Viernes, 7 de mayo de 2010 | Hoy
SALIO
Por Paula Jiménez
Muchos de los poemas de El juego de las estatuas, de Dafne Pidemunt, están referidos a una mujer, sí, pero que nadie espere diáfanos versos lésbicos de este trabajo reeditado por la editorial Yugen, porque al entrar al universo un tanto dark de esta autora nacida en Buenos Aires en 1977, la alusión infantil y lúdica contenida en el título comienza a desvanecerse, a sonar a ironía, a amor romántico convertido en jugueteo siniestro. En estos poemas descarnados abundan piernas rotas, amores amputados y una profunda decepción de la vida. Tan profunda que la muerte se vuelve vital: sin ella no hay sentido de escribir ni amada que valga. Con una voz grandilocuente, cuasi gótica, Dafne toma la palabra y hace hablar incluso a las estatuas. “Se dice que todos tenemos un ruiseñor guardián / que vuela antes de vernos fallecer / para imitar nuestra muerte en beatitud / y viaja al campanario. / El mío se estrelló contra el bronce / repitiendo el nombre de la amada”, dice la poeta cansada de haber vivido, como Drácula, una buena porción de eternidad. Es evidente, no sólo por el poema dedicado a A.P., cuyo título reza “Soy proyecto frustrado”, que Pidemunt ha sido tocada por los maleficios pizarnikianos, pero no por todos, no por cualquiera, sino más precisamente por los del libro La condesa sangrienta (inspirado en Elizabeth Bathory, una noble medieval convencida de que para rejuvenecer era necesario darse espléndidos baños con el torrente sanguíneo de jovencitas hermosas). Es que algo de vampirismo se cuela en ciertos poemas de El juego de las estatuas, como éste, a cuya protagonista no busca chuparle la sangre, al modo tradicional, sino cortarle, como si fuera una pierna, el mismísimo amor: “Amputarle amor a Amparo / ayudarla a abrazarme, a asesinar, a amarme / agarrar a Amparo / (...) Acostumbro a aniquilar amor / amame así Amparo”. Esta concesión lúdica en la poesía de Pidemunt —la de que todas las palabras del poema recién citado comiencen con la letra “a”— revela su gusto por los surrealistas, mientras que su temática y estilo lírico traen a la cabeza del lector o de la lectora, la atmósfera oscura y trágica de los poetas malditos. Es esto, en parte, lo que hace de Dafne, con respecto al resto de los de su generación, una poeta diferente. Por otra parte, cabe destacar que, mientras que en la actualidad todavía hay que seguir buscando con lupa poéticas que expresen subjetividades lésbicas, Pidemunt muestra la suya sin eufemismos ni pelos en la lengua. El único problema, parece, es que su talento le haga poner en duda su posibilidad de ser amada por otras virtudes: “Ella no me ama a mí / ella ama mi palabra, mi juego / (...) / Lo que sea por otra noche en sus brazos / —dice, sumida en la melancolía de lo que antaño fue— / Lo que sea por otro beso en mis pálidos labios”.
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