Viernes, 30 de abril de 2010 | Hoy
ENTREVISTA
La española y pornógrafa María Llopis es cofundadora del grupo girlswholikeporno.com que entre 2003 y 2007 lideró las investigaciones sobre las representaciones alternativas del sujeto pornográfico. Por estos días presentó en España su libro El post-porno era eso (Editorial Melusina), una especie de retrospectiva y tratado íntimo sobre la pornografía que desoye los mandatos sobre qué calienta a quién y con qué.
Por Flavia Company
—El post-porno es la cristalización de las luchas gay y lesbianas de las últimas décadas, del movimiento queer, de la reivindicación de la prostitución dentro del feminismo, del post-feminismo, y de todos los feminismos políticos transgresores, de la cultura punk anticapitalista y DYG (hazlo tú misma). Es la apropiación de un género, el de la representación explícita del sexo, que ha sido hasta ahora monopolizado por la industria. El post-porno es una reflexión crítica sobre el discurso pornográfico.
—El conflicto entre realidad y ficción ha estado siempre presente en mi vida personal y profesional. Yo ya no sé qué contestar a este tipo de preguntas. ¿Es tan importante si es verdad o no?
—Mientras escribía el libro entré en un curioso estado, de repente mi vida ya no era mía sino que yo había pasado a ser el personaje del libro. No tuve la sensación de vivir cosas sólo para poder escribir sobre ellas sino más bien tenía la sensación de que mi vida era una ficción. Los hechos que narro son en sí mismos una ficción en la medida en que mi vida es una obra de ficción, en la medida en que todas las vidas son pura ficción. Cuando hablas de mi relación con el post-porno, asumo que te refieres a mi interés por el tema de las sexualidades alternativas. Me interesa porque no veo más vida que ésa, mi sexualidad dice todo sobre quién soy, por exceso o por defecto, con qué me corro y con qué no, qué deseo y por qué. Me interesa el tema. Siempre me ha interesado. No sé qué más puedo responder.
—El post-porno no modifica mi vida, al contrario, son nuestras vidas y nuestras luchas las que configuran el post-porno.
—Nuestro cuerpo es reflejo de todo, nuestra carne lo es todo. Sí, nuestra carne es nuestra identidad, pero hay que saber leerlo, o al menos hacerle un poco de caso, porque hoy en día ignoramos nuestro cuerpo y nuestro instinto. Vivimos apartados de la carne, echando un polvo de vez en cuando, pensando que así vivimos nuestro cuerpo. Pobrecillos cuerpos nuestros.
—Son lo mismo. No es posible ponerles ningún orden porque estamos hablando de lo mismo. Son cuestiones políticas y morales reaccionarias las que intentan que hagamos distinciones.
—¿Provocar? ¿A quién y para qué? No encuentro el menor sentido en provocar. Sería muy triste vivir tu vida sólo para producir un tipo de reacción en los demás. Uno tiene que vivir lo que cree, como cree que debe hacerlo, y punto.
—Yo paso por épocas de consumo y por épocas en las que no tomo nada. Ahora mismo ni fumo, ni bebo, ni consumo estupefacientes. Estoy intentando conectar con mi realidad. Hay épocas en las que mi realidad emocional es una pesadilla y entonces consumo, para olvidar que estoy viva. Cuando escribí el libro consumía, sí, porque el consumo de drogas ayuda a concentrarte en una realidad ficcional.
—Si con actos extremos quieres referirte a las prácticas sadomasoquistas, no, no son necesarias las drogas. De hecho el SM es una droga más, no necesito otras si ya tengo lo que quiero.
—Esto es como lo de literatura para mujeres. Se supone que la literatura femenina es la que habla de emociones y es un poco banal. Está escrita por mujeres y para mujeres. Tremenda sandez. Las mujeres no tenemos una sexualidad tipificada, no nos gusta a todas lo mismo, así que difícilmente podemos hacer porno para mujeres. Se vende esta etiqueta como un producto comercial más, que engloba un porno suavecito, con luz tenue. Lo cual es otra tremenda sandez: a mí me puede gustar un día un porno softcore, y otro me puede gustar un porno bestial. Y lo que tengas entre las piernas no tiene por qué influenciar tu gusto por un tipo de sexo u otro.
—Hay un prejuicio que arrastramos desde hace tiempo y es el de la negación del deseo femenino. El deseo masculino se obvia, viola, arrasa y mata. El deseo femenino no existe, somos un objeto pasivo. Ríete, pero está ahí. Mi abuela lo tiene clarísimo. Yo me sigo encontrando con limitaciones, con bromas de mal gusto. Desgraciadamente vivimos en una sociedad profundamente sexista. ¡Claro que es función del post-porno reivindicar ese deseo! ¿Qué tiene que ver este tema con el de la creación de un mercado de pacotilla que quiere vendernos porno soft como “porno para mujeres”?
—Me interesa investigar si existe la posibilidad de que nuestras emociones sean representadas en la pornografía. No sé si es una contradicción, porque el porno anula la posibilidad de sentir emociones. El amor no forma parte de ese juego. Pero, ¿sería posible? Menuda revolución sería ésa. Eso sí: no tengo idea de cómo hacerlo.
—Me gusta eso. Todos nuestros prejuicios, problemas sin resolver, cuestionamientos, se ven representados en nuestra sexualidad.
—Es un complejo engranaje, llevamos los roles dentro de nosotros y nos construimos día a día, por eso es tan difícil salirse, por eso es una lucha ardua. Poco a poco.
—No hay respuesta a esa pregunta porque cada persona debe luchar por encontrar su propia respuesta.
—No tengo idea. Estoy empezando a pensar que se trata de un concepto chic que se ha puesto de moda. Todo el mundo se interesa por una visión superficial del tema, como un objeto de consumo más, o por lo menos yo me encuentro con esta demanda muy a menudo. Me enfada. Las definiciones y afirmaciones categóricas no sirven de mucho. El post-porno es la bestia que todos llevamos dentro.
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