Así rendían homenaje y expresaban su tristeza miles de admiradores y fashionistas que en cuestión de minutos se enteraron de la trágica muerte del alucinante creador londinense Lee Alexander McQueen.
› Por Raúl Trujillo
Reconocido como genio desde su desfile de graduación del afamado Central Saint Martins en 1994, se convirtió en una de las figuras más destacadas de la escena de la moda londinense. Una década después era ya un VIP y posaba para los medios con Naomi Campbell y Kate Moss, infaltable diva. Fue McQueen quien cerró su desfile de primavera-verano de 2006 en París con el lema Te queremos, Kate impreso en una remera negra, cuando hervía el escándalo que suscitó la publicación de unas fotos en las que se veía a la modelo esnifando cocaína.
De pequeño ya hacía modelos para sus hermanas y fue aprendiz de sastre en Saville Row, “la milla dorada de la sastrerías”. Se dice que entonces escarchaba los forros de los trajes de Carlos, el príncipe de Gales, mientras ejercía el arte de los taylors (elaborar trajes impecables a medida). Por eso en sus presentaciones siempre una línea de blazers servía de estructura de líneas perfectas a toda la riqueza imaginada en sueños febriles, ajustados en horas de ilustraciones y realizados por ejércitos en talleres de producción y estilismo. Hacía uso de todos los recursos de parafernalia victoriana o tecnología espacial. Cuando fue seleccionado como sucesor de Galliano en la dirección creativa de Givenchy, en el ‘98, presentó sus “tailleurs” con corsés en plexiglás como los que presentara Miyake años atrás, pero esta vez tachonados de mariposas multicolores que salían por doquier.
Sus líneas en principio cercanas al estilo Thierry Mugler, con las formas angulosas de los ‘80, pronto se redondearon hasta recordarnos el new look de Dior en reloj de arena y faldas pencil estrechísimas. Otra vez estudió a Balenciaga y así conoció bien a los maestros, que mezclaba con geishas, drags y boudoir, en alucinantes performances.
En el ‘99, sobre el escenario, brazos robotizados danzaron y pintaron el traje de la modelo que giraba como en cajita de música en una magistral obra del arte multimedial.
Siempre fantástico y poético, su carrera se tejió entre las nuevas tecnologías y los oficios milenarios mientras los cybermedios seguían día a día “su privacidad”.
Fue un frecuente colaborador de músicos, vistió a Björk en la portada de su álbum Homogenic. Su última colección fue La Atlantis de Platón, poblada por criaturas oníricas vestidas con estampas 3D entre aves y pieles exóticas y unas increíbles plataformas que se robaron el show el pasado mes de octubre en París, modelo que la recién llegada al séquito McQueen Diva Lady Gaga eligiera para el video su éxito Bad romance.
Toda una marca inglesa en las grandes ligas del lujo, como McQ había firmado con Gucci —lo que le aseguró la distribución en casi 40 países—. Ahora el poderoso grupo “no sabe si participará” a pocos días de la próxima semana de la moda de Londres. El “enfant terrible”, el “hooligan de la moda inglesa” –por su reconocible cabeza rapada, además–, murió la semana pasada, justo antes de presentar una colección ya lista en París. Quedarán sus creaciones enalteciendo la realeza del espíritu británico y sus puestas en escena, lo más bello del imaginario gótico punk, donde desfilaron una a una las Alicias, Ofelias, Ginebras y Morganas, entre decorados de los cuentos de los hermanos Grimm.
El Kaiser Lagerfeld dijo al entrarse de la desaparición del reconocido “maestro del drama y amigo de la muerte”: “Tanto trabajar con lo oscuro puede llegar a seducirte” y otra fan de los miles de jóvenes fashion victims y cosplays asiáticas: “Es una tragedia para alcanzar la eterna juventud”. Mientras, se especula en los medios sobre un suicidio a raíz de sus depresivos comentarios en Twitter, después de la muerte de su madre la semana anterior.
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