Vie 13.08.2010
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ES MI MUNDO

La orientación de la pluma

¿Existe la literatura gay? ¿Hay escritoras lesbianas, escritores trans, escritores gays? Si es así, ¿por qué nunca se habla de escritores hétero? Y, más allá de si existe o no el concepto, ¿es un argumento de venta o termina siendo un salvavidas de plomo? Las preguntas, tan viejas como las leyes del mercado y tan insondables como los túneles, siguen generando polémicas. Para empezar la discusión va este texto de una escritora que no parece muy contenta con la denominación de “autora lesbiana”.

“Gos is a black lesbian.” Así decía un graffiti que hace tiempo se encontraba en algunas paredes de las estaciones del Metro de Nueva York. Traducido: “Dios es una mujer negra y lesbiana”.

¿Por qué, en caso de que Dios efectivamente existiera, habría que aclarar algo así?

Muy fácil: porque cualquier texto en que se nombre no sólo a Dios sino a un ser humano (o con apariencia humana) que no lleve marcas de género, opción sexual, color de la piel o características físicas, se refiere, por defecto, a un hombre blanco heterosexual de estatura media, de apariencia corriente, del primer mundo, en disposición de todos sus sentidos (olfato, vista, etcétera).

Cuando el escritor o escritora comienza una nueva novela y anota, por ejemplo: “Salió temprano, es verdad, aunque luego declaró todo lo contrario”, debe asumir que el lector –o lectora– va a ver a un hombre blanco, heterosexual, etc., si desde el principio no se indica todo lo contrario. (¿Qué es todo lo contrario de un hombre heterosexual blanco y rico? Dejémoslo ahí, o para comentarlo en un próximo artículo.)

¿Y a qué viene todo esto? Todo esto es el umbral de entrada a la reflexión sobre la literatura gay (en caso de que exista algo así y de que sepamos a qué nos referimos con esa ambigua etiqueta) que, para serlo, debe ir marcada de forma explícita. Pero, ¿es la literatura gay la escrita por escritores/as gay? ¿O es la literatura que trata el tema de la homosexualidad? ¿O se requieren ambos requisitos para merecer dicho calificativo? ¿Es obligación moral de un escritor/a gay/lesbiana tratar en su obra el tema de su opción sexual? ¿Debe por alguna razón un escritor/a homosexual alinearse en el equipo de sus iguales y considerar que sus iguales son aquellos que comparten su opción sexual? Y en ese caso, ¿hay que separar en grupos distintos a lesbianas, gay, trans, queer, bisexuales o debe ponerse a todos en el mismo saco?

¿De qué hablamos cuando hablamos de literatura homosexual? (¿Y de qué hablamos cuando hablamos de literatura femenina o negra o indígena?) Por otra parte, ¿tiene algún interés asignar calificativos a la literatura? ¿Se puede? (¿Por qué jamás se habla de literatura masculina? ¿Por qué no se acuña la expresión “literatura heterosexual?”)

El azar es siempre un pozo de bienaventuradas sorpresas. Justo mientras escribo estas líneas me entra un mail en que se me invita a participar en una recopilación de relatos cuyo título va a ser: “Antología de escritura lésbica sudamericana”. El mail aclara que los textos deben tratar la temática lésbica. No indica, sin embargo, que deba yo ser lesbiana aunque, supongo, sí es prescriptivo que sea sudamericana. ¿O debería deducir que el relato tiene que versar sobre una historia de amor (o de sexo, que no necesariamente tiene relación con el amor) entre mujeres, una de las cuales por lo menos tiene que haber nacido en el sur del continente americano, sin que importe por lo tanto en qué lugar nació la autora del cuento en cuestión?

¿Debo participar en ese libro? ¿Aceptar es un modo de militancia? Sabemos que los militantes de un partido político no necesariamente comparten todos los supuestos del mismo, pero que lo importante es estar ahí, a favor de las causas principales. ¿Participaría con un cuento mío en una antología cuyo título fuese “Antología de escritura heterosexual sudamericana”? Por poder, podría; a fin de cuentas muchos de mis cuentos tratan ese tema, es decir, tienen como protagonistas a personas heterosexuales cuya relación es sexual o amorosa.

Lorca, Yourcenar o Mistral no hicieron de la homosexualidad el tema central o único de sus obras. En la actualidad, Sarah Waters o Jeanette Winterson lo convierten en uno de sus caballos de batalla creativos. ¿Hay que distinguir a unos de otros? ¿En qué grupo situaríamos a Oscar Wilde o a Marcel Proust? ¿Sólo autores o autoras homosexuales escriben literatura cuyo protagonismo se cede a personajes homosexuales? ¿Debemos exigir sólo a autores y autoras con opciones sexuales distintas a las de la mayoría, que las reivindiquen mediante sus obras? ¿O todos los seres humanos deberían comprometerse con la igualdad? (¿Acaso nos parecería lógico que sólo los obreros se comprometieran con las ideologías de izquierdas?)

Si los escritores/as homosexuales deben escribir historias sobre personajes homosexuales, habría derecho a pedir el mismo sacrificio a lectores/as homosexuales, quienes sólo podrían leer libros con esa temática. (Y así, sucesivamente, podríamos restringir escrituras y lecturas de tantos grupos humanos como se nos ocurrieran, ya fueran mayoritarios o minoritarios.)

Parece que no tiene demasiado interés ponerle coto a la creación (la buena lectura también lo es) y que adjetivarla no deja de ser un modo de reducirla a una militancia que, en muchos casos, sin duda no constituye en absoluto el objetivo de la obra.

Si permitimos que a la literatura escrita por autores/as homosexuales o cuyos protagonistas sean homosexuales se la etiquete como literatura gay, estamos contribuyendo a que se la califique como literatura de género y se la arrincone, en las librerías, en estanterías específicas (y las estanterías son una metáfora del parnaso universal), del mismo modo en que en muchos lugares del planeta –la mayoría– se arrincona a quienes se atreven a ser distintos. Ya veríamos cómo le habría ido a Dios si hubiera salido de su supercloset y el mundo hubiera sabido, desde el principio, de que era mujer, negra y lesbiana.

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