BICENTENARIO APOCRIFO 3
Corto de imaginación pero largo en paternidad, Belgrano –a quien la historia acusa de no haber reconocido a una hija– adoptó de buena gana a Celestino, transexual indio a quien el prócer habría confiado nada menos que la creación de la bandera. La albiceleste que hoy conocemos sería apenas una versión muy acotada de la idea original.
› Por Pablo Pérez
En los escritos personales de Manuel Belgrano, hallados recientemente en la ciudad de Rosario, se encuentran referencias a Celestino, un adolescente transexual indio, adoptado por Belgrano y del que hasta hoy se desconocía su existencia. Personaje clave en las relaciones diplomáticas con los grupos indígenas que unirían sus fuerzas a las del Ejército del Norte en 1813, tuvo, además, un rol protagónico en la creación de una bandera argentina que no pudo ser y que sin embargo es.
Celestino, cuyo nombre de niña abipona no figura en estos escritos, tenía 16 años cuando llegó a la ciudad de Rosario en una barca, por el río Paraná. Venía de una larga travesía por la selva, un “viaje iniciático”, dice Belgrano, durante el cual pudo sobrevivir gracias a la hospitalidad de otras tribus de la región. Huía de los suyos y de su trato tan cruel para con las mujeres, sobre todo del ritual que se practicaba con las niñas luego de su primera menstruación, ceremonia a la que hubiera tenido que someterse de no haber escapado. El Dr. Manuel Cracogna describe esta práctica en su libro La Colonia Nacional Pte. Avellaneda y su tiempo:
“Tan pronto como una niña llega a la edad de tomar estado, la obligan a tatuarse según la costumbre. Descansa su cabeza sobre el regazo de una mujer y es alfilereteada [sic] para ser embellecida. En vez de alfileres usan espinas, y en vez de pinturas usan sangre mezclada con cenizas. La operadora va pintando figuras, hundiendo sin piedad las espinas en las delicadas carnes, acompañando su tarea con insultos y burlas a la pobre niña cada vez que hace oír sus lamentos, sin alcanzar a soportar callada ese dolor interminable. El suplicio se repite cuatro o cinco días en que la resignada muchacha queda desfigurada hasta que se curan las numerosas heridas, agravadas, sin duda, por la toxicidad de las espinas.”
Belgrano, conmovido tanto por su fatal destino como por su temperamento alegre y amable, permitió al joven indio vivir junto a él y a su exiguo ejército como un soldado más; fue desde entonces su más fiel ayudante y confidente: “Celestino he decidido que llamaríamos en adelante a este joven en el nombre de Nuestro Señor, de quien siendo nuestra su obra, él es quien la ha de llevar hasta su fin, manifestándonos que toda nuestra gratitud la debemos convertir a su Divina Majestad y de ningún modo a hombre alguno”.
Al poco tiempo de llegar, Celestino, además de ser “un excelente soldado, servicial en todos nuestros menesteres”, demostró una capacidad extraordinaria para el dibujo, “el alma de las artes”, según Belgrano.
Una soleada tarde de 1912 en que Belgrano, Celestino y algunos soldados se recreaban a orillas del río Paraná, mientras el general les hablaba de su intención de crear una bandera nacional celeste y blanca, Celestino descubrió en el cielo un extraordinario arco iris. Sorprendidos, puesto que nunca habían visto tal fenómeno sin que lloviera, atribuyeron el milagro al joven indio, que inició un “emocionado discurso de inspiración divina”: habló de la paz, de los nuevos lazos que debían ser fomentados con los diferentes pueblos originarios por ser ellos también justos dueños de la tierra, de recuperar la dignidad para las mujeres y el respeto por la diversidad de sexos, que él mismo había conocido entre las personas que le habían dado hospitalidad durante su viaje. Era necesario que en la bandera estuvieran representados todos y cada uno de los seres que habitaban aquellas abundantes tierras, dijo Celestino. Por eso, entre las dos franjas celestes, en lugar del color blanco, el estandarte debía llevar los colores del arco iris.
Fue así que Belgrano confió a Celestino el diseño de nuestra insignia, enarbolada por primera vez a orillas del río Paraná el 27 de febrero de 1812. Pero, ¿cómo entenderían en Buenos Aires aquel milagro atribuido al joven indio y la consiguiente inclusión de tan estridentes colores en una bandera nacional? El Triunvirato reaccionó alarmado: dada la situación militar, era aconsejable declarar una vez más la soberanía del rey de España, de modo que Rivadavia le ordenó destruir la bandera. Sin embargo, Belgrano la conservó con la esperanza de poder vencer algún día la reticencia del Triunvirato.
Celestino murió en 1813, combatiendo en la batalla de Vilcapugio. En noviembre de ese mismo año, la bandera multicolor ideada por él sería rechazada nuevamente.
Belgrano, en sus memorias, le escribe unas palabras de despedida. “Caro Celestino, una vez más han despreciado el tan bello símbolo patrio que tras aquel milagro vislumbraste a orillas del río Paraná. Será nuestro consuelo que es el blanco la síntesis de los siete colores del arco iris, que en ella estarán siempre. Quiera la Patria que algún día quienes contemplan la enseña albiceleste, vuelvan a ver en ella los espléndidos colores de la diversidad.”
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