BICENTENARIO APOCRIFO 5
› Por Fernando Noy
Además del Himno y Aurora que tanto adorábamos cantar desde la infancia para seducir a los compañeros de quinto, que nos hundían sus sabrosos pero durísimos mástiles en aquellos recreos albicelestes tan añorados, sin imaginar que el aparente dolor expresado en nuestros rostros era la máscara del placer que Freud pontificara como orgasmo anal, hubo otros cantos patrios.
Casi mayores, es decir, después de cumplir los quince, nuestros himnos somenzaron a ser otros, desde el ondulante chamamecero Rosamel Araya: “Para que sepan todos a quien tú perteneces / con sangre de mis venas te marcaré en la frente”. Algunas bandadas de mariquitas pagábamos con lo que hoy llaman pete a los fornidos custodios del Club Los Indios de Moreno para seguir descubriendo el onanismo frente a Sandro y los de Fuego. Gracias a ellos descubrimos cómo hacer para que todo temblara de repente y sumergirnos en una nube de ayes de placer con apenas frotarnos los Far West acampanados.
En el Luna Park (circa 1970) algunos tuvimos el privilegio de ver a la incandescente Ginamaría Hidalgo usando guantes donde no estaba su perfume favorito sino la preciada mercancía que al mejor estilo Billie Holiday se había procurado, llevándonos con su nariz de tiza hacia el éxtasis: “Ya no puedo vivir / sin ser amado”. Tiempos de cuplés mariconísimos que Pedrito Rico desgranaba en el Avenida y, a pesar de haber devenido franquista como Lola Flores (me cache en dié), todavía Sara Montiel vendía por centavos sus ramitos de placeres seguramente inconfesables.
Otros próceres patrios finiseculares son nada menos que el inolvidable y precioso Federico Moura con “Pronta entrega”, mientras el otro gran paladín con ojos de menta Miguel Abuelo no nos dejaba enamorarnos de un súper dotado marinero bengalí.
Ya, precoces, algunos habíamos descubierto a otras próceres foráneas como Amanda Lear, madrina del mejor culo hispano cantante Miguel Bosé. “Igual, me da igual. Amo tu ternura, pero tu juventud me fisura”, ronroneaba la pionera travesti, heredera nada menos que del patrimonio Dalí, sí, Salvador, quien había vuelto a las andadas con sus mujeres fálicas sin contar al terso plástico Basquiat, quien por el color de su piel de inmediato podría remitirnos a otra perla negra iconográfica: Su Majestad Grace Jones. Un collar que engarza por supuesto a la divina Maria Callas, la camaleónica Mina, las bahianas Caetano Veloso con su “Menino Do Rìo, calentura que provoca escalofrío”. Maria Bethânia y Gal Costa, la esquimala Björk, la Madre Punk Nina Hagen, la alucinada Siouxsie y la papisa Sinead O’Connor.
Volviendo a nuestras pampas, a mediados de los supremos ’80, un celestial James Dean Celeste Carballo a dúo con Sandra Marcello Mastroianni inoculaba “Soy lo que soy” en nuestras orejas todavía virginales. El aro que nos faltaba, ya que Marilina Ross, un par de añitos antes, nos había agujereado con “Puerto Pollensa”. Idem Fabiana Cantilo en “Amo a lo extraño”, con su presencia de diosa pagana en cada escenario que tuviera el honor de verla aparecer surfeando ovaciones.
Por último, la reciente aparecida Yilet que en peculiar andro-tono propone: “... mirarte, reírte, besarte, bañarte, nadarte”. No me puedo olvidar de Cazuza y Casia Eller en todo lo que grabaron. Y hay tanto para decir, pero la columna ya está acabando y en pleno orgasmo musical me despido: “Al gran trolaje argentino, salud”.
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