WEDDING PLANES II
› Por Juan Tauil
Luisa Paz estaba despresando unos pollos e hirviendo unas verduras para una enorme ensalada rusa cuando sonó el teléfono; era Teresa Roldán, concesionaria del local del Círculo de Suboficiales de Santiago del Estero.
—Luisa, nos clausuraron el local. Cuando llegamos para decorarlo, nos encontramos con un candado en la puerta.
La ensalada rusa era para el casamiento de Gaby, una de las primeras travestis latinoamericanas que podía casarse con todas las de la ley. Teresa no se animó a decírselo a la novia, por eso recurrió a Luisa, representante de ATTA —Asociación de Travestis y Transexuales de la Argentina— en Santiago del Estero.
Gaby estaba arreglando las cortinas para decorar la fiesta mientras atendía su quiosco en el barrio El Vinalar cuando recibió la noticia. No pudo contenerse: se quebró, desesperada mientras sus vecinos se acercaban a ver qué pasaba.
—Pero Teresa, ¿cómo fue que pasó? —preguntó Luisa indignada.
—Parece que vieron en los medios lo del casamiento. Nosotros teníamos un problema con el local desde marzo porque ellos no nos daban el plano del lugar y no podíamos seguir pidiendo permisos provisorios. El 26 de julio acordamos que nosotros hacíamos los planos y que descontábamos los gastos del alquiler. Pero el 3 de agosto parece que leyeron lo del casamiento y el 4, cuando fuimos a decorar el local, estaba con candados —le contó Teresa, que también es abogada.
Laura Josendi estaba comprando unos zapatos para una noche especial. María Marta Leiva preparaba los canutillos y la boa de plumas. La tía Nena, la madrina, estaba en la peluquería y recordaba la ceremonia del civil del 3 de agosto, aún fresca, en la que su ahijada “Gaby” —así, con comillas, como se publican los nombres de las travestis en medios nacionales e internacionales hasta que no salga la ley de identidad de género— se convirtió a los 33 años en esposa de Gabriel, de 29, que trabaja en una empresa de seguridad. Más de 50 travestis y trans que participaban de un taller de capacitación en género estaban preparándose para ir a la fiesta y darle esa sorpresa.
Recién al otro día, Teresa —concesionaria del boliche Casbah, que funciona en un local propiedad de una de las instituciones que históricamente más persiguió la diversidad sexual— pudo hablar con la novia, que todavía estaba en shock, muy débil y en cama.
—¿Podemos denunciarlo como un hecho de discriminación? —preguntó Luisa.
—Sí, mi marido habló con el presidente del círculo, Oscar D’Amato, y le dijo que no le gustaba lo que nosotros hacíamos ahí. Desde el Inadi local dijeron que ofrecieron el local a Gaby, pero todo era una mentira. Sí dejaron un teléfono en el diario El Liberal para que ella se comunicara. Pero ellos igual no pueden ofrecerle nada, porque las cosas que hacen funcionar el boliche son mías —sintetizó Teresa.
Las invitaciones siguen en el mismo lugar, sujetas con una gomita sobre la mesa; el vestido de novia sobre la cama, el ramo en un vaso de agua, 20 kilos de torta en el freezer y todas las ilusiones de una novia se escurren en lágrimas que estallan en el piso.
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