires con ofertas de trabajo. Me llegaban noticias de que le estaba yendo bien. Volvió en un cajón, todavía no sé lo que le pasó. En esos días estuve triste, hasta que me puse de novia con un hombre de 46 años que me maltrató mucho, me mantuvo encerrada, cagada de hambre porque decía que se avergonzaba de mí. En ese momento apareció lo de la obra, las chicas, el grupo de teatro. Esto ayudó a valorarme a mí misma, a sentirme parte de algo, una carrera, otro destino.
M. M.: –Es que la obra es la historia de nuestras vidas, pero sin sufrirla. Es la gloria.
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